La sal de la tierra, de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado

…y también un animal atroz

Oswaldo Osorio


Cuando el cine reflexiona sobre la imagen misma, los resultados suelen ser fascinantes, incluso sublimes. Y no se trata solo de mirarse el ombligo, sino y sobre todo, de desentrañar el poder que tienen las imágenes para contar y entender el mundo, y de paso dar cuenta de sus mecanismos y procesos, así como de la mirada que hay detrás de ellas, la mirada de esas personas que hablan sobre personas, codificando sus palabras a través del lente de una cámara.

Wim Wenders, el ya legendario autor del (viejo) Nuevo Cine Alemán, ha desarrollado su extensa carrera haciendo casi tantos documentales como trabajos de ficción, y con la particularidad de que casi todos esos documentales han sido sobre artistas y su arte: cineastas, diseñadores de moda, coreógrafas y, sobre todo, músicos de todos los géneros: rock, soul, country, blues y son.

Con La sal de la tierra (The Salt of the Earth, 2014) completa su colección interesándose por un fotógrafo, el brasileño Sebastião Salgado, a quien se acerca apoyado por el propio hijo del fotógrafo como co-director del documental. Se trata del retrato de un retratista, que no solo lo es de rostros, sino también de la condición humana en sus situaciones más adversas: guerras, hambrunas, desplazamientos forzados y ominosos trabajos.

Conocido como un fotógrafo social, el mismo Sebastião Salgado cuenta su historia y contextualiza sus fotografías, las cuales son la materia prima del documental y están siempre de cara al espectador en su expresivo e irreductible blanco y negro. La imagen fija de la fotografía, que es al tiempo una limitación y la potencia del instante congelado, de alguna forma adquiere movimiento con las palabras del fotógrafo, quien además de ampliar ese instante en su contexto social, da cuenta de su concepción y lo que para él representó.

Es un documental, entonces, donde hablan unas fotografías y un artista, pero también apelan a una tendencia, muy actual en este tipo de cine, en la que la subjetividad y el relato en primera persona son igualmente formas de acercarse y explicar una realidad. En este caso se hace por partida doble, pues Wenders lo hace como un admirador de la obra de Salgado, mientras su hijo contribuye en la construcción del personaje desde la intimidad de la familia. De esta forma se obtiene una completa y compleja visión del hombre, el artista y su obra.

Todo esto ya parece suficiente información, contenido y expresión para un documental, pero la película guarda para el final un nuevo mundo, una nueva mirada y una nueva obra. La desazón y el malestar que causan las primeras fotografías, las que dan cuenta de que el hombre es, al mismo tiempo, la sal de la tierra y un animal atroz, luego tiene una sorprendente transformación, cuando este excepcional artista, apoyado siempre en su indispensable e intuitiva esposa, descubre el origen de todo.

Tanta agua, de Ana Guevara y Leticia Jorge

Crecer bajo la lluvia

Oswaldo Osorio


La pubertad puede ser una temporada de lluvia. Un periodo opaco y gris, sin señales de la alegría y entusiasmo que representa la luz del sol. Lucía, la protagonista de esta película, parece que se siente así por dentro, y por fuera que no escampa. En torno a este personaje, a su clima emocional y al atmosférico gira esta historia, un relato tan sencillo como entrañable, que mira la vida desde esta joven, a quien, a su pesar, aún le falta un poco para ser una mujer.

Lucía está de vacaciones en un balneario con su padre y su hermano. Pero la única agua que los moja es la de una irreductible lluvia que no cesa, y no la de la piscina a la tanto ansían entrar. El tedio se apodera un poco de ellos, pero eso sirve para desarrollar la relación entre la joven y su familia. El tosco padre mantiene una ambigua actitud de ternura y tiranía, lo cual lo convierte en un personaje convincente y con sustancia. La relación entre ellos se va construyendo con solidez y un acertado contrapunto entre las tensiones propias de una relación medida por la autoridad y el desenfado propiciado por el cariño y la complicidad.

