Mientras que Óscar Figueroa se aprestaba a realizar el último intento en la modalidad de envión para levantar los 177 kilogramos que lo llevarían a colgarse la medalla de plata en Londres, en Cali, a miles de kilómetros de distancia, su madre, Hermelinda Mosquera, sufría frente a la pantalla gigante de un televisor, en una casa de la Calle 4 con Carrera 43 del barrio El Lido.
Eran las 8:25 de la noche en la capital inglesa. Y las 2:25 de la tarde en la capital vallecaucana. Al lado de doña Hermelinda estaban su hijo mayor, Jorge Isaac, y su pequeño nieto Juan Esteban.
Un silencio, allá y acá, acompañó el momento previo al tercer y último intento de Óscar en el envión. Había tensión, angustia, nervios e incertidumbre. Por la mente de doña Hermelinda se cruzaron entonces los infortunados recuerdos de hace ocho y cuatro años, cuando en Atenas y Beijing, respectivamente, la suerte y las lesiones jugaron en contra de Óscar. Pero a su hijo no lo perturbaron tales recuerdos. Por eso —y así lo ratificó al final de la prueba cuando se llevó el dedo índice a la sien— unió la fuerza de sus brazos y piernas a la de su mente para mantener la concentración e inscribir su nombre en el libro plateado de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Un grito de gloria y alegría retumbó las paredes de la casa Figueroa. El sueño olímpico de Óscar se había hecho realidad luego de alzar los 177 kilogramos en la modalidad de envión y doña Hermelinda, con lágrimas en sus ojos, demostraba el orgullo que sentía por aquel hijo que a los 12 años se animó a practicar la halterofilia.
“Todo fue gracias a Dios. Aunque hubo momentos de angustia, estábamos confiados en que Óscar lo iba a lograr, tenía fe en él”, cuenta la orgullosa madre.
Tan sólo unos minutos pasaron para que doña Hermelinda despertara del trance. Su hijo, aquel que siempre trabajó para ser el mejor, ayer recibía su gran premio. La gloria olímpica era suya.
Llamadas de vecinos, amigos y periodistas se hicieron presentes. El teléfono no dejaba de sonar para darle las felicitaciones a una de las artífices del talento del héroe colombiano. Doña Hermelinda, en menos de media hora se convirtió en el centro de atención, pero ella tan sólo pensaba en su hijo, ese que siempre tiene presente a Dios en cada logro.
Es así como recuerda las bendiciones que le dio a Óscar antes de subir a la plataforma, aquellas que le entregaron la fortaleza para no decaer y demostrar su grandeza, esa que le permitió conseguir el tan anhelado sueño olímpico.
“Me pidió la bendición y me dijo que le pidiera mucho a Dios para que le fuera bien, que él estaba muy confiado en que iba a conseguir una medalla; el Señor siempre lo estuvo acompañado”, asegura doña Hermelinda.
Anoche, la mujer no dejaba de atender a la prensa. Contestaba llamadas telefónicas, accedía a una y otra entrevista para la televisión y seguía saludando a los vecinos que la felicitaban. Cansada, pero feliz por el éxito de Óscar, trataba de conciliar el sueño en su casa, en el sur de Cali, mientras que en Londres, en la Villa Olímpica, su hijo despertaba con un nuevo logro en su vitrina personal.