En los años 90, un cómico imitador suplantó la voz del exboxeador Kid Pambelé, y soltó en un programa radial la siguiente declaración: "es mejor ser rico que pobre". Desde entonces muchos colombianos repiten la frase en son de burla.
Nunca he sabido de qué se burlan exactamente. Me pregunto si les parecerá gracioso que el personaje al que se le atribuye la frase sea alguien que ganó mucho dinero y luego lo dilapidó. O si les resultará estúpido decir algo tan obvio.
No entiendo, digo, por qué se ríen de la frase cuando aparece asociada a Kid Pambelé, si es el primer mandamiento de nuestro Credo Nacional. Aquí todo el mundo piensa que es mejor ser rico que pobre.
Lo piensan el que ganó su dinero de manera legal y el que lo obtuvo en forma ilegal. Lo piensa el que no tiene un céntimo. Lo piensan el hacendado, el banquero, el narcotraficante, el político, el paramilitar, el contratista estatal, el funcionario venal, el guerrillero, el comerciante, el corredor de bolsa, el estafador, el empresario, el industrial.
Y no es solo que piensen eso: el país ha visto de sobra –y padecido– lo que son capaces de hacer con tal de cumplir la máxima.
Tal mentalidad nos ha costado sangre y lágrimas.
Gran parte de esa adoración al dios Dinero es fomentada por los medios de comunicación, los de Colombia y los de más allá de nuestras fronteras. Hay que ver cómo algunos periodistas que practican el matoneo cuando entrevistan a gente pobre, se vuelven un manojo de zalamería cuando el personaje es un magnate.
Y hay que ver, además, lo patéticos que se ponen esos medios cada vez que la revista Forbes publica la lista de los hombres más ricos del planeta, como sucedió recientemente.
Se ocupan del asunto, equívocamente, con fervor patriótico, y lo tratan como si fuera una competencia en la que se probara la calidad de los países.
"Tenemos cinco representantes en la lista Forbes", dice un diario español.
"Tres colombianos entre los más ricos del mundo", ripostan los medios de nuestro país.
"México, país iberoamericano con mayor número de multimillonarios: once", saca pecho una revista mexicana.
Es apenas obvio que esos magnates generen empleos y desarrollo.
Pero muchos de ellos también suelen cometer abusos: no pagan los impuestos que deberían, no rinden cuentas claras, prestan servicios deficientes que nadie les controla, estropean el ecosistema e incentivan la corrupción.
Pero ¿para qué decir eso, si resulta más cómodo exaltar sus aviones privados y dedicarse al pasatiempo de calcular sus fortunas?
Por simple glamour, ningún millonario de la lista Forbes admitiría que "es mejor ser rico que pobre", pero evidentemente es lo que piensan todos, y nadie se les ríe en la cara como a Pambelé. Así que si el chiste solo da risa cuando se le atribuye a una persona arruinada, es porque en este país mezquino la gente cree que los pobres no merecen la solidaridad sino la burla.
Y así nos va.
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