En noviembre del año pasado, el presidente de la República y la Canciller aceptaron trasladar a la entonces embajadora de Colombia ante la ONU en Ginebra, Suiza, Alicia Arango Olmos, a la sede diplomática en Brasilia. Una vez solicitado el beneplácito a Itamaraty (la Cancillería brasileña), y obtenido este, se firmó el decreto de nombramiento. Pero pocos días después, la señora Arango resolvió que ya no quería irse para Brasilia, sino regresar a Colombia a colaborar en una campaña política.
Ese primer bochorno, ya de por sí impresentable para la muy rigurosa y profesional diplomacia brasileña, tiene ahora una segunda parte que representa para nuestro país una auténtica vergüenza. Porque con bombos y platillos el vicepresidente Angelino Garzón presentó su nombramiento como nuevo embajador allí como si fuera a cambiar la historia latinoamericana, y ayer reveló que se quedará aquí.
La versión oficial asegura que el vicepresidente Garzón decidió renunciar a su nuevo cargo "por razones personales y familiares". Pero otras voces aseguran que es una manifestación de protesta por la forma en que el presidente Juan Manuel Santos presentó a su nueva fórmula vicepresidencial, Germán Vargas, y que Garzón habría considerado una descalificación de su propia gestión.
Es probable, o directamente cierto, que las palabras del presidente-candidato al presentar a Vargas Lleras como un paradigma de lealtad, hayan sido una crítica al incómodo Angelino, que no se ha distinguido por permanecer alineado con las políticas del presidente Santos.
Lo que sorprende es que Angelino Garzón se resienta porque el presidente haya dicho en voz alta lo que todo el mundo sabía. Y que el mismo Garzón se ha afanado en hacer aparecer como elemento diferenciador: él no se sentía atado a este Gobierno, pues, según sus propias palabras, a él lo eligió el pueblo colombiano mediante voto directo, parece que para darle un mandato distinto al de quien fue elegido presidente de la República.
El vicepresidente ha pasado por duras pruebas de salud y por calamidades familiares, hoy, por fortuna, superadas en la medida de lo posible. Su presencia mediática, su disidencia con el Gobierno, sus desacuerdos con los ministros tecnócratas y su rueda libre para decir lo que quería, tal y como se le ocurría, no tuvieron, sin embargo, pausa ni censura.
Por eso, si las razones que tuvo para hacer este desplante a su Gobierno y, peor aún, al de Brasil, son electorales o de "celos vicepresidenciales", Angelino Garzón ha hecho el peor papel de su vida pública.
La diplomacia brasileña es la más profesional, seria y estructurada del continente. El folclor colombiano y sus vaivenes de opereta en política exterior deben ser vistos con repulsa.
En 1992, el entonces candidato presidencial Bill Clinton, en el debate electoral utilizó una frase famosa ("¡Es la economía, estúpido…"), para hacerle caer en cuenta a su contrincante de que ese era el tema que importaba a los estadounidenses.
No lo dirán públicamente, pero imaginamos que la respuesta del equipo de Dilma Rousseff al gobierno colombiano, hoy, podría ser, "¡Somos Brasil, estúpidos…"
LA RENUNCIA DE LOS NOMBRADOS ESCAPA A LA RESPONSABILIDAD DEL GOBIERNO
Por TONY JOZAME AMAR
Exembajador de Colombia en Brasil (2008-2009)
Efectivamente, la diplomacia brasileña es un modelo muy reconocido en todo el mundo. Itamaraty es una institución con mucha respetabilidad en todo el sistema diplomático mundial. Allí la carrera diplomática es respetada, y son muy exitosos en su política exterior. Brasil es muy importante no solo en Suramérica, sino en todo el mundo. Está entre las primeras siete potencias mundiales en economía y en muchos otros sectores. Un país con 210 millones de habitantes, 8 millones kilómetros cuadrados de extensión, con límites extensos con Colombia, entre ellos la Amazonia. En la medida en que se logre incrementar el comercio con ellos, tendremos un punto de demanda muy importante, entre otras cosas porque la balanza comercial siempre ha estado desequilibrada con casi todos los países.
Ahora bien, si los dos últimos embajadores no han tomado posesión del cargo, eso es una decisión personal de ellos, allí no tiene responsabilidad el Gobierno porque este cumplió con sus trámites. Si los dos obtuvieron el beneplácito, fue porque cumplían los requisitos. Es claro que habría sido de mayor aprecio que esta situación no se hubiese presentado, que los nombrados estuvieran disponibles para asumir el cargo, pero eso ya escapa al control del Gobierno.