Hoy, luego de leer las nutridas y bellas crónicas de su periódico EL COLOMBIANO, escribí el siguiente soneto que quiero ponerlo en sus manos.
Sé que nos abrazamos, mi estimada Directora, espiritualmente, en estos dolorosos momentos para ambos y para todos en general.
Soneto a un gran misionero
Aquel domingo azul de primavera
te internaste feliz en la espesura
a disfrutar la sin igual frescura
que brotaba en el campo por doquiera.
Luego perdiste el rumbo y en la espera
llegó la noche con su capa oscura
y se tornó en angustia tu aventura
al sentirte extraviado en la pinera.
Creo que allí escuchaste en ese instante
que Jesús, Compañero Caminante,
te llamaba a su lado desde el Cielo.
Hacia Dios ya tu espíritu ha partido
y aquí en la Tierra se quedó dormido
tu cuerpo entre los brazos del riachuelo.
Envigado 10.9.09
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