Medellín viene de épocas nefastas, que no quiere repetir, porque es mucho lo que hemos ganado en seguridad y convivencia pacífica, al punto de sentirnos orgullosos de la realidad que vive la ciudad y de la imagen que proyecta. Sin ser alarmistas consideramos, sin embargo, prudente llamar la atención sobre lo que está sucediendo tanto en homicidios como en accidentes de tránsito.
Puede ser que la incidencia en el total de muertes violentas que se registren al cabo del mes o del año, no marquen una diferencia notable con lo acontecido en períodos anteriores recientes y que la curva no muestre una tendencia preocupantemente ascendente, pero la ocurrencia de 11 crímenes en un mismo día y otros cinco dos días después en la semana que termina, en Medellín y sus áreas vecinas, y que casi tengamos un muerto diariamente en accidentes de tránsito, son hechos que no pasan inadvertidos para las autoridades, que deben estar preocupadas, ni para los habitantes que saben ya muy bien que a la muerte no se le puede dar ventajas.
La seguridad es uno de los factores que mayor incidencia tiene en la calidad de vida de una ciudad y, de hecho, está valorada como uno de los indicadores fundamentales de progreso. La ciudad acaba de ganar un puesto en la encuesta de DeLima Mercer entre 250 capitales del mundo y escaló 15 puestos entre las ciudades más atractivas para hacer negocios. O sea, de la seguridad ciudadana depende no solo el bienestar de cada uno de nosotros, sino también lo que somos como pueblo en logros que tienen que ver con convivencia, respeto a la vida y a la ley, tolerancia frente a las diferencias, y lucha contra la violencia, una de las peores evidencias, junto a la pobreza, de atraso social.
Cualquier política pública hoy se valora por la ganancia en términos de vida y por esta razón el país ha hecho de la Seguridad Democrática su principal bandera y un ejercicio de autoridad deseable para sucesivos gobiernos.
Medellín sufrió bajo el imperio de la muerte que pretendió doblegar a sus habitantes en los terribles años de 1989, 90 y 91, en la guerra del narcotráfico, llegando a alcanzar la cifra de 6.300 homicidios anuales, que hoy no llegan a los 500. Y acabamos de demostrarles a los representantes de 34 países congregados en la Asamblea de la OEA, que Medellín ha hecho tránsito hacia un territorio de paz, calificado como "un milagro" por la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice.
Es mucho lo avanzado y bastante lo que nos falta, pues hay raíces que quieren echar retoños, si bien hasta ahora lo que detectan las autoridades policiales son casos aislados. Más allá de las cifras, que hasta finales de mayo ascendían a 35 homicidios más que el mismo período del año pasado, si se mira de cerca ese rostro de la muerte encontramos: crímenes pasionales, actividades delincuenciales, venganzas entre combos por dominios territoriales y de distribución de drogas, luchas intestinas ligadas al narcotráfico, aumento de homicidios de reinsertados e intolerancia que termina con disparos. En el caso de los accidentes de tránsito hay que trabajar más en "las muertes evitables", y están aún por verse los resultados de la reciente campaña de seguridad vial Manejate bien.
Medellín se ha transformado en escenario propicio para la vida y por ello al esfuerzo de las autoridades que anuncian la creación de una "brigada contra los homicidios" debemos sumar el compromiso ciudadano, con comportamientos acordes al orden y la ley, la colaboración con las autoridades y la denuncia con valor civil.
