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La tragedia de Barcelona relatada por quienes se salvaron y ayudaron

  • Las Ramblas vuelven poco a poco a la normalidad a pesar del trágico recuerdo que guardan varios de sus habituales transeúntes. FOTO EFE
    Las Ramblas vuelven poco a poco a la normalidad a pesar del trágico recuerdo que guardan varios de sus habituales transeúntes. FOTO EFE
23 de agosto de 2017
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“La calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante en brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: la Rambla de Barcelona”. Así era el símbolo de la Barcelona que hechizó a Federico García Lorca, que el jueves pasado fue golpeada por la brutal sinrazón asesina.

El reloj marcaba las cinco de la tarde cuando Mark entraba en el restaurante Moka, en las Ramblas, para empezar su turno. En cuestión de segundos, la calma en la calle quedó interrumpida por gritos de pánico. Decenas de peatones se agolpaban hacia el interior del local en estampida. Junto al resto de sus compañeros, el camarero acogió a las más de 200 personas que permanecieron encerradas en el restaurante, escapando de la furgoneta de alquiler blanca utilizada en el atentado. “Estoy vivo porque me he apartado, pero estaba ahí y en pocos segundos he visto matar a varias personas con mis ojos”, cuenta el joven que se encontraba en el lugar del ataque.

El modus operandi usado en la ciudad condal, repitió los mismos parámetros que los atentados ocurridos en otras ciudades europeas. La camioneta recorrió 600 metros de las Ramblas, entre la Plaça Catalunya y la parada de metro Liceu. No eligió ninguno de los carriles para autos sino la rambla peatonal, ancha y llena de turistas. Y fue embistiendo gente en zigzag, pasando por la zona de Canaletas, donde festejan los triunfos los aficionados del F.C Barcelona, deteniéndose en el Gran Teatre del Liceu.

Barcelona respira cosmopolitismo hasta en la tragedia: se habla de más de 34 nacionalidades de los 100 heridos y 15 víctimas mortales del atentado, entre asiáticos, europeos, norteamericanos y sudamericanos. Por eso algunos intentan explicar el móvil del atentado en el hecho de haber atacado un objetivo turístico y, por ende, cosmopolita.

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En casi todos los episodios terroristas acaecidos ha habido personas comunes y corrientes que arriesgaron su propia integridad para tratar de detener el ataque o para echarles una mano a los heridos, en lugar de huir. Lluis es un joven catalán, Técnico en Emergencias Sanitarias, trabaja como vendedor en una conocida óptica cercana a Plaça Catalunya. Al escucharlo uno rápidamente nota una persona decidida, que evidentemente trabaja en esa tienda combatiendo la desocupación y precarización laboral actual en España. Lejos de ponerse a salvo —ni siquiera habían llegado los servicios sanitarios y la policía y fuerzas de seguridad aún no se habían desplegado por completo—, el joven avanzó hacia la primera herida del camino: una francesa con un traumatismo craneal. “Creo que he atendido a seis personas, pero he visto una treintena de heridos a mi alrededor. Era caótico, algunos de los policías eran muy jóvenes e, incluso, he tenido que decirle a una agente que se calmara, porque la gente nos necesitaba”, relata.

Manizaleño fue testigo del ataque

Muchos inmigrantes en Barcelona ven en el taxi un refugio mientras el trabajo es escaso en otros sectores. Este es el caso de Jaime, licenciado en administración de empresas nacido en Manizales y que vive en España hace cinco años. Como todos los días, Jaime se acercó en su taxi hacia el centro. Había dejado poco antes a unos clientes en la Plaça de Catalunya desde el aeropuerto, cuando vio que una furgoneta blanca bajaba por la zona central de las Ramblas a gran velocidad. “He visto salir volando a varias personas”, explica el manizaleño mientras espera con ansiedad que algún cliente suba a su coche por necesidad de empezar a ganar dinero, o solo por no querer hablar del tema públicamente.

Pese a eso, en su espera analiza como conductor profesional de la zona cómo, desde su perspectiva, la tragedia pudo haber sido mucho mayor. “Todo el mundo gritaba, pero en este tramo inicial no ha llegado a atropellar a nadie, ha sido más adelante. Este tramo es uno de los más anchos y con menos obstáculos, mientras que en Pla de la Boquería y el Liceu —donde quedó varada la furgoneta— es una zona de paso más angosta y está siempre más masificada”, concluye mientras compra un refresco frío para combatir el calor veraniego.

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Luto nacional y retorno a la normalidad

En los días posteriores a la tragedia la gente se acercó al lugar como si fuera a un velatorio, con esa intención catárquica previa a la aceptación de la tragedia. Colocaban flores en el suelo, encendían velas y se agrupaban en la Plaça Catalunya para un masivo minuto de silencio que encabezó todo el arco político español y catalán, unido en el marco de una tragedia que obliga a dejar momentáneamente las diferencias de lado. Asó lo planteó en la homilía el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella: “la unión nos hace fuertes, la división nos corroe”.

Del dolor y la rabia se pasó a la resignada aceptación de lo que es muy difícil de evitar, el espiral eterno. Terry Gilliam, en su profética película Brazil de 1985, imaginó un futuro en el que los camareros de los restaurantes ocultan con mamparas la parte del local donde los terroristas han hecho estallar una bomba, para que el resto de los presentes puedan seguir cenando. Por caricaturesca que nos resulte la idea —y más allá de confiar o no en el éxito del contraterrorismo—, una vez atendidas las víctimas no queda más opción que seguir cenando, yendo a conciertos o de compras. La constante regeneración del estilo de vida acabará por desactivar el terror.

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