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Todo fue cuestión de días. Medio Oriente comenzó la semana con dos anuncios que prendieron las alarmas. El primero, del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, quien dijo que las Fuerzas Armadas se preparaban para una ofensiva contra las milicias kurdas ubicadas en la frontera de este país con Siria. El segundo, de Donald Trump, quien efectuó el retiro de tropas nortemaericanas que respaldaban a esas milicias.
Ayer miércoles, mientras eran evacuados tanques de guerra con banderas de Estados Unidos, llegaban vehículos con insignias turcas. A las 3 de la tarde llegó la orden que esperaban: el ataque. Las Fuerzas Armadas turcas y el Ejército nacional sirio (rebeldes apoyados por Turquía) desplegaron sus aviones y bombardearon objetivos de las milicias kurdas.
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Estas, entonces aliadas de Estados Unidos en la lucha contra el Estado Islámico, se instalaron en la frontera, ganando terreno con cada derrota al grupo yihadista. En el área que Turquía invade, el noroeste de Siria, custodian a integrantes de esa asociación terrorista que podrían quedar libres. “Esto puede repotenciar la capacidad operativa del Estado Islámico”, afirma el profesor de ciencias políticas de la Universidad del Norte, Janiel David Melamed.
Turquía en el ajedrez sirio
Para Turquía, las milicias kurdas son terroristas y las relaciona con las guerrillas kurdas que hay en su país. Pero, más allá de facciones armadas, los kurdos son un pueblo que habita en la región montañosa del Kurdistán y que tiene más de 40 millones de integrantes, cuenta con su propia lengua y desde el fin de la Primera Guerra Mundial y las negociaciones posteriores, en 1920, se quedó esperando la creación de un estado kurdo.
Su territorio nunca llegó y por eso están asentadas en Armenia, Irak, Irán, Siria y Turquía. En este último viven unos 20 mil kurdos. Algunos de estos tomaron las armas para combatir el yihadismo y por la reivindicación de las tierras que consideran deberían ser de su dominio.
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El maestro en estudios de Medio Oriente de la U. Católica de Milán, Juan Sebastián Brizneda, explica que Turquía busca “dispersar una ‘amenaza’ para evitar que su enemigo interno se fortalezca en sus fronteras”.
Más allá de la guerra declarada a los kurdos, hay intereses geopolíticos. Cuenta con el segundo mayor ejército de la Otan y, de acuerdo con el profesor de estudios del Medio Oriente de la U. Externado, Felipe Medina Gutiérrez, “bajo el liderazgo de Erdogan y su partido se quiere mostrar como un actor importante a influir en las decisiones de la región”.
Turquía está entre Medio Oriente y Europa. Su territorio es un punto de paso para los que quieren llegar al viejo continente, especialmente refugiados que huyen de las guerras del área. En su país hay 3,6 millones de personas en esta condición y su fin al despejar la zona limítrofe es enviar a estas comunidades devuelta a Siria, en la mitad de un país en guerra y otro que se niega a recibir la migración.
De conseguirlo, para el profesor Melamed, cambiarían la composición étnica de esta región para que los refugiados mitiguen la influencia kurda. Pero el camino a ese objetivo está mediado por una ofensiva bélica que acentúa la crisis humanitaria en Siria y que ya es motivo de convocatoria a un Consejo de Seguridad en Naciones Unidas