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A Islas Canarias llegaron entre octubre y noviembre 12.000 migrantes africanos desde Marruecos, Mauritania y Senegal, según la presidencia del archipiélago español. Este, que está más cercano a tierra firme de África que de Europa, es por estos días el punto de encuentro de los desplazados que intentan llegar a la Unión Europea buscando protección internacional.
Por esa ruta, la del Atlántico, 500 personas han fallecido en naufragios en este 2020, cuando las pateras en las que salen desde las áridas playas africanas naufragan por sobrecupo de personas, por los embates que han sufrido atravesando el mar, o como sucedió el 15 noviembre pasado, por una explosión, cuando el motor de una lancha que llevaba 130 personas estalló, según el registro de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). De ese grupo solo 60 sobrevivieron.
El archipiélago no quiere recibir a los refugiados que huyen de la pobreza y las acometidas del cambio climático que tiene a sus países de origen pasando hambre. Como lo dijo el pasado martes el presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, “las Islas no serán cárcel ni muro de Europa” .
Pisar ese conjunto de islotes paradisíacos ubicados a una milla de distancia del suelo continental es un sueño para los refugiados, pero un asunto diplomático para las naciones porque España está acercándose a los gobiernos de Marruecos, Mauritania y Senegal para pedirles que controlen las salidas desde su territorio.
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Onio Reina, de la organización Proemaid, que por estos días coordina labores humanitarias en Canarias y en el mar Meditérraneo, aseguró que “cuando tienes una necesidad imperiosa de sobrevivir, de darle comida a tus hijos, no hay manera de que puedas frenar tu instinto de supervivencia. Por muy altas que sean las restricciones, las personas intentarán llegar”.
Rescatar a los migrantes en el océano es más complejo. Algunos barcos que ejecutaban labores humanitarias en altamar como el Ocean Viking de SOS Méditerranée están frenados por restricciones portuarias, otros como el Astral de Open Arms y el de Proemaid han podido navegar, pero con limitaciones.
Gracias al virus los puertos exigen que después de las labores de rescate las embarcaciones –con tripulantes y migrantes rescatados a bordo– guarden cuarentena de quince días antes de llegar a la costa. Por eso Reina comenta que cuando un barco podía hacer diez misiones en un año ahora solo alcanza a realizar cuatro, por los aislamientos y protocolos para zarpar nuevamente.
Frontex, la agencia de fronteras de la Unión Europa, calcula que 19.700 migrantes ingresaron por tierra al territorio común en los primeros diez meses de 2020. Por el Mediterráneo llegaron 13.400. En Canarias, entre tanto, Amnistía Internacional y Human Rights Watch señalaron que los servicios están saturados por las más de 18.000 llegadas que hubo en todo este año.
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Migración y pandemia
Con el coronavirus 77 países han impuesto restricciones de ingreso a todos los migrantes, excepto a los solicitantes de asilo; otros 67 niegan de forma rotunda el ingreso al territorio y solo 27 mantienen sus pasos fronterizos habilitados.
Entre esos que restringen la llegada de los desplazados internacionales están Colombia, Estados Unidos y Grecia, que pertenecen al grupo de los principales receptores de movilidad humana, según las estadísticas de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
En tiempos de pandemia se han encontrado dos derechos. El primero, de los Estados, que tienen la potestad de cerrar sus fronteras. El segundo, el principio de no devolución del Derecho Internacional, que indica que las personas no pueden ser regresadas a su país de origen porque se entiende que se trasladaron por necesidad, huyendo de la persecución.
Por eso, dice Acnur que la migración debe ser una de las excepciones al cierre de fronteras cuando se trata de personas que se desplazan buscando protección internacional. Desde comienzos de 2020, cuando los países se aislaron por la pandemia, se levantaron barreras a la movilidad humana, pero esto no significó que la urgencia de desplazarse se fuera y, mucho menos, que las personas dejaran de emprender caminos para huir de sus casas.
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Esa agencia de la ONU tiene identificadas varias emergencias mundiales por la migración. De Nigeria parten refugiados a Chad, Camerún y Níger huyendo del conflicto con Boko Haram. Esos países también reciben los expatriados de la violencia de República Centroafricana.
