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Memorias de antes de la guerra

02 de diciembre de 2008
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No es cierto que siempre haya habido guerras. Las guerras tuvieron un comienzo y por lo tanto tendrán un fin. Las guerras son la aniquilación de los demás, convertida en industria.

Un día puntual en la historia la humanidad empezó a ejecutar la guerra como método para solucionar sus conflictos, pero ese día puede fecharse.

En el principio de los principios había lucha, pero no guerra. Las hordas se defendían de las fieras, de la intemperie, del hielo, de las inundaciones, en dos palabras, de la dureza natural. Éstas fueron las iniciales batallas de los hombres. No se dirigían contra ellos mismos, sino contra las rudezas que acababan con la vida.

Siguieron entonces los combates contra las enormes distancias, las praderas, las extensiones congeladas, el mar y los ríos. Los primitivos se desplazaron por tierra y por agua, y para triunfar contra las longitudes debieron inventar balsas, canoas, ruedas, aparatos de tracción. Fueron las confrontaciones contra un planeta inmenso.

Hasta estas hazañas que propagaron la semilla pensante sobre la hierba del globo, los peludos bípedos se asociaban para sobrevivir bajo condiciones durísimas. Solían gobernar las mujeres en aquellas eras cuando la perpetuación de la especie era el primer desvelo de la especie. Ellas sostenían el fuego de las generaciones. Ellos vagaban con sus músculos eficaces.

Las primeras guerras, los preliminares enfrentamientos de hombres contra hombres, llegaron como disputas por la propiedad, por la hegemonía, por el territorio, cuando aquellas hordas abandonaron la travesía y se asentaron. De los tiempos sin guerra, del tránsito hacia la naciente guerra, no habla la historia. Sencillamente porque esos albores se han condenado a la niebla de la prehistoria.

Diez mil años es el cálculo para esta bisagra. Lo cual no es nada si se comparan con los cuatro millones de años que tiene el hombre siendo hombre, es decir, siendo el cerebro del planeta.

Cuando apareció la guerra el hombre se volvió lobo para el hombre. Pero esta conversión no borra al buen salvaje que éramos todos cuando la humanidad era niña.

La guerra nos hizo descender de la prehistoria a la historia.

La civilización, en este sentido, fue una escalera hacia abajo, con relación al estadio femenino de nuestra pequeña aventura en medio del éter.

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