No ha sido fácil la campaña política cuya primera etapa concluye mañana, a menos que se produjera un hecho extraordinario. Y no lo ha sido porque buena parte de la dirigencia sufrió una metamorfosis difícil de entender y acogió estrategias efectistas.
Esta metamorfosis no ha calado en muchos del pueblo raso, quienes comprueban cada amanecer el resultado del trabajo incansable que durante ocho años ha comprometido los días y las noches del Presidente Álvaro Uribe. Ese pueblo, por primera vez, vio de cerca a un Primer Mandatario. Volvió a tener presencia estatal completa, encabezada por su Alcalde y la Fuerza Pública. Por eso este Gobierno no ha tenido el sol a sus espaldas, y la aceptación y popularidad del Presidente se mantiene en niveles superiores al 70 por ciento.
La metamorfosis ha sido de quienes desde sus cargos directivos o potentes micrófonos han resuelto decir y tratar de convencer a otros de que este Gobierno tiene niveles de corrupción insoportables y que por eso hay que elegir a quien rompa con el modelo de Uribe. Ojalá no escondan motivaciones subyacentes que se remiten a su propia y egoísta conveniencia.
Pero, ¿dónde están las pruebas contundentes? ¿Dónde, quienes sueltan en el momento preciso rumores calumniosos sabiendo que de la calumnia algo queda?
Muchos de quienes hoy ponen el dedo acusador en Uribe, su familia y su equipo de Gobierno, no hacen las denuncias legales correspondientes. No les conviene que se despejen las dudas. Así se mantiene la expectativa y se hace más daño, no sólo al Presidente sino a Colombia. Pero el fin parece justificar los medios.
Mientras tanto, aquellos a quien el Ejecutivo ha combatido, sean narcotraficantes, microtraficantes, narcoguerrillas, paramilitares, bandas criminales o terroristas mercenarios, deben estar tranquilos porque podrán fortalecerse.
Y aquellos gobernantes o líderes de naciones cercanas por geografía o intereses también están tranquilos porque podrán expandir su ideología y llevar a este pedazo de continente al modelo de un socialismo obsoleto que no dignifica sino que esclaviza al hombre del Siglo XXI. Y están no sólo tranquilos sino sonrientes porque no han tenido que mover un dedo, sino dinero o hilos invisibles que los beneficia.
Hay candidatos buenos. Otros, no lo son tanto, porque carecen de la visión panorámica y madura que debe tener quien lidere una nación. Saben mucho de un tema, pero muy poco o nada de otros temas fundamentales. No falta el candidato que convence con un discurso poco fluido y muchas veces contradictorio. ¿Raro, no? ¡Pero es un fenómeno mediático! Sin embargo, le quedará muy difícil conducir a buen puerto a un país tan complejo como Colombia. Ojalá, si llega al poder, en sus manos no se desperdicie todo el esfuerzo y los frutos logrados por Uribe.
Mockus tiene ideas buenas. Sería un gobernante excelente, pero no para este momento sino para cuando en Colombia se haya consolidado la seguridad. No bastan la pedagogía y la buena voluntad. Los violentos no le caminan ni a la una ni a la otra.
Juan Manuel Santos no es un fenómeno mediático ni un líder carismático. Pero es un estadista. Ha ocupado cargos fundamentales que le permiten saber cómo se gobierna bien. Ideológicamente está en el centro, sabe lo que es la tercera vía, de la que ha escrito y en la que se han basado gobernantes exitosos.
Santos sabe cómo es de complejo este país y en qué punto está la Seguridad Democrática y cómo y cuándo se puede avanzar a la Prosperidad Democrática, porque la seguridad es base sin la cual no se puede llegar a la prosperidad. Ojalá quienes vayan a votar el domingo tengan esto en cuenta y la conciencia de que Colombia vive un momento fundamental y no se puede perder lo logrado en ocho años de sangre, sudor, lágrimas y trabajo.
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