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HISTÓRICO
Un cuento
  • Andrés Felipe Arias | Andrés Felipe Arias
    Andrés Felipe Arias | Andrés Felipe Arias
Andrés Felipe Arias | Publicado

Hoy quiero contarles un cuento. Hace poco, en una tierra no muy lejana, existía un banco de apoyos. En ese banco no se distribuían apoyos de cualquier tipo. Por ejemplo, no se entregaban apoyos asistencialistas, o de esos que se reciben sin comprometer esfuerzo alguno a cambio. Por el contrario, los apoyos que allí se distribuían debían generar empleo, crear riqueza y mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos.

Todas las personas podían presentarse al banco y pedir un apoyo. Podían llegar blancos, negros, altos, bajitos, rojos, azules, pequeños y grandes. El banco había sido creado de tal manera que no pudiera existir discriminación o direccionamiento en los apoyos. Allí no funcionaban ni las roscas, ni las palancas, pues los apoyos se adjudicaban por convocatoria y por fórmula matemática. Es decir, ni el apellido, ni el color político de una persona importaban.

Ahora bien, para que una persona recibiera efectivamente su apoyo debía cumplir condiciones muy estrictas. Lo más importante era que demostrara una idea productiva generadora de empleo y de mayor calidad de vida para los ciudadanos. Por supuesto, nadie podía recibir más de un apoyo por idea productiva.

Un día unas personas inescrupulosas decidieron robar el banco. No lo hicieron a sangre y fuego como en las películas del viejo oeste. Lo hicieron de una forma ingeniosa, pero igualmente delictiva. Dividieron una sola idea productiva en cinco pequeñas ideas, y se presentaron a reclamar cinco apoyos. Engañaron al sistema y se salieron con la suya.

Es como si alguien llega a reclamar mil pesos que tiene ahorrados en un banco y cuando el cajero, por algún motivo, le entrega cinco mil pesos, la persona sale tranquila y oronda con la plata.

Sin embargo, alguien los denunció y los ladrones reconocieron su delito. Aceptaron que habían robado al banco, que habían engañado al sistema y que habían utilizado maniobras fraudulentas para recibir cinco veces más de lo que debieron recibir.

Inmediatamente comenzaron las pesquisas. Alguien tenía que pagar e ir a la guillotina. Así lo clamaba el público que observaba desde afuera y que quería sangre fresca. Pero especialmente clamaban por sangre de cierto grupo sanguíneo (de cierto Rh).

¿Saben ustedes quiénes subieron a la guillotina? Pues ni los ladrones, ni los cajeros, ni los vigilantes del banco llegaron a la guillotina. De hecho, ¡están en libertad! Corrieron con la suerte de no tener el tipo de sangre (el Rh) que la galería quería ver derramar.

Entonces, ¿a quiénes guillotinaron? A quienes contrataron las ventanillas del banco. Tal cual. Estas personas eran honestas y habían trabajado sin descanso durante la construcción del banco. Incluso decidieron tomar distancia del mismo para no interferir con su funcionamiento, y garantizar así su transparencia. Pero - ¡de malas! - tenían el tipo de sangre que el público quería sacrificar.

¿Con qué excusa los acusaron si no tenían nada que ver con el robo? Haber contratado directamente las ventanillas del banco. Estas inocentes personas alegaron que las ventanillas se habían contratado de esa manera toda la vida. Incluso demostraron que ese tipo de contratación era tradición y práctica inveterada en este tipo de construcciones. No importó. La contratación directa de ventanillas se volvió delito.

Los inocentes fueron guillotinados. La sangre corrió y el público se deleitó. ¿Y el banco? Se acabó. ¿Y el robo? Ya a nadie importó. ¿Y los verdugos? No supieron lo que hicieron. Dios los ha de perdonar.

Y colorín colorado, este cuento de horror ha terminado. Es un cuento de horror proveniente de un mundo al revés. Aunque hay quienes dicen que no es cuento.

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