El relato está planteado en ese tono de realismo cotidiano que tan habitual está siendo ya en el cine del Cono sur. Por la línea de otras películas uruguayas como Whisky (Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella, 2004) o Gigante (Adrián Biniez, 20099, estas debutantes directoras entienden la elocuencia de lo cotidiano, de los personajes ordinarios en su accionar pero bien dimensionados a partir de una sucesión de sutiles detalles, episodios, tiempos muertos y diálogos inteligentes pero no forzados.

Ya con este planteamiento, en medio del tedio de la lluvia aparecen otros jóvenes que le van a levantar el ánimo a Lucía. Pero también es posible que la enfrenten con las dificultades propias de la edad, ese complicado momento en que no se es niño ni adulto, un umbral confuso y doloroso que los jóvenes se esfuerzan por no demostrar todo lo que los afecta, lo desorientados que están y las ansias que tienen. Por fortuna las realizadoras decidieron no hacer de la protagonista la típica rebelde, sino que supieron ubicarla en un punto alejado de los lugares comunes, eso a pesar de que resulta muy familiar todo lo que le pasa.

Sin ser corta ni pasar nada extraordinario, esta película da la impresión de que no dura mucho, se ve con gran facilidad, eso tal vez porque desde el principio produce una sensación de empatía con los personajes y de comodidad con la situación. Además, encuentra un buen equilibrio entre el drama propio de esa edad y situaciones cómicas y las emotivas vividas por la joven y su familia. Todo eso la hace una película lograda y honesta, llena de gracia y sutileza.


El hombre irracional, de Woody Allen

La vida, la ética y el asesinato

Oswaldo Osorio


Hay artistas que siempre están haciendo variaciones de la misma obra, incluso muchos de los más grandes, y en lugar de ser una desventaja, puede ser justamente lo que potencia su trabajo. Woody Allen es uno de ellos. Sus personajes, situaciones y universos constantemente se están repitiendo y, aun así, tiene la capacidad de, la mayoría de las veces, decir algo nuevo sobre esos conocidos paisajes emocionales y argumentales.

El hombre irracional (Irrational Man, 2015) es una de esas películas que ya le hemos visto muchas veces, especialmente en la magnífica Crímenes y pecados. Sin llegar al rango de reflexión existencial e intensidad emocional logrado por aquel filme de 1989, en esta plantea una situación similar en torno al sentido de la vida, las implicaciones éticas del asesinato y el amor y el deseo como catalizadores de la tensión entre ambos aspectos.

La película cuenta la historia de un profesor de filosofía que llega nuevo a una universidad y entabla un amorío con una colega y una amistad con una alumna. Su desgano existencial y actitud autodestructiva desparecen cuando encuentra como aliciente para vivir la idea de asesinar a un hombre, sin más móvil que el de hacerle un favor al mundo, pues se trata de un juez corrupto. Este punto de quiebre del personaje y de la historia desemboca en las reflexiones y discusiones éticas y filosóficas que determinarán la relación entre los distintos personajes.

Con Crimen y castigo de Dostoievski como referente en el horizonte, la idea de cometer el crimen perfecto y sin remordimiento alguno, se convierte en el centro de la trama. Y con este planteamiento de fondo, aunque parezca la misma historia de relaciones interpersonales de siempre, en esencia sobre lo que permanentemente se está hablando es sobre el sentido de la vida y la relación entre el bien y el mal, sobre lo que es correcto e incorrecto.

La novedad tal vez está en que estas reflexiones se plantean en el contexto de una comunidad académica, y específicamente de la facultad de filosofía, un mundo que le permite a Woody Allen confrontar la realidad con la teorización sobre ella. Incluso desde muy temprano “despacha” a la filosofía definiéndola como “masturbación mental” y confronta toda su elaborada racionalidad con el momento de la verdad, ese cuando, en la materialidad de la existencia, hay que tomar decisiones éticas y asumir sus consecuencias.

Tal vez para muchos pueda parecer que se repite y que no alcanza el nivel de otros filmes recientes (Matchpoint, Media noche en París, Blue Jazmine), y probablemente tengan algo de razón, pero de todas formas ya ver una película de Woody Allen no es simplemente ir a cine, sino que es como ir a visitar a un amigo, hablar de los temas de siempre, reír con sus viejos chistes y disfrutar de su agradable y estimulante compañía.

