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Compraventas en Medellín se empeñan en sobrevivir

Un salvavidas para los pobres en las crisis y un relicario de historias y cachivaches. Las compraventas están de capa caída. El “gota gota” y el canibalismo en el gremio pasan factura.

  • Televisores, cámaras fotográficas, taladros y hasta un par de botas pueden encontrarse en las prenderías de la ciudad. Belén, Bolívar, Antioquia y Envigado son las zonas que más concentran este tipo de negocios . FOTO Juan Antonio Sánchez y Henry Agudelo.
    Televisores, cámaras fotográficas, taladros y hasta un par de botas pueden encontrarse en las prenderías de la ciudad. Belén, Bolívar, Antioquia y Envigado son las zonas que más concentran este tipo de negocios . FOTO Juan Antonio Sánchez y Henry Agudelo.
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  • Compraventas en Medellín se empeñan en sobrevivir
14 de febrero de 2016
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“¿Por el reloj de la esquina? Por ese ya le cobro como si fuera reliquia, por los años que lleva acá”, responde Andrés Londoño, vendedor en una casa de empeño en Belén. Inspecciona el mecanismo, dos soplos merman el polvo de la mica, pero el metal sigue oscurecido, empañado.

“El negocio ha caído mucho, esto ya no era como antes. Le puedo hacer la cuenta de las cosas que ya tienen más tiempo que Jairo trabajando acá”, mientras señala a su compañero, que sólo despertó del letargo cuando escuchó su nombre, quitó los ojos de su teléfono y sonrió, asintiendo.

Los años en los que la necesidad daba buen rédito son de a poco, más lejanos. Las casas de compraventa en Medellín parecen negocios en los que el tiempo se detuvo. El mundo siguió, vertiginoso, sin engranarlas en su dinámica.

Según la Cámara de Comercio de Medellín, en la ciudad hay actualmente 375 empresas registradas para realizar “contratos de compraventa con pacto de retroventa”, como se conoce la figura legal que explica la centenaria actividad.

Mientras extiende el brazo para mostrar un reloj que “llegó hace poco”, Andrés cruza el umbral de una reja metálica color ocre que, si no fuera un mal chiste, habría sido empeñada por alguien con una casa grandísima en el barrio Belén.

También las hay reunidas en Barrio Antioquia, La América, la calle Colombia, Envigado y el centro de Medellín. Parecen hileras de la necesidad.

“A nosotros nos siguen diciendo el banco de los pobres. Ese es el nombre de bautismo de este negocio, de amores y de odios. Pero, al final de cuentas, uno siente que muchas veces ayuda”, confiesa Juan Vélez, dueño de una compraventa contigua a la estación metro San Antonio.

Al tiempo que explica cómo funciona el negocio, señala artículos que parecen de museo y limpia con el codo una licuadora nueva: “ya no presto por estas cosas. Ésta la recibí porque una señora estaba urgida de plata. Sólo pude darle 20 mil pesos, es que esto nuevo vale 50 mil”, justifica.

Un pasacintas viejo y un VHS reposan arriba de un televisor nuevo de 32 pulgadas. Mientras tanto Juan juega: ¿usted qué cree que es esto?, mientras trae un grabador de voz de los años 70. Luego de guardar el cachivache, confiesa que en los últimos dos años han cerrado tres de las casas de empeño de la zona. “Se las comen los arriendos y la guerra de precios”.

Justamente, ese es una de las mermas del negocio. El presidente de la Federación Nacional de Compra Vendedores con Pacto de Retroventa (Fenacoven), Juan Esteban Bedoya Ocampo, explica que “nosotros no cobramos un interés propiamente, pactamos un monto de recompra con el cliente. Pero muchas compraventas que no están afiliadas a nosotros ponen en sus negocios tasas de interés y eso es competencia desleal” (ver entrevista).

Eso se confirma con un sondeo en casas de empeño, donde puede encontrarse una “tasa de interés” en estos negocios desde 4,5 hasta 10 por ciento.

La renta de la necesidad

María Isabel Mejía lleva 17 años como propietaria de una de las compraventas, de la carrera Bolívar, en el centro de la ciudad. Con voz tajante afirma que “este ha sido uno de los inicios de año más solos. Incluso creo que nos estamos sosteniendo por los clientes de toda la vida”.

Justamente los dos primeros meses del año coinciden, o bueno, coincidían frecuentemente con el mejor periodo para las compraventas locales. Era el mes en que la necesidad sacaba más las uñas en los hogares.

De eso aún queda un rastro. Estos negocios siguen siendo un salvavidas de última hora.

