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La Sociedad de Mejoras Públicas, el hada madrina de Medellín, nació en un viaje a lomo de mula

A finales del siglo XIX y principio del XX Medellín disfrutaba del dinero de la minería, pero no tenía agua potable ni energía ni vías, el cambio vino gracias a la alianza público-privada.

  • Medellín era una ciudad con dinero, gracias a la minería, pero le faltaba todo: agua potable, vías, energía. La Sociedad de Mejoras Públicas fue el hada madrina que facilitó la materialización del desarrollo. FOTO: ÁLBUM DE LA SOCIEDAD DE MEJORAS PÚBLICAS
    Medellín era una ciudad con dinero, gracias a la minería, pero le faltaba todo: agua potable, vías, energía. La Sociedad de Mejoras Públicas fue el hada madrina que facilitó la materialización del desarrollo. FOTO: ÁLBUM DE LA SOCIEDAD DE MEJORAS PÚBLICAS
Luz María Sierra

Directora de EL COLOMBIANO.

04 de octubre de 2025
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Cuando el país se enredó en la Guerra de los Mil Días, Medellín creó la Sociedad de Mejoras Públicas.

Era diciembre de 1898. Carlos Eugenio Restrepo, que iba a ser presidente de Colombia 11 años después, y Gonzalo Escobar, ingeniero egresado de las Escuela de Minas, venían de regreso de Bogotá a Medellín cada uno en su respectiva mula.

Restrepo –quien recordó esa anécdota mucho tiempo después– contó que cuando salían de Facatativá para tomar el camino de Villeta y Guaduas, “Gonzalo, volviéndose hacia nosotros con su aire serio y meditabundo, nos preguntó: ‘¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de Bogotá?’”.

Restrepo le respondió que “nada en especial”. A pesar de que los dos eran relativamente jóvenes, por los 30 años, ya habían tenido oportunidad de estar en Bogotá cuatro años antes y en el viaje anterior ya habían “estudiado el museo, la biblioteca, las iglesias, los cuadros notables, las casas históricas, las tradiciones coloniales y la sociedad” y que poco o nada había cambiado.

Pero como el trayecto podría tomarles 15 días, o un mes si los cogía el mal tiempo, se acomodaron en su cabalgadura porque lo que les sobraba era tiempo para conversar.

Restrepo mencionó entonces tres cosas que le llamaron la atención de la movida política de la capital. La primera, “la esterilidad de nuestros Congresos y la pequeñez de sus mayorías porque carecen de ideales”. Solía criticar la costumbre de los congresistas de usar el cargo para obtener contratos o favores burocráticos, de hecho en una carta de 1909 escribió: “El Congreso no legisla: acomoda. No discute las leyes: las negocia”. Nada muy distinto a lo que vivimos ahora.

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El segundo punto que mencionó como peculiar de lo visto en Bogotá fue “el talento agudo y agresivo y la pose solemne de Fray Candil”. Se refería a José María Vargas Vila, un escritor liberal radical, famoso por su estilo incendiario, anticlerical y anti-conservador, que firmaba sus artículos con ese seudónimo.

Ese momento de la historia de Colombia, hace 125 años, se parece a la polarización que vivimos hoy: el país estaba dividido a tal punto que apenas diez meses después de esa conversación a lomo de mula se encendió, en octubre de 1899, la Guerra de los Mil Días.

Aunque las cifras exactas varían según las fuentes, los historiadores coinciden en que la guerra causó entre 80.000 y 120.000 muertos, en un país que entonces tenía apenas unos cuatro millones de habitantes. Es decir, es como si hoy murieran 1 millón o 1 millón y medio de personas en tres años de guerra en Colombia.

Vargas Vila interpretaba a los liberales más extremos como cualquier tuitero mordaz de hoy, al punto de que a los liberales tradicionales les parecía una exageración. La gota que rebosó la copa de la división fue la elección de Manuel Antonio Sanclemente como presidente.

