A Tintín llegó por el mismo camino, el de plasmar superhéroes, como una manera de revivir su infancia, de volver a ese "mundo propio", feliz y tan suyo.
Aunque no se parece a Supermán o a Linterna Verde, el legendario periodista del creador Hergé, por el solo hecho de ser perseverante, curioso y luchar por la justicia, califica en esta categoría especial.
Con esa convicción, Gabriel Ortega creó una serie en la que el pelirrojo personaje aparece entre escenas de múltiples lecturas, hechas con minuciosidad y detalle.
Un fondo puede aludir a su otra pasión, la de restaurador y presentar una talla a mano, o una botella de gaseosa, despunta como todo un ícono pop. Tintín está en la cúpula de un rascacielos o se descuelga de un campanario.
Desde que se volvió budista -no el ala más ortodoxa-, trabaja con un sentido. "Cada uno tiene una misión" y a su manera es un héroe, en su vida. Por eso, valdría la pena revertir un poco de bondad y evitar menos caos a este mundo, añade.
De allí surgen sus cuadros, que tienen fondos que desafían la lógica, incluyen referentes históricos y escenas que hay que detenerse a mirar dos veces. Nada es un segundo plano, ni está puesto al azar.
Como ha sucedido con otros de sus personajes y series, a los que les ha rendido un homenaje: Frida Kahlo, Lady Di o la Madre Teresa de Calcuta. Ellas también, a su manera, son heroínas, dice.
Sus obras terminan por ser en tercera dimensión: personajes en porcelanicrom, óleo y acrílico y un marco final que no pasa desapercibido.
"Me meto en la historieta", precisa en conversación telefónica, desde Italia, donde vive. Son escenas imaginadas en el caso de Tintín, que tienen lenguaje de viñeta.
Luego de terminar su carrera de arte en Valencia, estuvo en diversos laboratorios, y en el año 2000 participó en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona.
En más de 15 años ha realizado mas de 70 exposiciones entre personales y colectivas en Europa y en América, dice en la reseña de su hoja de vida artística. Planea tener una exhibición de su último trabajo en la Galería Naranjo & Velilla, a principios de 2012.
Viajar y registrar
No olvida el colorido que tiene el país, a pesar de que vive en Europa desde hace más de 20 años, entre España e Italia, dos países que lo nutren porque tienen esa mezcla entre los contemporáneo y lo clásico.
Hasta allí le llega un poco del eco de Medellín, a donde viaja con frecuencia. En el color de las avenidas, como el de La Playa en diciembre, rememora. O en el verde del campo, tan parecido al paisaje de las afueras de Roma.
Cada día, luego de su rutina budista, Gabriel se enfrenta a sus ideas y proyectos; de hecho, trabaja con mucha disciplina. "Mis cuadros son como mis hijos".
Tan es así que no deja la instalación en manos de otros. Va hasta los lugares donde sus clientes están y elige el lugar perfecto para que se muestren los diversos ángulos y formatos, redondos o cuadrados.
Viajar es otra de las cosas que hace con frecuencia. De un mercado en Capadocia puede sacar una idea para un fondo y de una caminata por el bosque puede venir el siguiente plato, basado en un hongo que recolecta.
Nada, pinta, medita. Su vida es un inmenso lienzo en el que a pulso, va creando historias, que se parecen a los que imaginaba en su infancia, esa a la vuelve como un lugar recurrente, aún por inventar.
Sus héroes lo demuestran.
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