Los paramilitares, cuando se ensañaban con un pueblito de los Montes de María, lo hacían para que no quedara duda de que estas tierras les pertenecían.
De valientes, pactaban con la Fuerza Pública para que no los detuvieran en el camino, a la hora concertada llegaban a los caseríos y acababan con todo.
El fin no era matar, sino rematar y contramatar con tal sevicia que nombrarla produce repudio. Así pasó en Pichilín, Chengue, Macayepo, Colosó, El Salado...
Jueves. Euwaldo Enrique Serpa se amarra la sudadera y la camisa con un lazo. El sol y los años le curtieron la ropa. Euwaldo monta su burrito y lo sigo, a pie, por lo que aún queda del corregimiento de Pichilín de Morroa, Sucre.
Esa —señala el espacio donde solo hay dos muros con adobes —era la casa de Luis Eduardo Rivera.
—Este, era el centro de salud y más allá estaba el billar y la música y los hombres.
La vida de Euwaldo es su único hijo, su asno, el maíz, el ñame y el tabaco. Entra y sale de Pichilín montado en el burro. A las 5 a.m. tras el cultivo de tabaco, a las 12 y 30 p.m. regresa vencido por el sol y los 43 grados de temperatura.
Hoy, a mediodía, no hay vientos montemarianos. Las 10 familias que volvieron a Pichilín se refugian y se esconden en seis casas, no del sol que les revienta la piel, sino de una tarde de 1996. Ese día fue la primera incursión paramilitar en los Montes de María, y en todo el departamento de Sucre, como está consignado en Justicia y Paz de la Fiscalía.
Ya era costumbre de las Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá, arribar a los pequeños municipios del norte del país, de reunir a sus futuras víctimas con sorna, en la cancha o en la plaza, para que todo el mundo viera, para que a nadie le quedara duda que ellos agarraban a la fuerza, ataban de pies y de manos, tiraban a patadas al suelo, y disparaban en la cabeza, ¡adiós, adiós!
La mañana del 4 de diciembre de 1996, Euwaldo estaba en los plantíos de maíz. Antes de mediodía aprovechó para ir a Tolú Viejo. Al retornar, a las 4 de la tarde, montado en otro jumento, vio el reguero de cadáveres en la vía y en la cancha de Pichilín.
Como el mismo Salvatore Mancuso reconoció en 2007, y desde una cárcel de Estados Unidos, en 2008 y 2009, alrededor de 50 hombres llegaron por la vía de Colosó en 10 camionetas Jeep. Pese a estar a 40 minutos de Sincelejo nadie los detuvo a las 3 p.m. Raudos, se bajaron de los autos, todos con uniformes del Ejército y tapados con pasamontañas; uno de ellos era el "Monomancuso".
Lista en mano otro daba las órdenes, tumbe las puertas de allí, mate las gallinas de allá, préndale fuego a las casas y reúna a los siguientes en la cancha, al lado del billar: A Manuel Pérez, Jorge Luis Torres, Emiro Tovar Rivera, Luis Eduardo Rivera, Ovidio Castillo, José Daniel Rivera Cárdenas, Federman Rivera Salgado, Luis Salgado, Eberto Tovar, Denis Ruiz, Manuel Vergara y Germán Vergara.
También pidió atarlos en los pies y en las manos. A cuatro de ellos los tiraron al suelo, y de izquierda a derecha le descerrajaron de a tres tiros en la cabeza. Al resto, los metieron a golpes en las camionetas. Tranquilos, por la vía de Tolú Viejo, a los ocho campesinos los tiraron de los autos ya muertos.
Salvatore Mancuso confesó, ante Justicia y Paz, que orquestó y participó directamente en la masacre (ayudado por integrantes de la Armada Nacional) después que alias "08" le indicara que cerca a Pichilín había un campamento del frente 35 de las Farc.
— Ellos eran de aquí, trabajadores, nadie era culpable que la guerrilla pasara por aquí y tuviera el camino libre. Como entra el Ejército, ellos entraban y salían —dice Euwaldo mientras echa andar el burro a látigo para que lo siga hasta el sitio donde sus amigos quedaron tendidos.
Nómadas a tiros
Hace 35 años que Euwaldo vive en Pichilín pero el día de la masacre tuvo que desplazarse con las 40 familias a Morroa, se tomaron la casa cultural. Todo quedó tal cual está hoy. Casas con adoquines y de techos de carey deshabitadas, todas de las viudas de los 12 labriegos asesinados.
Habla como guajiro, las palabras le salen de la lengua pegada a los dos dientes que solo conserva: un colmillo y un premolar de la parte superior de la boca. Se cubre del sol con una gorra azul oscura con 100 agujeros. Me lleva, con insistencia, hasta el centro de salud: una pared con un techo, sin puertas, ni enfermeras ni médico ni medicinas ni nada.
Lo sigo, al ritmo del pollino, hasta la escuela. Al restaurante se le cae el techo todos los días, los computadores están podridos y los baños no tienen agua.
—Cuando llueve los computadores se mojan, se entra el agua al salón —dice la única profesora de la escuela.
Encima del tablero del salón de primero, segundo, tercero, cuarto y quinto, está la imagen de María, la de estos montes, que protege a los niños para que resistan la madera podrida de los pupitres.
Volver a lo mismo
Juan Andrés* es otro sucreño sobreviviente de la masacre de Pichilín. Hace dos meses regresó a este rincón de Morroa. Euwaldo apresura el paso hasta el rancho donde vive su amigo. Ninguno de los dos se siente seguro en casa y, como las 10 familias, no tienen agua potable ni alcantarillado ni luz eléctrica. Todo Pichilín, en las noches, está a oscuras, bajo las estrellas.
—Cuando fue la masacre a uno le tocaba dormir en el monte para huirles a los paramilitares. La gente se ha venido de a poquito —sentencia Euwaldo mientras Juan Andrés asegura que poco se ha hecho en Pichilín. Lejos están los días de la música, el billar, la alegre cosecha, las gaitas y el sol.
La restitución y el miedo
Juan Andrés y Euwaldo están de acuerdo en que la única acción real de reparación que se ha dado en Pichilín fue la restitución, el martes pasado, de 310 hectáreas a 38 familias que habían perdido su tierra.
Muy cerca del poblado de Pichilín se dio uno de los mayores despojos de tierras de los Montes de María. Según el Tribunal Superior de Cartagena, después de la masacre paramilitar, y producto de la presencia guerrillera, "inescrupulosos se aprovecharon de la situación y compraron las tierras a precios irrisorios. Por cada hectárea se pagaron 350 mil pesos".
La Unidad de Tierras pudo documentar este caso, y un juez de tierras ordenó la devolución del predio "Pechilín", a 38 familias. De ellas varias víctimas directas de la masacre de 1996.
Así lo aseguró Fabio Camargo, director de la Unidad de Tierras en Sucre, quien reconoce que todo está por hacer para reparar 70.000 víctimas que dejaron los paramilitares en los Montes de María.
Los labriegos aún no retornan a las 310 hectáreas, y la Armada Nacional afirma que las garantías de seguridad están dadas. Otra es la historia de Euwaldo: siembra y cultiva, bajo el sol canicular y a 43 grados, pero no tiene tierra. "Yo no tengo nada, ni casa".
*Nombre cambiado por protección de la fuente.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6