Es un círculo vicioso que se repite en los territorios rurales de Colombia: los campesinos cazan venados, cerdos salvajes, reptiles y otras especies que, por naturaleza, son el alimento de los felinos, entonces estos, en su lucha por sobrevivir, incursionan en fincas y haciendas, en las que atacan el ganado para alimentarse y no morir de hambre y, en represalia, los campesinos les disparan.
Adicional, también hay cazadores al acecho que persiguen a los animales silvestres en el monte para atraparlos y venderlos en el mercado negro del tráfico de especies. Según cifras divulgadas por la ONU y su división Medio Ambiente, Biodiversidad y Ecosistemas, este comercio ilegal genera cifras entre los 10.000 y los 26.000 millones de dólares al año en el mundo. Es el tercer delito después del narcotráfico y la trata de personas.
Buscando evitar este panorama, en el Occidente de Antioquia se emprendió una investigación para detectar la presencia de felinos y crear estrategias para su protección.
Con cámaras trampa, la fundación Panthera ha captado cinco de las seis especies de felinos que hay en Colombia y que se considera algo excepcional para una subregión donde hay alta densificación humana, mucha infraestructura, como vías y represas, y pueblos en crecimiento.
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No es fácil la vida de oncillas, ocelotes, margayes, tigrillos y pumas en un territorio donde también, por la tala y la expansión de la frontera agrícola, se han perdido bosques, selvas y fuentes hídricas.
“En esta región se expresa la vanguardia industrial que caracteriza a los antioqueños, pero que también ha generado una responsabilidad con el tema ambiental, algo esencial en las empresas modernas si quieren ganar competitividad y expandir sus mercados a nivel internacional”, indica Esteban Payán Garrido, director general para América del Sur de la fundación Panthera, que trabaja por la protección de los felinos en diferentes partes del mundo.
Un plan esperanzador
La opinión de Payán está relacionada con un trabajo que su entidad viene realizando hace un año, consistente en la elaboración de un plan para establecer un corredor del felino en esta subregión que conecta con Urabá, el Nudo de Paramillo y los parques naturales Las Alegrías y Las Orquídeas, zonas ricas en biodiversidad y no exentas de amenazas.
El foco de su acción, inicialmente, se centró en establecer los lugares por los que se movía la oncilla, de nombre científico Leopardus tigrinus, un felino de tamaño más pequeño que un gato doméstico pero esencial en la cadena trófica de la fauna y la flora.
La sorpresa de los investigadores fue que buscando la oncilla, sus cámaras trampa lograron imágenes de otros cuatro importantes felinos en la misma región: el Margay (Leopardus wiedii), el Ocelote (Leopardus pardalis), el Puma concolor y el Yaguarundí.
Es decir, que de los seis felinos que hacen presencia en Antioquia, incluido el jaguar, en Occidente hay presencia de cinco, lo que evidencia que a pesar de la expansión urbana, el auge de nuevas vías, pues allí se construyen las autopistas al Mar 1 y Mar 2 y el Túnel del Toyo (tres megaobras de las más importantes en este siglo en Antioquia), no todo el territorio está degradado y hay esperanza de salvación para las especies más amenazadas de la fauna silvestre.
Pacto por su protección
La presencia de estas especies motivó la firma de un pacto entre Panthera y las corporaciones Corpourabá, Corantioquia y la Continental Gold, que realiza explotación minera en el municipio de Buriticá, consistente en crear una estrategia para la protección de la oncilla. Esteban Payán afirma que al proteger esta especie se protegen las otras.
“Es algo similar a lo que ocurre con el jaguar, que es el mayor de los felinos: donde él está es porque hay una cadena de biodiversidad que lo hace posible”, explica.
Vanessa Paredes, directora de la Corporación Autónoma Regional Corpourabá, que tiene jurisdicción en Urabá y parte del Occidente, señala que su entidad tiene entre sus tareas proteger la fauna y la diversidad de las regiones.
“En Urabá, contrario a otras regiones, no hay la gran deforestación y erosión de los suelos que se experimenta en regiones como el Bajo Cauca, pero también se tienen amenazas a la flora y la fauna”.
Señala que hay zonas de gran riqueza ambiental como la Serranía de Abibe, donde en la actualidad se trabaja con varias familias en el pago por servicios ambientales: “A estas familias se les permite estar en los territorios protegidos, pero ellas mismas se convierten en cuidadoras de los ecosistemas”, indica.
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En la subregión, también persisten amenazas a los ecosistemas de manglar, que cada vez son más escasos, y por eso son una prioridad. Estas estrategias aportan a la protección de la fauna, pues son el hábitat precisamente de las especies silvestres, entre las que están los felinos y muchas variedades de aves.
En esta subregión está la recientemente declarada zona protegida de La Llorona, entre Dabeiba y Mutatá, un territorio de exuberante naturaleza y habitado por muchas comunidades indígenas, pero casi inexplorado debido a la presencia, por muchos años, de grupos armados ilegales como las Farc y los paramilitares que impedían el ingreso.
Ana Ligia Mora, directora de Corantioquia, celebra que su corporación pueda intervenir en este plan, pues la protección de los ecosistemas no es posible si no hay articulación entre las instituciones.
“En esta tarea las comunidades son las principales aliadas, sin tenerlas en cuenta no lograríamos nada. Pero a ellas debemos llegar con el mismo discurso, con una estrategia clara y articulada para poder ganar su credibilidad y compromiso”, señala.
Mora recuerda que en Antioquia ya existe una ordenanza de la Asamblea que protege el corredor del oso andino en el Suroeste antioqueño, por lo que se buscará que la corporación fije una política pública para los felinos del Occidente.
Este paso sería esencial, según Luis Germán Meneses, CEO Colombia de la Continental Gold: “los felinos son cruciales en la cadena alimenticia de los ecosistemas que rodean nuestro Proyecto Buriticá, ya que son especies sombrilla y, por lo tanto, hacen que se conserven, de manera indirecta, muchas otras especies”, dice.
El trabajo con Panthera inició hace un año. En los últimos seis meses se fueron detectando los felinos y el proyecto se extendió a 5 años. El fin es lograr no una competencia “a muerte” entre humanos y especies sino una coexistencia armoniosa que, en lugar de acabar con el ecosistema, lo salve y lo proteja.
En Antioquia hay en riesgo 37 especies de aves, 19 de mamíferos, 10 de anfibios y 6 de reptiles. Según el Área Metropolitana, desde 2016 se han decomisado 22.242 individuos de fauna silvestre y solo 10.675 han podido regresar a su hábitat. Este plan es un eslabón más que se escala en la obligación de proteger las especies.