Y ese fue precisamente el tercer comentario que hizo Restrepo, a manera de resumen, de la visita a Bogotá: “Llevamos también grabada la figura venerable y senil del señor Sanclemente y la bochornosa pedrea de su posesión presidencial”.

Sanclemente era un hombre de 84 años al que nunca se le había ocurrido ser presidente pero como el Partido Conservador estaba dividido en dos –los “nacionalistas”, devotos del orden y del clero, liderados por Miguel Antonio Caro, y los “históricos”, más moderados y temerosos del fanatismo, entre los que estaba Sanclemente– su nombre fue el único que logró consenso.

Su posesión, como recordaba Carlos Eugenio a lomo de mula, pasó a la historia por la zambra que se produjo: liberales y conservadores se enfrentaron a piedra ese 7 de agosto de 1898 en la Plaza de Bolívar. Y apenas catorce meses después en Santander se levantaron en armas los liberales Rafael Uribe Uribe y Gabriel Vargas Santos para dar comienzo a la guerra de los mil días.

Así se creó la Sociedad de Mejoras Públicas

Detenernos en el detalle de cómo estaban de alteradas las emociones en el país político tiene sentido para ver el alto contraste con la conversación que sostenían nuestros personajes en su viaje a mula. Restrepo hizo un buen resumen de lo que pasaba en política, pero Gonzalo Escobar le dijo que a él lo que más le había llamado la atención era “la Sociedad de Embellecimiento” recién creada en Bogotá. Dijo que le parecía “una gran idea” y propuso fundar en Medellín algo parecido.

Restrepo le siguió la corriente y cuando pasaban por los cascajales de Albán ya era una decisión tomada: “Viendo cómo el sol encendía las neveras de la Cordillera Central y pensando que en el cerebro de nuestro compañero, modesto y bueno, alumbraba una idea luminosa”, escribió Restrepo.

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No deja de ser simbólico que mientras el país se preparaba para una de sus guerras civiles más sangrientas, dos señores montados en mulas en el corazón del país estaban gestando la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín (SMP).

El 9 de febrero de 1899, Carlos E. Restrepo invitó a su oficina, en la calle de Carabobo, a cerca de 30 políticos, comerciantes y precursores de la industria y los comprometió a crear una junta para velar por el ornato y embellecimiento de Medellín.

La SMP fue la semilla que durante todo el siglo e incluso en lo que llevamos del siglo XXI ha mostrado un modelo de gestión pública particular en Medellín: los empresarios y la comunidad comprometidos de manera directa con el destino de la ciudad.

No es fácil saber si fue la Sociedad de Mejoras Públicas la que creó ese espíritu de compromiso con la ciudad o si más bien fue la que canalizó el carácter de servicio público que ya estaba instalado en diversos dirigentes de Medellín. Lo cierto es que ese particular espíritu de servicio ha sido crucial para el progreso de la ciudad en ese entonces y también ahora.

La Sociedad de Mejoras Públicas actuó casi como una alcaldía paralela. Donde el gobierno local no tenía recursos o había puesto el ojo, allí estaba la SMP haciendo su aporte.

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Y es que para ese momento Medellín estaba urgido de que le dieran una mano. Para ese entonces, la ciudad tenía unos 50.000 habitantes. Es decir, lo que cabe hoy en el estadio Atanasio Girardot.

Pero tenía un pequeño detalle: a pesar de la dificultad de escalar y bajar las montañas para llegar al Valle de Aburrá, o tal vez por eso, se había convertido en el lugar común de mucha riqueza: a partir de 1880, llegó el boom del café y los dueños de trilladoras y exportadores del grano, tenían la sede principal de sus negocios en Medellín.

La mina del Zancudo, como hemos contado en otros capítulos de esta sería, estaba en el esplendor de su extracción de oro y plata y se convirtió en la empresa más poderosa del país. Para 1887 producía al mes 68 libras de oro y 53 de plata.

