¿Qué habrá sentido Gustavo Petro al llegar por la noche a su casa, ponerse la piyama, irse a acostar y recordar que su anuncio de fusionar las empresas de Energía (EEB), de Telecomunicaciones (ETB) y la de Acueducto y Alcantarillado (EAAB), de Bogotá, derivó en un pánico bursátil?
Lo pregunto porque quiero meterme en la mentalidad del gobernante: si concilió el sueño fue porque está porfiado en su postura y se la juega a muerte. Si no pudo pegar los ojos fue porque metió las patas como consecuencia de sacar a relucir un lado populista que no quieren los bogotanos.
Lo cierto es que nos hizo recordar en carne propia las tantas decisiones verborraicas de Chávez en Aló Presidente.
Jurídicamente, la propuesta de Petro tiene más dificultades que la carretera a La Línea en invierno. Modificar la ley, alinear acuerdos contractuales, miles de cosas, que terminarían más enredadas que un bulto de anzuelos.
Pero más allá de crear el marco jurídico, la propiedad accionaria de las empresas sería la gran piedra en el zapato.
Petro desconoció a las personas del común y las instituciones que metieron su dinero como participación de capital privado en algunas de ellas, como la EEB. En otras palabras, olvidó que con la plata de muchos que compraron en el libre mercado acciones, no se puede jugar. ¿Unir sinergias para ser más eficientes? Obviamente, fusionar las plantas de personal acarrearía despidos y eso no sería bueno. Si busca fortalecer la ETB, un muerto en vida, con recursos de otra como la Empresa de Energía, en la que el mercado sí ha confiado, pues sencillamente sería destruir el valor ganado por la segunda. Petro se enfrentaría a un escenario de canibalización de los recursos. Ánimo: esa es la mejor forma de matar la gallina de los huevos de oro del Distrito.
"Chavetización" de Bogotá. Sí, así de sencillo, eso es lo que causan propuestas como esa. Y en Venezuela, como el cangrejo, de para atrás. La pérdida de valor de la acción de la EEB afectó al Distrito, dueño del 76,8% de la compañía. Se calcula que un billón de pesos se esfumó como el éter de las arcas públicas del Distrito, por las palabras de Petro. Perdieron los 9.000 accionistas minoritarios, quienes metieron sus ahorros al mercado. Perdieron los trabajadores de la misma compañía, quienes invirtieron $3.000 millones en acciones. Perdieron los pensionados que tienen su dinero en los fondos de pensiones, que adquirieron el 5%, y Ecopetrol, que tiene el 7%. En resumen: perdieron todos los que tienen intereses en esta empresa por una ligereza conceptual y populista del nuevo alcalde, al que tanto miedo le han tenido muchos por ver a un lobo disfrazado con piel de cordero.
La bandera de campaña de Petro fue el buen ambiente que creó con propuestas para las clases menos favorecidas.
Un amago de Lula da Silva. Petro, tratando de pisar fuerte antes de aterrizar en el Palacio de Liévano, hizo perder una buena platica a Bogotá. Un dinero que con toda seguridad serviría mucho para tratar de ayudar a la gente de Tunjuelito, Bosa y de la Sabana de Bogotá que hoy tienen el agua hasta el cuello.
Para pisar duro no hay que dar patadas como esta, que no pasa de ser populista y autoritaria. Sin embargo, cuando la cruzada de ayudar a los que tienen menos va en detrimento de todos, la cosa cambia y empieza a formarse el Petro-Chávez que nadie quiere. Y eso fue lo que pasó con la propuesta de fusión del electo alcalde.
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