Navidad: visitar centros comerciales; comprar por la presión consumista de la época. Divertir a los niños con un “papá Noel” que nada tiene que ver con nuestras tradiciones ni con la celebración religiosa que se celebra en Occidente (es un papá Noel básicamente impuesto en la década de 1930 por Coca Cola).
Adornar las fachadas con luces del mismo color, preferiblemente blancas, como la nieve que nada tiene que ver con el multicolorido trópico donde habitamos.
Algunos cenan pavo, imitando a los extranjeros. Casi todos compran un Árbol de Navidad (que nada tiene que ver con el nacimiento en Belén de Judá), ojalá jaspeado con “nieve”, nieve que no es nuestra, que nada tiene que ver con nuestro clima tropical; inclusive la moda en la Zona T de Bogotá es lanzar nieve a los transeúntes para “sentir la magia de la Navidad”.
En otras épocas (ni tan lejanas) la alegría decembrina de los chicos era hacer el pesebre: con sus propias manos construían las casitas y los muñequitos de trapo. Pero no sé quién nos logró convencer de que son “más bonitos” los comprados.
Sí: es una añoranza, una protesta, me supongo que un grito que nace ahogado, porque la época que en algún momento significó un acontecimiento mundialmente importante, ahora está prostituida, vendida a lo más bonito, a lo más costoso, a lo más fastuoso, al decorado rojo y verde, a todo lo que más se pueda comprar, a los árboles de plástico y “nieve”, a todo lo que se pueda comprar por imitación.
Está en tercer plano el sentido espiritual que la fecha tiene al menos para esta parte del mundo: el nacimiento del Mesías. La publicidad no recuerda eso (eso no vende). Hoy todo está desdibujado por el exceso de licor, los desmanes, la extravagancia, el despilfarro, la competencia entre los regalos más costosos. Nada de ello tiene que ver con la austeridad del acontecimiento que se recuerda.
Por eso la añoranza. Porque cada vez perdemos más la memoria de lo que somos y la pérdida de memoria se diagnostica como enfermedad. Si bien muchos aseguran que el pasado ya no existe, no podemos olvidar que somos nuestro pasado; desconocerlo es tan grave como cuando alguien después de un accidente queda sin memoria: no entiende nada de lo que vive por falta de referentes y lo peor es que no sabe vivir el presente hasta que no logra recordar su pasado.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6