Vivo en el limbo, de Dago García

La música como destino

Oswaldo Osorio


El cineasta que está tras las películas más taquilleras de Colombia y quien tiene la filmografía más amplia del cine nacional, llega con una película con la que intenta ubicarse en un punto medio entre los dos tipos de cine que lo han caracterizado: por un lado, aquel que apela a temáticas populares para conectar con el gran público, y por otro, un cine más elaborado y serio, alejado de los facilismos de la comedia.

Si bien generalmente funge como productor y guionista (lo cual, sin duda, lo convierte en un autor, por el universo, temáticas y estilo reconocibles), solo se aventura a dirigir algunas de sus películas, sobre todo las que no son comedias. En este caso le apuntó a un drama semi biográfico del fallecido compositor y cantante de vallenatos Kaleth Morales. La película advierte que no es una historia fiel a la realidad, sino inspirada en ella, lo cual es la primera decisión que se decanta por conseguir el beneplácito del público, antes que meterse con anticlimáticas tragedias.

Se trata de la historia de Efraín Molina, un cantante que, como Kaleth Morales, creció en una familia de músicos y desde niño se inició en el vallenato, aunque terminó sus estudios de medicina a la par que cultivaba su pasión por la música. La película hace de esta tensión entre las dos vocaciones uno de los constantes conflictos del relato y, de cierta forma, dimensiona al personaje más allá del simple esquema de éxito ascendente de un artista .

Así mismo, el director se decide por concentrar más la historia en la relación del músico con su familia, sobre todo con su padre, pero también con su madre, su “tío” y su esposa. En este sentido, si bien el relato gana en complejidad en la construcción de los personajes y sus motivaciones, también es cierto que cae en ciertos esquemas del melodrama de los que se reciente por su cercanía con probables talantes televisivos. Aunque no necesariamente se puede ver esto como defecto, pues es sabido que el melodrama es un recurso muy eficaz en el contacto con el público, de manera que su uso debió ser cosciente e intencional.

Sin embargo, hay dos recursos que no son muy afortunados en la construcción de la narración y la puesta en escena, y que le pasan factura al acabado general del filme. De un lado, el personaje del Tío Mincho como narrador de la historia frente a la cámara, que funciona muy irregularmente, pues por momentos consigue el tono del narrador oral de la cultura Caribe, pero en otros, resulta forzado y retórico, cuando no facilista en función del relato; de otro lado, con el uso de actores naturales para interpretar a los personajes también consigue unos inconsistentes resultados, afectándose la dramaturgia de muchos pasajes de la película.

De todas formas, es una película consecuente con la obra de este importante cineasta nacional, quien hace un significativo aporte al necesario cine industrial colombiano. En general, se puede decir que ese punto medio funciona, pues hace un filme atractivo para el gran público, por su personaje y su temática, pero también se arriesga a probar con otros esquemas distintos a las comedias populistas.

Sueño de invierno, de Nury Bilge Ceylan

El enfriamiento de las relaciones

Oswaldo Osorio


Es difícil descifrar por qué no aburre una película de más de tres horas de duración y prácticamente solo compuesta por diálogos. Apenas hay cuatro personajes centrales y unas cuantas locaciones circunscritas a un mismo entorno, un hotel en la Anatolia central. No hay sucesos extraordinarios sino que, al contrario, son las actividades de la vida cotidiana que, incluso, se van amilanando a medida que se intensifica el invierno. Un probable inventario para el tedio, pero al cabo de los 196 minutos, uno no siente tal cosa.

Claro que tampoco se siente, en principio, que fuera necesario todo ese tiempo para construir la personalidad del protagonista y establecer sus relaciones con los otros personajes. Luego es posible recapitular y hacer balance de esas largas conversaciones, sus temas, la naturalidad e intensidad que consigue su director en esos encuentros íntimos o intelectuales que se dan por medio de las palabras, y con esas ideas esenciales en el orden de lo moral y emocional que se ponen en juego en cada uno de estos encuentros.

