Con la tal gripa que nos desvela, vivimos como dentro de una película. Somos actores principales y extras al mismo tiempo. Parecemos protagonistas de un cuento de suspenso.
Hay sensación de lo ya visto. Las escenas de televisión que muestran personas con máscara en vez de rostro, parecen sacadas de algún film de Hitchcock. La paranoia es tal que vemos a un enmascarado y cambiamos de canal para evitar el contagio.
Inevitable recordar la novela de Rulfo, Pedro Páramo. Con la variante de que los muertos de hoy estamos vivos. No falta quién asegure que Nostradamus lo anticipó. Otros rastrearon el virus en el Apocalipsis.
Los mexicanos, grandes damnificados, le han metido humor al asunto.
Ingeniosa forma de impedir que "panda el cúnico" producido por una enfermedad con nombre del inofensivo cuadrúpedo. (Obedezcámosle a la OMS y llamémosla por su jeroglífico: A(H1N1). Nada de gripa porcina).
El mundo, insolidario, ningunea a los mexicanos. No los queremos ver. Chespirito y su corte tendrían que aplazar sus despedidas. Una inocente carcajada puede contagiar. ¿Quién podrá defendernos?
Gracias a la televisión, el afectado que apareció en Zipaquirá o el de Nueva Zelanda, están igual de cerca de nuestras narices, de nuestros dedos. Ver y no tocar, es la arcaica consigna. Después de tocar algo, tenemos que "ponciopilatiarnos" las manos con jabón.
Ante otro positivo, los medios lo proclaman con el alborozo de quienes inventaron la pólvora, o el silencio. "¡Un afectado donde García Márquez estudió bachillerato!".
Las autoridades de salud tranquilizan y angustian al tiempo. Los gobiernos nos sugieren la casa por cárcel. ¿Qué tal todo el mundo enclaustrado, mirándose el ombligo? ¡Pobre sol sin tener a quién calentar¡
Este cuasi-semi-exgozquejo de pandemia mandó la ternura al clóset: prohibidos los besos. Los amigos, de lejitos. Clausurado el saludo de mano. Mejor no darse la paz en misa. Con su humor hecho en Aranjuez, el ministro Fabio Valencia sugiere cambiar abrazos por genuflexiones.
Todo sucede a espaldas de los "hermanos cerdos". Ahora nadie se los quiere comer. En Ibagué, las autoridades invitaron a la población a despachar esa paella tolimense llamada lechona. Invita la casa.
En Egipto, las esfinges despiertan de su sueño eterno ante el alboroto que enfrenta a los criadores de marranos con las autoridades que ordenaron sacrificarlos. Algo tan incierto como vender el sofá para erradicar complejos.
Muchos nos despertamos con la ilusión de que la tal gripa empiece a convertirse en anécdota. Nos gustaría estar en el año 2069 para decir: "¿Te acordás el susto tan macho que nos pegó AH?".
Pero no, el mundo es un suspiro: el vecino con el que intercambiamos la sal o el azúcar al final de la quincena puede resultar contaminado. La semana entrante, mañana, mientras se persigna un cardenal ñato, nos puede tocar el turno. Pongamos las barbas en remojo. Cuídense de la AH.
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