Por medio del Centro de Fe y Culturas, recibí un comentario sobre la situación de Haití -anterior al terremoto-, firmado por 13 jesuitas que trabajan hace años en ese país. La miseria y demás situaciones dolorosas se deben a años y años de abandono; y no puede uno menos que asociar su análisis con aspectos que vive el Chocó. Veamos algunos.
Los haitianos: no satisfacen necesidades esenciales; la disminución -en el caso del Chocó la falta- de producción en todos los sectores de la economía, es causa del hambre y la desnutrición; todo ello aumenta la inseguridad y la desesperanza en los jóvenes; es una región sumergida en la vergüenza, con la mayoría de la población viviendo en condiciones inhumanas.
Los jesuitas atribuyen todo ello, entre otros factores, a la incapacidad de sus gobernantes para enfrentar los problemas fundamentales y la corrupción de muchos funcionarios.
Además culpan la irresponsabilidad de la comunidad internacional; en el caso del Chocó sería la comunidad nacional, que mira con indiferencia el atraso en que viven nuestros compatriotas de un departamento con grandes riquezas naturales, potencial humano, posibilidades de crecimiento.
Estamos en plena campaña para congreso, asambleas, concejos, presidente: hay no sé ya cuántos miles de candidatos, ¡qué bellezas las que prometen! Los hay que critican todo lo anterior asegurando que con ellos no habrá falla ninguna: son a los que menos se les cree porque nadie es capaz en un período -ni en dos- de arreglar el reblujín de este encantador y bien amado país.
Van a darles educación a todos los niños, vivienda a todas las familias, trabajo a todos los compatriotas, acabarán con el desempleo y la violencia; así en bloque. Las palabras todo, nunca, jamás, siempre, son palabras que rara vez pueden usarse correctamente porque abarcan demasiado.
Merecen mayor credibilidad los programas que se detienen en detalles concretos, lo pequeño posible, lo económicamente verosímil; deberían ser los más importantes precisamente porque su aparente pequeñez, los hace realizables. Recuerdo como un excelente gobernador al doctor Alberto Vásquez, uno de cuyos programas -olvidé su nombre- consistía en hacer pequeñísimas obras en los pueblos: techar una escuela, arreglar un acueducto, parapetar un puente, y así iba dejando a su paso un rastro de bienestar y progreso. (Por todo lo anterior, es obvio que mi candidato a la presidencia es Antanas Mockus; además de su comprobada capacidad intelectual, su enfoque de los problemas por lo alto, no ataca el pasado, no promete el paraíso y le interesa el detalle.)
Pero ni los que lo prometen todo y todo perfecto, o los que presentan programas confusos, vagos, intrincados, ninguno se ha ocupado de la posibilidad de resucitar el Chocó, integrarlo a la producción del país, utilizar su riqueza natural y humana para ir solucionando, poco a poco -que es el único sistema que puede resultar- la enorme cadena de problemas que nos aquejan.
Como pretexto para el atraso del Chocó se da que sus funcionarios no son honestos, que el dinero que se envía para escuelas, centros de salud, obras de infraestructura, desaparece y las obras nunca se realizan. Tiene que haber -¡tiene que haber!- la posibilidad de encontrar una docena de funcionarios honestos, capaces, trabajadores, valientes, que se comprometan a utilizar los dineros correcta y eficazmente; con una docena sería suficiente. Leyendo un texto de chismes históricos -¡tan deliciosos!- me enteré de que Napoleón se vio en apuros para encontrar en París las doce -¿o veinte?- doncellas, vírgenes, necesarias para que le llevaran la cola el día de la coronación. Tanto buscó que, finalmente, las encontró. Se podría imitar a Napoleón y buscar, buscar, buscar.
Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
