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La reconciliación que le precede a la paz

Daniel Alejandro Cano, un joven que fue secuestrado cuando tenía 18 años, decidió dedicar su vida al perdón. Es parte de Reconciliación Colombia.

07 de febrero de 2014
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Era un paraje cualquiera entre la carretera que viene de Quibdó a Medellín; alguna parte donde la carretera es lo de siempre: tierra dura amarilla o tierra blanda marrón en la que se entierran los carros. Daniel Alejandro Cano, dieciocho años, estudiante de grado once, harapiento, luego de dos meses de caminar sin rumbo por la selva, esperaba un bus, no sabía cuál —los dos guerrilleros solo le dijeron, se monta cuando aparezca uno—, que lo llevara a su casa.

Dos meses atrás, un lunes de junio de 1999 a las once de la noche, Daniel estaba con un amigo en un restaurante cerca al centro comercial Unicentro, en el barrio Conquistadores de Medellín cuando tres personas se sentaron en una mesa y pidieron cervezas, y en un parpadeo los tenían encañonados, les rociaron gas pimienta, los amarraron y los montaron en dos carros.

Daniel iba al lado del conductor y en la nuca le pusieron un revólver. Luego se daría cuenta de que lo llevaban para Carmen de Atrato, Chocó.

De la boca negra de la entrada a una finca, con linternas apuntando al suelo, salió un hombre grande y con maneras de intelectual, les dijo que eran el Ejército Revolucionario Guevarista (Erg), una disidencia del Eln, que qué pena la forma como se los habían traído de Medellín, pero que estaban secuestrados para sostener la causa, la lucha, la revolución.

Pasaron unos días y el jovencito se enteró de que lo suyo había sido un error, que ese lunes en la noche, cuando él apenas empezaba las vacaciones de mitad de año, iban por su amigo.

En la selva Daniel conocería las contradicciones de la guerra.

—Recuerdo mucho los contrastes. Había personas que hablaban con fervor de ese ideal de cambiar el país por medio de la lucha armada, pero esos eran los mandos medios o los comandantes. Después uno se sentaba a hablar con los guerrilleros rasos o con la tropa, y eran campesinos sencillos que un día tuvieron que tomar una decisión en medio de los dos bandos, la decisión de protegerse, y estar armado era la mejor manera de protegerse. Una vez un pelado me contó que en un combate, en el lado del Ejército, vio a un primo muerto —cuenta Daniel Alejandro desde Suecia, donde ahora cursa una maestría, y cuenta que por esos días se le anidó una idea, la idea de ayudar, de alguna manera, a solucionar el conflicto.

Años después Daniel entró a trabajar en la Agencia Colombiana para la Reintegración, donde quería ayudar a los combatientes que, llenos de hastío, se desmovilizan todos los días. Allá trabajaba con un grupo de exguerrilleros y exparamilitares, les hacía un seguimiento especial, los guiaba. Un día llegó una cara conocida que le trajo un recuerdo: era una de las mujeres que cocinaba en el campamento del Erg.

—Me di cuenta de que era esa mujer, pero ella no, hasta que en medio del diálogo, por cosas que íbamos conversando, me dijo: "¿usted por qué me está ayudando?", Y se puso a llorar y me dijo que la disculpara. Fue un momento muy complejo porque tuvo miedo de que la denunciara y como el secuestro es un delito de lesa humanidad, le quitaran todos los beneficios por desmovilizarse. Mucha gente me decía que la denunciara, pero no, para qué, este país lo que necesita es reconciliación, y para eso hay que renunciar a esa justicia, para perdonar.

Ese día, en la carretera, cuando eran más o menos las cinco de la tarde y el bus todavía no se asomaba por la carretera, Daniel tenía la certeza que de alguna manera ayudaría a aliviar el conflicto armado. De esa vez lo recuerda todo, recuerda que el conductor con toda naturalidad le dijo súbase mijo, y entonces se sentó en un silla vacía, al lado de una mujer que le preguntó qué hacía a esa hora en un lugar tan peligroso, al fondo sonaba la canción Vivir lo nuestro, de Marc Anthony y La India, Daniel no respondió.

—Llegué a la casa, toqué el timbre, ahí estaban mi mamá, mis amigos, mi novia, a ellos les avisaron. Llegué a mi casa de la manera más común, como si nada, sin Cruz Roja Internacional, sin nada, sin todo el drama. Ahora me pregunto: ¿cuánta gente habrá llegado así después de un secuestro?.

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