Aydin es un actor retirado y dueño de un acogedor hotel literalmente empotrado en una montaña. Vive con su hermana y su joven esposa, mientras publica columnas para un periódico local y trata de escribir la historia del teatro en Turquía. Casi todo el tiempo es quien está frente a la cámara y, de entrada, parece un hombre justo, sabio y noble en su relación con los demás. Sin embargo, pareciera que el principal objetivo del filme sea ponernos dudar, sino de estas cualidades, al menos de la relatividad con que se pueden dar en las personas y ante los ojos de los demás.

En este sentido, lo que se hace más evidente es cómo la autoridad moral y corrección política con que se nos presenta Aydin empieza a ponerse en entredicho y comienza a deteriorarse a medida que avanzan esos largos diálogos con su esposa, su hermana y el Imán. Cuestiones como la posición ante la maldad, el sentido de la caridad, las diferencias de clase, el deber ser en el contexto religioso o la validez de una producción intelectual acomodada y tibia, son algunos de los tópicos que, sin poses intelectuales ni cargados parlamentos, se ventilan en medio de una conversación y con una taza de té en la mano.

Si se asiste a Sueño de invierno (Winter Sleep, 2014) con la disposición de ver un relato de tres horas y solo diálogos, se podrá disfrutar en ella un impresionante buen sentido de la puesta en escena, donde todos sus elementos se dan con soltura, fuerza dramática y, sin parecer pretensiosa, con unas significativas ideas en discusión. Además, una puesta en escena en medio de ese frío entorno, pero “arropada” por un singular hotel que funge como acogedora caverna, un espacio que termina por complementar este relato intimista e inteligente.

Cinéfagos.net, 10 años de mucho cine

Celebramos con nuevo diseño y nuevas secciones


El cine es como la vida y comer cine es alimentarse de ella. Cinéfagos.net ha estado alimentando la cinefagia de sus lectores desde hace ya una década. Un sitio dedicado principalmente a la crítica de cine y especialmente interesado en el cine colombiano, pero también con un amplio contenido complementado con artículos y ensayos, entrevistas, cuentos de cine, cómics, documentos históricos y textos sobre artes electrónicas. El sitio fue creado por el crítico de cine e investigador Oswaldo Osorio, y en él están publicados todos sus textos y producción académica (alrededor de 700 textos).

La página cuenta también con un boletín de crítica de cine semanal que reciben casi 10 mil suscriptores y del que ya van más de 450 ediciones. Además, se encuentra en Facebook: /cinefagos.net y Twitter: @cinefagosne, redes desde donde desarrolla contenidos adicionales de mayor actualidad. Así mismo, la marca Cinéfagos.nettiene un blog en el portal del periódico El Colombiano (www.elcolombiano.com/blogs/cinefagos), en el cual próximamente estarán publicados los textos producidos en laEscuela de crítica de cine, otra iniciativa de Cinéfagos.net.

Para estos diez años  el sitio trae grandes cambios, los cuales fueron posibles con el apoyo de la Beca de realización de publicaciones artísticas periódicas otorgada por el Municipio de Medellín. Entre los cambios está un nuevo, más rico y versátil diseño, así como la inclusión de tres nuevas secciones: una dedicada a la actualidad noticiosa del cine nacional e internacional; otra llamada Cuadro a cuadro, en la que, por medio de un cómic de una viñeta, el cinéfilo Íñigo Montoya hará comentarios sobre el arte y la industria cinematográfica; y un video blog, que inicia en el mes de septiembre, titulado Pregúntale a Íñigo, en el que este estudioso del cine responderá diversas inquietudes sobre toda clase de cinefagias.

Antes del fuego, de Laura Mora

En un oscuro país

Oswaldo Osorio


El cine nacional siempre ha estado en deuda con la historia de Colombia. Muy pocas películas hay sobre episodios, personajes y procesos históricos. En parte puede ser por las dificultades y costos de las producciones de época, pero también hay como una falta de compromiso con el pasado y su memoria, con el papel que puede desempeñar el cine cuestionando ese pasado y manteniendo presentes asuntos que nadie nunca debería olvidar.

