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La Navidad donde se acaban las luces

20 de diciembre de 2008
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Es el fin de la ciudad. Es el lugar, en la parte alta de las montañas orientales de Medellín, donde se terminan las luces, donde hay más sombras, donde los caminos son de tierra, no de asfalto. Donde las casas son de milagro y no de adobe.

Sin embargo, la Navidad es la misma. O mejor. Son las cuatro de la tarde y a la calle frente al CAI periférico de La Cruz no le cabe un niño más. Dentro de pocos minutos empezará la Novena que todos los días, los policías de este lugar hacen para las decenas de niños de este barrio, al final de la ciudad.

El mayor Emilio Largo González, un boyacense que tiene el corazón en Cúcuta y que es el comandante de la estación de San Blas, toma una bolsa de confites. Grave error, los niños le caen como palomas buscando migas de pan. Lo jalan, le gritan, lo aprietan hasta conseguir su premio. Se tomó el pecho y hace una expresión de dolor.

-Me dejaron todo magullado-.

Navidad con dolor. Los barrios La Cruz y La Honda, jurisdicción del CAI Periférico de La Cruz, son lugares apartados donde una carrera desde el centro en taxi (si es que suben) puede salir en quince mil pesos y la única ambulancia que puede prestar un servicio efectivo es la camioneta de la Policía.

-La mayoría de los habitantes de estos barrios son personas desplazadas, que viven en otra ciudad, en otra realidad- afirmó Largo, después de reponerse a la avalancha infantil.

Milagros
Ya se escribió. Este es un barrio de casas de milagro, porque a pesar de todas las penurias, la gente vive feliz.

El mejor ejemplo es la Novena que ya va en la oración para todos los días. Niños por todas partes y de todas las edades, sonriendo, jugando. Parece que brotaran de la tierra.

Para los policías, igual, la Navidad es una época dura. Hanner Correa es barranquillero. Hace tres años se hizo patrullero, a pesar de los consejos familiares. Después de un curso de un año en la escuela de La Estrella, pasó a ser parte de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá.

Hace cinco meses llegó a La Cruz y a la media noche del 24 de diciembre, cuando todo sea jolgorio, alegría y regalos, él va estar durmiendo, porque coge turno de guardia a la una de la madrugada, cuando todo será trago, bulla y pólvora.

Será en ese momento en que extrañe a su familia, en Barranquilla. Que extrañe la fiesta en la calle, el arroz con puerco, el sancocho.

Pero se siente cómodo en Medellín y en especial en La Cruz, donde mantiene sorprendido por la cantidad de luces que la gente tiene en sus casas.

"Son casas donde no hay mucho, pero hacen el esfuerzo de hacer una Navidad bien alegre. Ese espíritu no se ve en otras partes", afirmó.

Pero sabe que el 24 es un día duro. Por lo general, y lo explicó el mayor Largo, ese día la Policía sale a la calle, porque la gente está en la calle. Hanner tendrá entonces, en la noche buena, que controlar borrachos que no le peguen a las mujeres y a los niños, que estos no se quemen con pólvora, que haya la mejor Navidad en un lugar lleno de necesidades.

"Uno de los mayores problemas de estos barrios es la violencia intrafamiliar. Es algo alarmante y en especial cuando hay fiestas, el licor hace sus estragos".

Más milagros
Pero siempre hay cosas buenas que contar. Emanuel Antonio Sosa, un hermoso bebé de 13 meses agita la maraca que tiene en la mano mientras se escucha "Ven, ven, veen, ven no tardes tanto". Él es el mejor ejemplo de la labor que cumplen en este CAI. Nació hace 13 meses en las escaleras de la casa de su mamá Marta Cecilia Bonilla, su papá y sus otros dos hermanos, con la ayuda de dos agentes de la Policía.

"Los dolores de partos me cogieron a la cinco de la tarde y es muy difícil coger un taxi por acá, así que salí hacia la estación de policía para que me llevaran a un hospital. Pero el niño no se aguantó y se me vino en la mitad de las escaleras", recordó.

Y allí quedó Emanuel, bajo un aguacero, y a pesar de estar afuera de la barriga de mamá, permanecía unido por el cordón umbilical.

De inmediato un vecino que observaba con asombro el alumbramiento, decidió ir hasta el CAI. Allí, al principio no le creían la historia, pero después salieron dos agentes para ayudar a la nueva madre.

"Ellos cortaron el cordón y abrigaron al niño. Después me llevaron hasta el CAI y de ahí salimos para el centro de Salud de Manrique. Yo pensé que me iba a morir, porque no sabía cómo iba a salir de allí".

Pero salió. Y es que en La Cruz un policía es algo más que un policía. "Hacemos de todo. Somos los enfermeros, los recreacionistas, los conductores de un sector que no tiene muchas cosas", explicó el subintendente Juan I. Navarro, quien lleva 14 años en la fuerza, de los cuales solo dos ha estado ha disfrutado de la Navidad en la casa.

"La labor en estos barrios se duplica. De alguna manera, somos la única presencia permanente del estado en este barrio en la periferia".

Lo que más extrañará el 24 de diciembre, en el que estará de guardia serán sus dos hijas, que lo aguardan en los días de descanso que tiene cada dos meses.

"Pero este fue el oficio que escogí y me encanta ser policía, por todo lo que hacemos con la gente, en especial, que se sienten seguros, que puedan disfrutar la Navidad en paz".

La novena termina. Los niños siguen en fiesta. Cantan los villancicos que salen del equipo utilizado para amplificar el sonido y esperan más confites, pero el mayor Largo les hace un gesto triste.

Pero no importa, es Navidad en el lugar donde se acaban las luces de la ciudad, pero no su alegría.

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