Ebullición, calor, ruido de motores a fondo y tensión de hombres expertos y de obreros rasos, se conjugan en un momento concluyente cuando la estructura de hierro toma vuelo y queda expuesta al vacío.
La mole metálica tiene 60 metros de longitud y casi la mitad está extendida, pero le falta una luz para llegar y encontrar apoyo.
En un extremo está firme, apoyada en una rampa para darle altura, y montada en rodachines que permiten desplazarla con la fuerza calculada que le aplica una retroexcavadora. En el otro costado la armazón apenas pende de un cable atado a una grúa gigantesca, que sólo templará cuando llegue a su destino, o si colapsa en el camino. Es una grúa PH, con capacidad para cargar 35 toneladas.
El riesgo es máximo porque ante cualquier desnivel o si la retro empuja en exceso, la estructura se parte o se va al abismo.
El desplazamiento sobre los rodachines es muy lento. Parece un juego de monstruos de metal, pero alrededor hay hombres que lo sienten en la piel y el corazón.
En el frente de trabajo hay muchos ingenieros por metro cuadrado, todos tienen que ver con la tarea, pero hay uno mayor que no es joven ni pinta vejez, al frente de la operación.
Parece sin nombre, pues para todos es Mantilla, el hombre donde convergen preguntas y decisiones.
Nunca está quieto, corre de un lado a otro, pide una cuña y la acomoda bajo el metal, luego reclama un cable, se aparta del grupo de obreros, se sube a un morro, visualiza la escena en profundidad y se devuelve.
El sol le quema la cara, pero no parece alterarse, refleja calma, da nuevas órdenes y él cumple varias.
Hay que aprovechar al máximo las horas de luz, pero el día se acaba y en la noche no se puede parar por la urgencia de entregar.
El escenario es el sitio donde colapsó un viaducto por una avalancha, en la Conexión Vial a Occidente, y el reto es mayor porque la emergencia se tiene que resolver en una curva, con pendiente y con peralte.
Ante las dudas, responde con simpleza en un lenguaje claro para su gremio. "Esto es sólo sumando momentos. Son ecuaciones de momentos para compensar en un lado el peso que se gana en el otro", dice.
Lo precisa porque cuando la estructura se asienta en las dos rampas, comienza otra tarea de desmonte de la nariz, para que quede en el sitio la longitud exacta que se destruyó: 30 metros.
El montaje de un puente militar de estas características y con las condiciones adversas de lluvias diarias, puede tomar más de un mes, pero aquí se logró en un tiempo récord de diez días, un mérito que el ingeniero jefe no reclama como propio y lo extiende al equipo de la firma Ecovías que lo acompaña.
Más duro el Páez
¿Y quién es Mantilla? El hombre es Henry Mantilla Moros, un ingeniero bumangués que hace 25 años trabaja en el Invías, y que se ganó la confianza de sus superiores al responder con eficacia a situaciones críticas donde han quedado bloqueadas vías troncales.
Es ingeniero de la Universidad Militar Nueva Granada, especialista en estructuras, y a pesar del poco tiempo que le deja su labor, adelanta una especialización en hidráulica en la Escuela Colombiana de Ingeniería.
Mantilla ha sido "tallado" en algunas de las emergencias más duras que ha tenido el país en las carreteras, unas por invierno, otras por fallas geológicas o estructurales, que han significado la caída de puentes.
Una de ellas fue la avalancha del Páez, en el Cauca, hace diez años, una gran zona de desastre en la que tuvo que montar diez puentes militares. Allá, recuerda, permaneció casi un año, y tuvo que salvar luces hasta de 120 metros, diseñando torres y cables portantes con macizos.
También tuvo que ir de urgencia a su tierra, Santander, para atender el colapso del puente de Pescadero, de 110 metros. Una situación similar lo hace evocar a Sevilla, Magdalena, donde cayó una estructura sobre el río Sevilla, cerca de Fundación, que lo hizo correr para dar paso a la carga de las empresas carboneras.
Las emergencias también lo llevaron a Puerto Santander, en límites con Venezuela, donde la respuesta inmediata a la caída de un puente le valió el reconocimiento del país vecino, que lo pidió para asesorar y capacitar en esas tareas.
Mantilla se devuelve a sus comiezos en San José del Guaviare, y a la pasión que le despierta el trabajo con comunidades, lejos de los centros urbanos.
Como hubo un momento de mucha tensión y temor en el lanzamiento del puente, asegura que siempre tuvo calma. "Cuando ví que me faltaba más longitud de brazo, procedí a darle mayor luz y el puente pasó sin ningún problema a la otra margen", anota.
A pesar de la experiencia de sus colegas, dice, vio que estaban asustados, pero se tuvo confianza porque ha manejado situaciones más complejas.
¿Entonces no tuvo susto? "No, en el Páez he instalado puentes de 120 metros, con torres, montándome en cables y con unas situaciones más delicadas", expone el veterano con bríos de muchacho.
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