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LAS FILAS QUE HACEMOS

  • LAS FILAS QUE HACEMOS
21 de julio de 2014
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Desde que nacimos, los colombianos venimos codificados para algo que, sin más ni menos, es de un cotidiano subido: las filas. Como autómatas hacemos filas, bien sea por necesidad, por obligación o por esnobismo y sin darnos cuenta, detrás de cada fila se refleja lo que somos como sociedad.

El jueves pasado, "loleros" bogotanos, dando una muestra de arribismo bárbaro y con ganas de sentirse en la USA, hicieron fila desde las cinco de la mañana para entrar de "primeritos" a la única tienda Starbucks del país. Su intención: Comprar un café tres veces más costoso que en cualquier cafetería colombiana. Claro, la experiencia de comprar y luego sentir el viento en la cara caminando con el vasito de sirenita lo ameritaba. Esa mezcla de mercadeo gringo con café colombiano es campeona. Sus vidas se partieron en dos: antes y después de Starbucks.

En paralelo a la fila en Starbucks, en Medellín otros cientos hacían fila desde más temprano. Di tú, desde las cuatro de la madrugada la fila se empezó a formar y a las siete de la mañana era de unas cuantas cuadras. Dos o tres eran poquitas. Esas personas, muchos de ellos empleados que se matan en las noches estudiando, buscaban simplemente con una carpeta debajo del sobaco radicar unos documentos de solicitud de crédito en el Icetex.

La satisfacción esnobista de un café en Starbucks contrastaba con la angustia y resignación de esas personas haciendo fila, angustiadas porque el tiempo para lograr el crédito se les acababa y el permiso para llegar al trabajo también se les vencía. Pero frescos, ellos también pudieron comprar su tintico. Esta vez de termo, endulzado con aguapanela y vendido a 500 pesos por una señora que subsiste informalmente y levanta a sus hijos con la venta de nuestro producto excelso, orgullo nacional.

Las filas. Ay, Dios mío. Si Doña Marina abre una tienda en el barrio jugándose su futuro, nadie le hará fila. Además, ella tiene que esperar a que la suerte la acompañe y no le lleguen dos pillos a extorsionarla. Es triste decirlo, pero esas son las cosas que pasan en los barrios. Pero a la hora de hacer un trámite, la fila es la puerta protocolaria. Da dolor en las entrañas del alma ver a ancianos con los brazos cruzados por horas en una fila esperando a reclamar su mísera pensión. Todos los meses se ve el pasivo moral que cargamos con los otrora seres productivos de Colombia.

Ni se diga de aquellos que cargando una enfermedad tienen que pegarse un madrugón miedoso para soportar una fila a ver si le aprueban una revisión médica. En octubre de 2012, José Chíquiza murió en las puertas de una EPS a sus 58 años de edad, esperando la autorización médica para una diálisis. Después de hacer una larga fila, un cajero solo atinó a decirle: "Siéntese en esa silla y espere su turno". José hizo caso y se sentó en una silla Rimax. "Mamita me voy a morir", le dijo a su esposa y un infarto lo fundió por siempre. Se ganaba la vida vendiendo chucherías y dulces en las calle de Bosa, Bogotá. Ese mismo año, en junio, Carlos Molina Pérez murió en Soledad, Atlántico, después de esperar durante dos horas un subsidio de 150.000 pesos entregado por el Gobierno Nacional. Tenía 67 años. Son muchas más las historias. Todas ellas tristes y dolorosas.

Ahora, ¿cómo sería de distinto el asunto si en vez de que el anciano hiciera fila, el Gobierno llegara hasta su casa y le entregara el subsidio o qué tal que la citica de la EPS se pudiera tramitar con eficiencia por Internet o teléfono? Eso sí sería cool, tan cool como hacer la fila en Starbucks.

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