Von Schenk, un alemán que pasó por la ciudad en esa época dejó escrito: “Tal vez existen pocas ciudades de las mismas proporciones en Sur América donde haya tantos capitales concentrados como en Medellín y el número de familias que se pueden calificar como ricas es enorme”.

Pero advertía que “llevan una vida, con muy pocas excepciones, que no deja sospechar la riqueza que poseen, generalmente obtenida por el comercio y la minería”. Y puntualizó que “también la clase media o la ñapanga (artesanos y dueños de tiendas) es generalmente acomodada”.

Medellín se convirtió en la capital de los extranjeros que llegaban a aplicar nuevas técnicas mineras, de las sociedades que se creaban alrededor de la minería, de las fundiciones que revolucionaron el desarrollo minero y de los bancos que administraban la plata.

Otro extranjero, Pierre D’Espagnat, escribió en ese 1898: “Medellín es el centro y el estómago de la región del oro, es la bomba aspirante de las grandes minas colombianas. No porque estén situadas en las inmediaciones de la ciudad, sino porque es a ésta a la que fluyen, donde convergen los negocios, los informes y los lingotes, los propietarios y los arrendatarios de las minas”.

Había oro, café, negocios y plata pero –como también hemos contado en otro capítulo, según dijo Mon y Velarde–, Medellín había sido una de las regiones más atrasadas. Ya existían fábricas como Locería Colombiana, Chocolatería Nacional, Tipografía Bedout y Cervecería Restrepo, que derivarían en algunas de las más grandes empresas del Siglo 20 en Colombia, pero en 1898 la ciudad aún no había aún energía eléctrica, el principal combustible era la leña y tampoco había agua corriente ni potable. Para bañarse, tocaba hacerlo en una quebrada. No era fácil la vida en la ciudad.

“Son ellos comerciantes ultra-astutos y acostumbrados a vivir tan modestamente a la vez, que el comerciante europeo orientado hacia mejores condiciones de vida, no es capaz de competir con ellos”, escribía Alfred Hettner en 1884, refiriéndose a los paisas.

¿Qué hizo la Sociedad de Mejoras Públicas?

En sus inicios la Sociedad de Mejoras Públicas hacía desde concursos para decidir como llamar una calle –de uno de ellos nació el nombre de La Playa– hasta comprar las bancas para el mobiliario de la ciudad y todo lo que tuviera que ver con la modernización urbana. Gonzalo Escobar lideró la creación de un servicio de correo urbano, fue el primero en el país manejado por una entidad privada. La Sociedad también gestionó la llegada de la telefonía pública y apoyó la construcción del primer acueducto.

Cada obra, por pequeña que pareciera –desde empedrar una calle hasta sembrar árboles en un parque– fue consolidando una cultura ciudadana: los habitantes de la ciudad empezaron a ver que el progreso material y el embellecimiento de su entorno requerían el esfuerzo de todos.

Para 1913, por ejemplo, se diseñó el primer plan de desarrollo de la ciudad: el Plano Medellín Futuro. En aquel entonces Medellín sufría por calles estrechas sin alcantarillado, basuras y aguas residuales a cielo abierto. El plan buscó ordenar la expansión urbana, sentando bases para dotar de acueducto y saneamiento a la creciente población. Detrás de iniciativas como esta estuvo un nombre clave: Ricardo Olano, quien ingresó tras la guerra y se convirtió en infatigable promotor de esta escuela de ética cívica.

El impacto de la Sociedad de Mejoras Públicas no se limitó a planes en papel. A lo largo del siglo XX materializó obras emblemáticas que le cambiaron la cara a la ciudad.

Gracias a su gestión o liderazgo se hicieron obras o se crearon instituciones como el Instituto de Bellas Artes (1910), el Bosque de la Independencia (1913), hoy Jardín Botánico, el Zoológico Santa Fe (1953), el Teatro Pablo Tobón Uribe (1952-1967), y el Pueblito Paisa (1978).