Ni siquiera existe una película que hable directamente sobre la más significativa fecha de la historia nacional: el 9 de abril de 1948 (hay dos películas que la usan como excusa para contar otras historias: Confesión a Laura y Roa). Es por eso que hay que celebrar un filme que llega a hablar sobre otra de esas grandes fechas y acontecimientos, aunque sea treinta años después: la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en noviembre de 1985.

La trama empieza unos días antes de la toma, con el asesinato de un periodista que investigaba un oscuro entramado que parecía conducirlo a prefigurar el fatídico acontecimiento. La investigación es retomada por su compañero, un escéptico y tenaz periodista, y por su nueva asistente. Juntos tratarán de encontrar la verdad y las nefastas fuerzas que hay detrás de lo que parece ser un complot de grandes proporciones.

De manera que la película está contada en clave de thriller, en el que una compleja maraña de pistas, personajes y amenazas sobre los protagonistas definen su argumento. En medio de esa trama, compuesta por un buen número de secuencias de acción y otros bien logrados momentos de suspenso, aflora una relación afectivo sexual entre la pareja de periodistas, que tal vez es lo único predecible y prescindible del filme.

No es posible pensar que esta película va por fin a revelar lo que verdaderamente ocurrió en la toma, pues se trata de un acontecimiento realmente complejo y aun con muchos misterios por resolver. Pero lo que sí hace es descartar de plano la idea de que el único responsable de los hechos fue el M-19 e insiste más en la teoría de una conspiración, en la que estuvieron involucrados por igual políticos, militares, guerrilleros y el narcotráfico. También apunta sobre los posibles móviles de dicha conspiración y pone en evidencia la corrupción y los siniestros intereses que movían los hilos del poder de un oscuro país en una época todavía más oscura.

Se trata entonces de un thriller político contado con buen pulso, intensidad y verosimilitud. Una película que apunta a un momento importante de la historia nacional, y no lo hace solo para usufructuarse de sus posibilidades argumentales y dramáticas, sino que cuestiona, reflexiona y acusa. Todo con la intención de contribuir a preservar la memoria, pero una memoria no solo para no olvidar, sino también para hacer unas preguntas pertinentes sobre nuestro pasado y sus responsables, así como por lo que en el presente todavía pervive de toda esa oscuridad.

Misión imposible y el cine de acción

Oswaldo Osorio

Buena parte de la industria del cine actual está soportada en el cine de acción. Sin embargo, era un género que hace treinta años no existía, pues la “acción” era solo una complementaria parte de otros géneros como el thriller, la ciencia ficción o las aventuras. Pero con Rambo, Terminator y Duro de matar se establecieron las bases del género que ahora es casi inseparable de otros tan actuales como las películas de súper héroes, que es el otro gran rubro de la industria de hoy.

La característica esencial de este cine es que la acción es un fin y no un medio, es decir, todo tiende a supeditarse a este componente (incluso los otros géneros), por eso la mayoría son películas de usar y tirar, sin ningún valor cinematográfico más allá del entretenimiento. De ahí que en estos productos (que resulta más preciso llamarlos así) desfilan impunemente personajes estereotipados, argumentos insustanciales y situaciones forzadas y hasta inverosímiles.

No obstante, hay algunas películas que se esfuerzan por salirse de este esquema y, sin dejar de lado la acción como un componente esencial, elaboran con inteligencia y solidez los demás elementos del relato cinematográfico. Este es el caso, que no tanto de la franquicia, pero sí de esta última entrega de Misión imposible: Nación secreta (2015), la quinta luego de casi veinte años de haberse estrenado la primera, y aún así supo, no solo mantener el interés, sino hasta renovarse sobre su propio esquema.

Esta renovación corre por cuenta, incluso, de sacrificar un poco la acción misma. Si bien hay algunas buenas secuencias de acción, el énfasis está puesto en la trama de espionaje y en la construcción y confrontación entre los personajes. Esta vez Ethan Hunt no es tanto el héroe que todo lo sabe y todo lo puede, sino que está lleno de limitaciones y hasta debilidades. Mientras el villano fue concebido con gran sutileza y verosimilitud, además como la contra perfecta: otro espía, pero más inteligente y sin escrúpulos. Y esta confrontación fue finamente aderezada con la inclusión de un personaje femenino que funge como heroína y villana alternadamente.

