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Diego Mesa, el paisa detrás de la transición energética del país

A los 38 años, este antioqueño se convirtió en el jefe del Ministerio de Minas y Energía. Conoció a Iván Duque en las circunstancias más inusuales y luego de entregar su cargo quiere recuperar el tiempo en familia.

  • Diego Mesa Puyo nació en Medellín y pasó su juventud en Envigado. FOTO edwin bustamante
    Diego Mesa Puyo nació en Medellín y pasó su juventud en Envigado. FOTO edwin bustamante
  • Desde los 8 años fue recogebolas de Atlético Nacional, equipo del que aún sigue siendo un gran aficionado. FOTO cortesía
    Desde los 8 años fue recogebolas de Atlético Nacional, equipo del que aún sigue siendo un gran aficionado. FOTO cortesía
  • Este año inauguró Guajira 1, el parque eólico más grande del país, junto al presidente Iván Duque, con quien conserva una estrecha amistad. FOTO cortesía
    Este año inauguró Guajira 1, el parque eólico más grande del país, junto al presidente Iván Duque, con quien conserva una estrecha amistad. FOTO cortesía
01 de mayo de 2022
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De niño fue muchas cosas: futbolista y aficionado, recogebolas de Atlético Nacional, baterista de una banda de rock y el que siempre hacía reír a los amigos. Para su mamá ha sido siempre su “mucharejo”, para su esposa “el mejor hombre” y para los colombianos ahora es el ministro de Minas y Energía, y la cara visible de la transición energética del país.

No se puede hablar de Diego Mesa Puyo sin tocar a su natal Medellín, su etapa futbolera, su recorrido por muchos países, su pasión por los asuntos energéticos y su extraña alergia al pepino.

Nació en pleno centro de la capital antioqueña, en el hospital San Vicente de Paúl, un jueves 29 de abril de 1982; año en que Álvaro Uribe Vélez fue nombrado alcalde de Medellín, cuando la ciudad pasaba por uno de sus periodos más críticos de violencia.

Es hijo único del comerciante Jaime Mesa y la abogada Silvia Puyo, ambos paisas. Su abuelo materno, Gil Miller Puyo, fue diputado de Antioquia en 1948 y años más tarde presidente de la Asamblea departamental, por lo que el ministro lleva la política y lo público en la sangre.

Una fiebre llamada Nacional

Con un traje elegante y sin arrugas –que como todos los otros que tiene en su closet fue comprado por su esposa, Margarita Penagos– y un infaltable reloj suizo Swiss Army que siempre lleva puesto, Diego recuerda su infancia de mudanzas.

“Mis padres se separaron cuando yo tenía 10 años. Yo me quedé viviendo con mi mamá. Mi juventud transcurrió entre Laureles, El Poblado y Envigado, en este último lugar es donde tengo mis mayores recuerdos, porque estudié todo el bachillerato en el Colegio Colombo Británico y allí jugaba en el equipo de fútbol”.

La fiebre futbolera siempre ha estado presente en su vida. Esto es lo primero que se le viene a la cabeza a Daniel Espinal, su amigo desde los cinco años, cuando se le pregunta por Diego.

“A nosotros nos unió esa pasión por el fútbol. Entrenábamos juntos, jugábamos todos los sábados en un torneo de la Liga de Envigado. Además, los dos somos grandes hinchas del Atlético Nacional”, comenta Espinal.

Fue precisamente en 1990, cuando el equipo “verdolaga” llegó a la semifinal de la Copa Libertadores –en la que fue eliminado por Olimpia–, que Diego se convirtió en uno de los niños más envidiados de su colegio.

“Algo que muy pocos saben es que fui recogebolas de Nacional desde los 8 hasta los 14 años. En ese entonces me tocaba ir al camerino, ver las charlas con los técnicos, ser testigo del debut del Tino Asprilla y presenciar cuando el delantero del equipo, Víctor Hugo Aristizábal, ‘Aristigol’, salía a la cancha”, dice Diego con tono risueño.

Esa cercanía con Nacional lo impulsó a presentarse para pertenecer a las inferiores del equipo, sueño que fue frustrado al no clasificar. Irónicamente, ese fracaso lo llevó, muchos años después, a convertirse en el ministro que nunca soñó ser.

Una carrera de ascensos

De niño fue algo inquieto, según Silvia, su mamá, quien también reconoce que él era responsable con sus estudios y un optimista empedernido.

Por eso, para ella no fue sorpresa cuando a los 20 años Diego quiso irse a un intercambio a estudiar economía en Canadá, una decisión que tomó después de cursar tres semestres de negocios internacionales en la Universidad Eafit.

Pero si algo tiene claro Silvia es que “los hijos son prestados”, por eso de su boca de mamá consentidora nunca salió una negativa que le impidiera a su hijo volar, incluso si eso implicaba estar lejos de la familia.