Desde Siria cruzan a Turquía o zarpan hasta la isla griega de Lesbos por la Guerra Civil. También parten de República Democrática del Congo hacia Angola, Zambia y otros lugares de África. Asimismo, en Sudán del Sur los enfrentamientos de diferentes grupos armados expulsan a la gente a Etiopía, Sudán y Uganda.
Y los rohinyás que viven en el campo de refugiados más grande del mundo en Cox’s Bazar, Bangladés, donde casi un millón de personas residen en casas de plástico y madera, siguen sin poder regresar a casa.
En abril Amnistía Internacional pidió a los gobiernos asiáticos que dejaran desembarcar a estas personas en tierra firme porque las chalupas estaban naufragando cuando partían desde Birmania, donde esta comunidad musulmana es una minoría étnica.
Hay otras dos que están en América. El desplazamiento desde Centroamérica que llega a la frontera de México con Estados Unidos y la migración de los venezolanos que huyen de la emergencia humanitaria compleja por la que pasa su país. Ninguna se ha detenido.
América en movimiento
Un migrante centroamericano, cuya identidad se reserva, huyó de la violencia en su país y al llegar a México fue secuestrado. Sus captores lo llevaron a un estado fronterizo con Estados Unidos donde su celda era una piscina de basura y su comida los desechos que le servían como cárcel. Lo obligaron a violar a dos mujeres, madre e hija, con la amenaza de matarlo. No lo soportó. Logró fugarse.
Su historia la conoció EL COLOMBIANO. Allá, en Centroamérica, la migración se frena con militares. En octubre una caravana de 3.500 personas partió desde Honduras a Estados Unidos, pero no logró ni salir de su país porque en la frontera con Guatemala un retén del Ejército los reprimió. Sin cómo cruzar, tuvieron que regresar.
Los que alcanzan el paso hacia Estados Unidos tienen que quedarse en albergues del Gobierno o regresar a México, que ha sido catalogado como el tercer país seguro, es decir, el destino para los que no logran cumplir su sueño americano. Pero el relato de ese migrante demuestra que ese no es un territorio seguro para los desplazados.
En el borde de Estados Unidos la situación es tan compleja que fue uno de los temas que el Partido Demócrata aprovechó pare cuestionarle al presidente saliente Donald Trump en la campaña de las elecciones que se realizaron en noviembre.
Néstor Rubiano, responsable de salud mental de los proyectos de Médicos Sin Fronteras (MSF), afirma desde la frontera que las causas estructurales por las que la gente sale de sus países de origen siguen estando presentes, y es enfático al señala que el coronavirus agravó la situación.
En esa región, el Triángulo Norte de Centroamérica, la gente migra de El Salvador, Guatemala y Honduras por la violencia de las pandillas y la pobreza. Mirando el mapa, un poco más abajo de esos países está Nicaragua, donde la gente deja su casa por la represión a los opositores del Ejecutivo de Daniel Ortega. En Suramérica las personas también migran fugándose de un gobierno similar al de Ortega: el de Nicolás Maduro en Venezuela.
Venezolanos al escape
Las cifras de Migración Colombia sobre la población venezolana indican que hasta septiembre 1.715.831 migrantes residían el país , según el reporte de la entidad, de los que 946.624 estaba en condición irregular. Es decir, la mayoría de las estadías en el territorio nacional se están dando sin documentación.
Sin embargo, al menos en las cifras, el fenómeno de movilidad humana se mostró a la baja porque desde marzo de este año casi 110 mil personas retornaron a su nación por motivo de la pandemia, cuando la frontera fue cerrada.
El problema es que, como lo indicó el director de esa entidad, Juan Francisco Espinosa, en entrevista con este diario, 300 migrantes están entrando diariamente por las trochas, especialmente por el río Táchira, cargando a cuestas sus pertenencias para llegar al país.
No obstante, las estadísticas son dispares y el reporte de la Organización de Estados Americanos presentado esta semana habla de 500 ingresos diarios. A pesar de las diferencias esos números muestran una misma realidad: el cierre de fronteras, que por ahora se extiende hasta el 16 de enero de 2021, no detuvo la migración.
“Tras la reapertura de frontera habrá un repunte en las llegadas a Colombia”, aseguró Espinosa. Esa tendencia no sucede solo en Suramérica, está en todo el mundo, porque aún con las fronteras cerradas y los países en cuarentena, las necesidades que impulsan a las personas a migrar persistieron