Muchos analistas en Washington han señalado que el derrocamiento del régimen tiránico de Muamar el Gadafi es un modelo para futuras intervenciones de EE.UU. en el mundo árabe y otros lugares.
A diferencia de Irak y Afganistán, en Libia Estados Unidos jugó un papel no dominante en la OTAN. Tuvo costos económicos relativamente modestos, no sufrió pérdidas de vidas humanas, y se adhirió a una resolución del Consejo de Seguridad en apoyo de una fuerza rebelde nacional. Estas son las características positivas -pocos estarían en desacuerdo.
Es comprensible que los analistas estén tan entusiasmados por haber encontrado lo que parece ser una fórmula de bajo costo para que EE.UU. apoye los movimientos democráticos en otros países. Esta fórmula refleja dos realidades. En primer lugar, la creciente influencia de otros países significa que EE.UU. hoy en día actúa bajo mayores restricciones. Ya no tiene la influencia internacional necesaria para servir como un policía mundial. Y en segundo lugar, relacionado con el primero, EE.UU. tiene graves limitaciones económicas y las necesidades de compartir la carga de las intervenciones con otras naciones. Pero mientras el enfoque de la administración Obama para el desafío libio parece haber sido reivindicado, se recomienda precaución. Las declaraciones de celebración y juicios categóricos y definitivos son prematuros.
No había ninguna garantía de que la operación militar se traduciría en la derrota de Gadafi. Otros escenarios, más costosos, eran posibles -y todavía lo son. De hecho, hay enormes interrogantes y gran incertidumbre sobre lo que sucederá en Libia. Las credenciales democráticas del gobierno de transición y sus capacidades para gobernar no son claras. Algunos signos de abusos de derechos humanos contra los partidarios de Gadafi son preocupantes. Como EE.UU. dolorosamente aprendió en Irak y Afganistán, la parte más difícil de cualquier intervención es ayudar a la construcción de un nuevo orden en una sociedad con pocas instituciones que funcionen y profundas divisiones tribales.
La historia de Libia acaba de comenzar. ¿Qué pasa si hay una crisis humanitaria, o si la situación se vuelve caótica? ¿Se darán las condiciones que hicieron posible la zona de exclusión aérea decretada por la ONU para el siguiente paso, la fase más difícil de la ayuda internacional? ¿Dónde más se podría aplicar este "modelo"?
El caso de Libia es sui generis. Es un país pequeño con una gran cantidad de petróleo. En el caso de Siria -que tiene un aparato militar más fuerte y cuenta con el apoyo de Irán y vínculos con Rusia- montar esa intervención no sería ni posible ni deseable. Es poco probable que los gobiernos de Francia, Inglaterra e Italia respondan con tanta fuerza para ayudar a los movimientos democráticos en los países donde tienen menos interés. Sin tales socios, la administración Obama tendría que actuar por su cuenta.
A pesar de la tentación de adoptar un "modelo" que puede ser aplicado ampliamente, cada situación debe ser evaluada en sus propios términos. La contribución de EE.UU. al Plan Colombia, por ejemplo, puede considerarse un éxito en ayudar a mejorar las condiciones de seguridad durante la última década.
Y, por supuesto, hay importantes lecciones que pueden ser útiles en el tratamiento de situaciones, como México o Afganistán. Sin embargo, los que toman decisiones deberían ser cautelosos en la aplicación del "modelo Colombia" a los países que carecen de las características distintivas de Colombia, su historia institucional y política.
El presidente Obama merece crédito por perseguir un camino en Libia que, por ahora, ha dado resultados. Lo hizo encarando algún costo político. Fue criticado por demócratas y republicanos por igual. Algunos le instaron a permanecer fuera de Libia. Otros lo presionaron para actuar antes y de manera más agresiva. Sin embargo, las perspectivas en Libia -el Medio Oriente en general- están nubladas. Ir desde el fin del régimen despótico de Gadafi a una nueva plantilla para futuras intervenciones es un gran salto.
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