Llegar a las aldeas donde trabaja la enfermera Erica Cravo toma dos semanas de camino, internándose por la selva amazónica del estado Mato Grosso do Sul, en Brasil.
Cravo viaja acompañada de una clínica móvil del proyecto de Médicos Sin Fronteras (MSF) en la región, y ese lugar es su segunda parada, después de pasar por Manaos, también llevando atención a las poblaciones alejadas.
Adentrarse en una vasta jungla, en un contexto de pandemia y en medio de incendios forestales que acaban con la cobertura arbórea es una misión que pocos asumen, pero que la enfermera tomó como suya. Su casa temporal es la comunidad indígena Terena y su tarea con ellos es guiarlos para detectar el coronavirus y otras enfermedades como la depresión.
Solo desde finales de agosto, ella y su equipo han llegado a once pueblos de la región, impactando a cerca de 11.000 indígenas, entre pacientes y sus familiares. El número de contagiados en ese estado es de 2.274 casos solo en los aborígenes y en todo el país la cifra alcanza los 29.948, según el Ministerio de Salud.
En esas zonas no hay más profesionales de la salud, tampoco hospitales, pero sí mucho por hacer porque ellos “son más vulnerables, son pobres y no tienen acceso al sistema. Cuando llegué estaban asustados, y ahora, con nuestros equipos en el terreno, podemos monitorearlos”, relata Cravo.
En las aldeas la sanidad funciona así: hay líderes comunitarios entrenados en el tema, el gobierno envía misiones médicas temporales y organizaciones internacionales como MSF entran a robustecer ese apoyo. Si hay un paciente delicado, deben trasladarlo a un hospital en la zona urbana, pero llegar a la ciudad toma casi esos quince días de camino que Cravo tuvo que recorrer para llegar hasta allá.
Edivaldo Félix siguió esa senda rumbo al hospital del municipio de Aquidauana, el casco urbano más cercano. Él trabaja como agente comunitario de salud y fue de los primeros en contraer el coronavirus en su aldea, mientras brindaba atención a otros indígenas. Salió de su casa con síntomas y tuvo que pasar 31 días internado. Ya regresó y está convencido de que tras haberse enfermado podrá brindar atención a otras personas desde su experiencia con la pandemia.
El líder indígena Almires Martis cuenta que esos dos problemas nacen de uno solo. “El gobierno alentó la invasión de áreas protegidas para la minería, la tala y la agricultura. Por eso llegan acaparadores de tierra que deforestan el bosque y consigo traen enfermedades que antes no afectaban a nuestra gente”.
Durante el Ejecutivo de Jair Bolsonaro, la destrucción de tierras indígenas va en aumento. El proyecto TerraBrasilis del INPE encontró que en 2018 se deforestaron 242,5 kilómetros cuadrados de esos sectores, cifra que se duplicó para 2019 a 490,8 kilómetros cuadrados. Ese periodo de medición coincide con el primer año de gobierno de Bolsonaro.
La poda no solo se hace con motosierras, sino también a través de la quema y solo en septiembre se registraron 32.017 focos de incendios forestales. En medio de ese panorama, entre el coronavirus, las conflagraciones y la deforestación, los indígenas luchan por sobrevivir y recuperar su selva.
Un reporte entregado ayer por el INPE indicó que más de 7.000 kilómetros cuadrados fueron deforestados en la Amazonia brasileña entre enero y septiembre. “Las cifras de deforestación siguen siendo altas e inaceptables. En septiembre, una superficie equivalente a dos canchas de fútbol fue talada, por minuto, de forma ilegal”, dijo a la Agencia AFP Marcio Astrini, secretario ejecutivo de la ONG Observatorio do Clima.
Periodista internacional, amante de los perros y orgullosa egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.