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También canalizó el río Medellín (1920’s), hizo como ya se mencionó el Plano Medellín Futuro (1913), promovió la apertura y arborización de la Avenida La Playa, le metió mano al Parque de Berrío, al Parque de Bolívar así como a puentes y caminos empedrados.

En otros casos, contribuyó en la construcción del Hospital Pablo Tobón (1970), fue crucial para resucitar el Museo de Antioquia (1937) y facilitó la instalación de la Biblioteca Pública Piloto (1952). Y otras obras como el aeropuerto Olaya Herrera y el Hotel Nutibara, si bien no participó directamente, fueron fruto del pensamiento modernizador de la SMP.

Es curioso cómo la Sociedad de Mejoras Públicas se mantuvo activa y sobrevivió a pesar del torbellino nacional de la Guerra de los Mil Días. La SMP nació en febrero y en octubre estalló formalmente la guerra civil. Suspendió sesiones durante más de un año (del 21 de octubre de 1899 hasta febrero de 1901), pero en cuanto la situación se normalizó la Sociedad retomó con bríos su agenda.

Hay quienes afirman que la propia existencia de la SMP reflejaba el anhelo de la élite local de apartarse de la violencia y enfocar energías en proyectos constructivos. Al fin y al cabo mientras el país se desgarraba en bandos, en Medellín políticos colaboraban hombro a hombro en la empresa de embellecer y modernizar la ciudad.

“Sólo queremos paz para poder progresar”, fue la consigna que acuñó la clase dirigente de la región, según dijo algún estudioso, para expresar su apatía por los conflictos políticos que allá se inventaban.

Ese espíritu de hacer alianzas para el progreso de la ciudad se ratificó 75 años después con la creación de Proantioquia.

Medellín, de ser la más atrasada de la colonia como dijo en su momento Mon y Velarde, pasó a ser la más reconocida. “Es la ciudad donde se vive con mayores comodidades y la que va a la cabeza en desarrollo industrial. Ella representa en Colombia, con relación a Bogotá, un papel semejante al de Nueva York con respecto a Washington. Las mejores fábricas del país son las de Medellín. Su casa de moneda acuña prácticamente todo el oro colombiano. El café de Medellín tiene cotización separada en los mercados del exterior. Su Sociedad de Mejoras Públicas ha enseñado civismo a las restantes ciudades de la nación. Su escuela de minas ha preparado a los mejores ingenieros. Y, por último, sus hombres manejan todos los grandes negocios y sus escritores han creado una fuerte y excelente literatura autóctona”, escribió en 1937 Daniel Samper Ortega.

Carlos E. Restrepo, el fundador de la Sociedad de Mejoras Públicas, se convirtió en uno de los seis presidentes de Colombia que hasta ahora ha tenido Antioquia con tres Ospinas, Belisario Betancur y Álvaro Uribe.

Abogado de la Universidad de Antioquia, desde joven se mostró inconforme con la violencia política y la intolerancia de la vida nacional. Elegido presidente en 1910, gobernó con un espíritu de reconciliación poco común en nuestra historia. Sacó adelante una reforma constitucional y cambió el sistema de elección presidencial que mortificaba, y con razón, a los liberales porque les cerraba el camino del poder.

Su estilo austero y su fe en la palabra lo convirtieron en un raro ejemplo de moral pública. Al finalizar su mandato en 1914, regresó discretamente a Medellín, desde donde continuó escribiendo sobre los deberes morales de los dirigentes y el valor del ejemplo cívico. En una época de caudillos y retórica de guerra, su apuesta por el diálogo y la ética lo hizo ver, para muchos, como un presidente “demasiado decente para la política colombiana”.

El filósofo Fernando González lo admiraba por su honestidad, aunque lo consideraba demasiado moralista.

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