Dos curiosos rodeaban una lavadora que ya perdió el blanco de fábrica y tomó un tono amarillento, propio del sol y del uso. Por su lado, entra Lina González al local de Mejía, como evitando que ser vista.

Sin más de 40 años, en sus manos lleva una bolsita de terciopelo. “Yo no vengo muy seguido por acá, pero cuando toca...toca”, confiesa.

La matrícula del colegio de su hijo y la larga lista de útiles escolares le desfondó el bolsillo y “como estoy desempleada desde hace dos meses, no tengo otra forma de darle las cosas al niño, y me inicia clase la otra semana”.

Al darle la vuelta a la bolsita, del terciopelo rojo salió una gargantilla de oro, “no la uso mucho, pero no la voy a dejar perder”, justificó mientras esperaba a la dueña en el mostrador para ver cuánto podía conseguir por ese acto de desapego.

Entre tanto, los dos hombres que inspeccionaron la lavadora desistieron de comprarla. “Dura de vender”, pensó en voz alta la dueña de la compraventa.

Al otro lado del mostrador, está Sergio*, que llegó sudando y agitado. En sus manos un celular. “Ahorita necesito plata urgente para arreglar mi moto, con ella es que trabajo y no hay de otra”. Saca su teléfono y empieza la negociación.

“Pero tráigame la fotocopia de la cédula. Como siempre”, le refuta María Isabel.

Mientras Sergio sale a buscar una fotocopiadora, ella agrega que de diez personas que empeñan un artículo, en promedio, la mitad terminan dejándolo en la compraventa. “Eso no es negocio todas las veces, pero así funciona esto”.

Sergio vuelve. Su nombre aparece en un libro grande y gordo, amarillo en los bordes y más leído que una biblia. En letra pequeñita están las cuotas pagadas y sin pagar de antiguos empeños de Sergio. Un renglón en blanco se llena. Un contrato nuevo que se hace. Sale el dinero. Entra el artículo.

Hecha la transacción, la experimentada compraventista atina a decir: “mi niño, las cosas han cambiado, la gente busca menos cosas usadas, ahora es muy barato comprar nuevo en centros comerciales”, agrega.

No en vano, la otra parte del negocio, la venta de los artículos que se quedan en la casa de empeño, también va en caída.

“Si alguien empeña un televisor en 500 mil pesos, tienen que pasar seis meses para que nosotros podamos venderlo, en ese tiempo ya han salido seis referencias nuevas a un precio parecido”, comenta Londoño, con quien comenzó esta historia.

Muestra de esto fue la reducción del 50 por ciento de contratos de compraventa que reportó Fenacoven Antioquia durante 2015 entre sus 80 afiliados, frente a la dinámica de 2014.

Se desangran ‘gota a gota’

Pero la competencia entre compraventas no es la única explicación para el declive del negocio en los últimos años. El ilegal “paga-diario” o gota gota” les ha quitado mercado.

El préstamo sin una prenda de garantía le ha sacado, de a poco, los potenciales clientes a las casas de empeño. “Nosotros tenemos clientes fieles, que uno conoce y que han venido acá por años. Pero vemos poca gente nueva, hay muchos a los que toca decirles que no, porque este es un negocio de confianza”, indica Londoño, encargado de un negocio en el barrio Belén.

Ahora bien, siempre hay casos excepcionales, como el que cuenta Álvaro Rendón, dueño de una compraventa en el centro de la ciudad, quien ha visto desfilar por su negocio a más de uno que, temeroso por las amenazas del prestamista “gota gota”, empeña sus bienes para saldar esa deuda. “Da pesar, pero así les toca”, dice a modo de reflexión.

Lo que siguen empeñando

Aunque los propietarios y encargados de estos tercos negocios en Medellín aseguran que aparece de todo. Pero, con el tiempo dejaron de llegar artículos grandes, como motos, bicicletas, lavadoras. “Lo que vemos más seguido son equipos de sonido, aunque ya uno no los recibe porque son muy viejos. También televisores”, asegura Esteban Santamaría, quien no tiene más de 20 años y tiene a su espalda un estante lleno de taladros empeñados.

Ya no prestan por planchas, tampoco licuadoras. El oro sigue siendo el mejor negocio.

“Pero uno tiene mucho cuidado, porque no debe dejar que le metan cosas robadas y eso es muy difícil de detectar, a veces”, agrega Rendón.

No obstante, el negocio da para todo. “Hay gente tan verraca que trae unas cosas que uno termina prestándoles por la simple curiosidad de ver qué es eso, acá aparece de todo”, sentencia Vélez antes de reírse con resignación

375
compra ventas registradas en Medellín, según datos de la Cámara de Comercio.

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