De tiempo atrás, muchos países desarrollados tienen como una de sus prioridades en materia de desarrollo científico y tecnológico encontrar y desarrollar fuentes de energía alternas al petróleo. Una de esas líneas es la de los biocombustibles. Con la utilización de diversos productos agrícolas, como el maíz, la caña de azúcar y la palma africana para la producción de biocombustibles, se ha creado un vínculo entre el mercado de la energía y el de bienes agrícolas que ha llevado a que el devenir de la producción y el consumo de alimentos no dependa, exclusivamente, de las condiciones de oferta y demanda de dichos productos. En el futuro, lo que pase con el precio del petróleo y otras fuentes alternas de energía afectará el desarrollo del sector agropecuario. Esto significa que los ciclos de precios y producción agrícola estarán vinculados a los comportamientos del precio del petróleo y que muchos bienes agropecuarios, bien sean alimentos o materias primas, no sólo servirán para satisfacer necesidades alimentarias sino que pueden destinarse a la producción de biocombustibles. Todo esto abre nuevos debates y dilemas, pues, como pasó en el 2008, la oferta y el precio de los alimentos se vieron afectados por la utilización de los mismos para biocombustibles. En estos asuntos, las consideraciones de orden ético comenzaron a desempeñar un papel desconocido hasta ahora.
Otra fuerza, completamente nueva en el escenario agrícola, y que se reseñó en una anterior columna, es la compra, por parte de algunos gobiernos de países ricos o con grandes poblaciones, de grandes extensiones de tierras agrícolas en países en desarrollo. El propósito de estas compras es, esencialmente, garantizar, a través de la producción agrícola en territorios extranjeros, la seguridad alimentaria de sus pobladores. Igualmente, con algunas de estas compras de tierras se busca acceder a la seguridad futura en el abastecimiento de agua. Si esta tendencia se consolida en el tiempo, los flujos de comercio agrícola se verán fuertemente afectados, pues una parte de la demanda mundial de alimentos será satisfecha, directamente, a través de la producción realizada por los países allende sus fronteras. igualmente, se presentará un fenómeno completamente nuevo como será que las fuentes de agua de un país estarán bajo el dominio de una potencia extranjera que podrá explotarlas directamente y transportar el valioso líquido hacia su territorio negándoles a los habitantes del país propietario de las fuentes de agua su acceso libre y soberano.
Como se ve, hoy en día los mercados y el proceso de desarrollo de la agricultura están afectados y determinados por fuerzas que se encuentran por fuera del propio sector. Los desarrollos científicos en otras disciplinas están afectando la disponibilidad y el acceso a la tecnología agrícola. Así, atrás quedaron los centros de investigación agrícola en los que el trabajo exclusivo de unos científicos especializados en agricultura garantizaba el progreso científico en materia agrícola. Igual cosa está pasando con los desarrollos en materia de biocombustibles, pues los avances en otras fuentes alternas de energía determinan las posibilidades de desarrollo de los mismos. La compra de tierras por países extranjeros puede afectar de manera radical el desarrollo agrícola y rural de un país en desarrollo. El control territorial por parte de una potencia extranjera de fuentes de agua en países en desarrollo puede convertirse, hacia el futuro, en potencial fuente de conflictos entre países.
Un país como Colombia no puede seguir pensando su política y su desarrollo agrícolas como si las condiciones de dicho desarrollo fueran las mismas de décadas atrás. Las consecuencias y los costos de ignorar las nuevas realidades pueden resultar muy altos no sólo para los productores agropecuarios y los habitantes rurales, sino para toda la sociedad colombiana.
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