En el 2008 Rusia invadió a Georgia para defender los habitantes rusos de Abjasia y Osetia del Sur, en una primera movida de gran importancia geopolítica, pues no debe olvidarse que el suministro de gas de Europa depende en gran medida de las inmensas reservas rusas. La confirmación de esa dependencia la constituye la construcción de los gasoductos Nord y South Stream.
Por su parte, Estados Unidos y otros países occidentales han buscado que Ucrania abandone su patria grande y se una a la Unión Europea, lo que les permitiría acercar su poderío militar a las propias fronteras Rusas. Este hecho ha conducido a una guerra interna que seguramente terminará resquebrajando a Ucrania, resquebrajamiento alentado además por la arrogancia que ha mostrado su presidente el señor Poroshenko.
La inolvidable Agatha Christie en su novela El espejo se rajó de lado a lado, escribió: "El asunto es muy simple, tan simple que uno no puede verlo" y al parecer es lo que está ocurriendo ahora con la respuesta del señor Putin a las "sanciones" impuestas por Occidente como represalia por la anexión de Crimea: además de sellar el acuerdo gasífero más grande de la historia con China, promueve la creación de la unión Euroasiática y regresa a estrechar lazos con los países que en Latinoamérica y el Caribe le han sido afines y otros más, muchos más que cansados de la soberbia de Occidente, buscan una emancipación económica.
A la par de que a Cuba le llega la salvación de la mano de Rusia, quien instalará allí un astillero para reparar sus navíos de guerra, a 120 km de las costas de la Florida e invertirá allí en obras de infraestructura e industria, muy cerca, en Nicaragua, en pocos meses China iniciará la construcción de un canal que dejará obsoleto al recién ampliado canal de Panamá.
Con estos hechos y con la reciente reunión del grupo Brics de naciones emergentes, con la creación del Banco de Nuevo Desarrollo y con el Acuerdo de Reservas de Contingencia, acaba de anotarse el señor Putin otro éxito, en este nuevo orden económico mundial.
Pero, al otro lado del mundo, la población rusa que vive en el sureste ucraniano lucha una guerra desigual por su independencia en un país en donde han sido tratados siempre como ciudadanos de segunda clase. Los llamados rebeldes reciben de Rusia ayuda humanitaria, pero al estar mal armados, su guerra es una guerra perdida, como quedó demostrado hace dos semanas, cuando en pocas horas el ejército ucraniano, ayudado por su fuerza aérea que bombardeó sin compasión la ciudad de Slaviansk, causando innumerables muertes y daños en propiedades civiles, obligó a los separatistas a retirarse de esa ciudad, su principal bastión.
Para empeorar esta compleja situación, el jueves pasado fue derribado un avión comercial en la zona en conflicto, y aunque cualquier hipótesis es válida, la forma desigual como se desarrolla esta confrontación en el sureste de Ucrania permitiría concluir que los independentistas prorrusos no tendrían un motivo ni disponen de la capacidad militar para derribar un avión comercial que viaja a más de 10 kilómetros de altura.
En toda esta confusión, el mundo cambia aceleradamente y Rusia danza al compás que le impusieron las naciones occidentales.
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