Fue así como Diego comenzó a labrarse un futuro prometedor en el campo económico y energético. Al terminar su carrera en la Universidad de Concordia, en Canadá, y luego su maestría, también en economía, en la Universidad McGill, del mismo país, ingresó en 2006 a un programa de jóvenes profesionales con el gobierno canadiense para trabajar en Washington, en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Ese fue el trampolín que lo llevó, un año más tarde, al Fondo Monetario Internacional (FMI), lugar que le trajo dos grandes coincidencias: terminó haciendo parte del grupo que se dedicaba a asesorar países en el mundo sobre política pública y fiscal para el sector de energía e hidrocarburos; y conoció, de la manera más inusual, al presidente Iván Duque, con quien forjó una amistad que aún sigue vigente.

Duque, de codeudor a amigo

Con el acento paisa que ni sus largas estancias en el extranjero ni en la capital colombiana han podido neutralizar, Diego cuenta la anécdota curiosa de cómo conoció al ahora presidente de Colombia.

“En mi primera vez en Washington, Martín Uribe, quien había sido mi compañero de apartamento en Canadá, llegó al país a trabajar en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Me comentó que necesitaba un codeudor para arrendar su propio apartamento y que por fin había encontrado uno: un compañero de trabajo había aceptado ayudarle”.

Esa noche de 2007, sentado en un butaco en la sala del apartamento vacío de Martín, mientras tomaban cerveza, Diego conoció a Iván Duque, el desconocido codeudor que había ayudado a su amigo.

“Comenzamos a hablar y él me preguntaba yo a qué me dedicaba, es un hombre muy incisivo. En ese entonces yo tenía 24 años y él 31. Recuerdo mucho que después de una hora de estar hablando, me dijo: ‘acuérdese de esta conversación, porque yo voy a ser presidente de Colombia y usted será ministro mío’. Y nos despedimos”, rememora.

Aquella promesa, 11 años después, se cumplió. Eran las 2 de la mañana de un 17 de junio de 2018 en Tirana, la capital de Albania, cuando Diego se enteró, como cuan profecía, que Iván Duque había sido elegido jefe del Estado colombiano.

La noticia la pasó con un trago de ron Hechicera en el bar del hotel donde se hospedaba. Envió un chat felicitando al recién nombrado mandatario y se fue a dormir.

“La sorpresa fue al otro día cuando Iván me respondió, porque debía tener mil mensajes en el celular. Después de un tiempo me contactó la ministra de Minas y Energía de su gobierno, María Fernanda Suárez. Me quería entrevistar”, esboza Diego.

Después de vivir todos esos años en el extranjero, el paisa, ya con 36 años de edad, decidió arriesgarse y regresar a Colombia a ocupar el viceministerio de Energía. Una decisión que tomó no sin antes consultarle a Rodrigo Puyo, su tío y mentor, quien siempre está detrás, hablándole al oído, en los momentos más decisivos.

Así fue que Diego se embarcó a coliderar la implementación de políticas para la transformación energética del país, incluyendo el diseño y la ejecución de la primera subasta de energías renovables no convencionales, que busca incrementar la participación de estas fuentes en la matriz de generación eléctrica de menos del 1% en 2018 al 12% este año.

Sin embargo, dos años después de fungir en ese cargo, la renuncia de la ministra lo llevó ocupar la cabeza de la cartera, convirtiéndose así en la cara oficial de la transición energética en Colombia.

Recuperar tiempo en familia

Nunca desayuna en las mañanas, la bandeja paisa sigue siendo su comida favorita, le gusta el ron tanto como el aguardiente antioqueño, y la historia y las biografías son sus lecturas favoritas.

Le propuso matrimonio a Margarita hace 14 años por medio de una llamada telefónica, mientras ella vivía en Bogotá y él seguía en el extranjero. Unos 200 invitados asistieron a la boda, que se celebró en el Museo El Castillo, en Medellín.

Margarita lo describe como un hombre optimista, trabajador y un padre amoroso con sus dos hijos, Benjamín, de 9 años, y Matías, de 4.

Ahora, que está a punto de finalizar su periodo como ministro de Minas y Energía, Diego dice que se va con la satisfacción de dejarle al país dos hojas de ruta claves en la apuesta por las energías renovables que está emprendiendo: la del hidrógeno y la de energía eólica costa afuera.

Después de quitarse los trajes elegantes de ministro, Diego, el hombre, el hijo, el padre y esposo, solo quiere recuperar el tiempo con su familia y estar más presente en la vida de sus hijos, su mayor alegría y debilidad. Sobre entrar a la política y seguir en el país, por el momento, prefiere no apresurarse a hablar

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