De hecho, el núcleo de la franquicia, esa gran secuencia milimétricamente planificada y soportada en el uso de la tecnología en la que ejecutan  una “misión imposible”, fue un poco desestimada, tanto en su elaboración como en su resultado. Es decir, sus realizadores tuvieron la audacia de contrariar ese elemento que ha definido su propio esquema desde la misma serie televisiva, que estuvo al aire entre 1966 y 1973.

Además, hablando desde el componente industrial del cine, no cabe duda de que una de las personas más importantes de las últimas dos décadas es Tom Cruise, la última gran estrella de Hollywood a la manera clásica. Como productor y héroe incombustible del cine de acción ha sabido sacar adelante lo impensable: que luego de una quinta entrega de una saga de acción uno quiera ver más.

La tierra y la sombra, de César Acevedo

Las cenizas del campo

Oswaldo Osorio


En el cine colombiano del conflicto y la violencia casi no existen películas que hablen de estos temas por fuera de los actores armados. Esto a pesar de que, desde el punto de vista social y económico, el conflicto y la violencia pueden ser tan arbitrarios y devastadores como lo han sido la guerrilla, los paramilitares o la delincuencia. Esta película elabora un fresco de ese tipo de problemática social, y lo hace apelando a un relato íntimo y sugerente que propone su propia mirada, tanto visual como narrativamente.

El regreso de un viejo devela la situación de la familia que hace años dejó atrás. Una situación crítica, tanto en lo familiar como en lo socio-económico. Su hijo está enfermo y su nuera y su esposa trabajan en los campos de caña bajo difíciles condiciones contractuales. La película avanza lento en descubrir las motivaciones y la difícil situación de los protagonistas, mientras la familia se está desmoronando, al tiempo que los grandes sembrados de caña se comen el paisaje y ya no queda nada de lo que era antes.

Es un relato con un particular distanciamiento, tanto el que pueda tener el espectador hacia los personajes como entre ellos mismos. Si bien hay una suerte de cercanía y amor entre estos personajes, está planteada con una fría emotividad. Ese distanciamiento y esa suerte de frialdad le da un tono pesaroso y de pérdida que funciona muy bien con los dos conflictos que desarrolla este filme, tanto el de adentro de la casa como el de afuera de los sembrados de caña.

Ese conflicto de adentro no solo es por la grave enfermedad de quien es padre, hijo y esposo, que ya es suficiente dramático, sino que hay una consternación de más hondas raíces, que se incrustan en esa tierra que antes era de los campesinos, cuando el paisaje no estaba uniformado por la caña y luego sometido por esa ceniza que parece una plaga bíblica. Es un conflicto que trasciende la vida de un hombre y se remonta a lo que significa tener tierra y una casa para los campesinos.

De otro lado, también es una denuncia de las condiciones de trabajo en las haciendas de caña: arbitrarias, mal pagadas y sin derechos. Además de la forma como los nuevos dueños arrasaron las tierras de los campesinos, sin importarles ese paisaje y su tradición, sino la productividad. Este conflicto y su exposición son un poco más simples y obvios, pero no por eso es menos contundente y dramático.

Es una película visualmente cuidada, que sabe aprovechar la amplitud del paisaje, de esos grandes sembrados con planos amplios y bien compuestos. Solo se acerca para mirar los rostros maltratados por el trabajo o afligidos por las desventuras. Aunque en la casa hay otro paisaje visual, el de la pesadumbre de la muerte cercana, de la pérdida que se avecina y el mal vivir que resulta de su situación. Entre este paisaje interno y el otro externo se teje una historia de dolor y silenciosa violencia.

Entrevista a Fátima Toledo, preparadora de actores

Por Diego González Cruz

Fátima Toledo, la más importante preparadora de actores que existe en la actualidad, llega puntual a la cita programada a las once de la mañana en Ibraco, Instituto de Cultura Brasil Colombia. Lleva un saco negro, unas gafas de sol que cuelgan del cuello de su camiseta y una mirada inquieta que va y viene por toda la habitación, escudriñando cada gesto y movimiento de quienes estamos allí presentes. “Gracias a mi gusto por observar a las personas fue que nació mi método de preparación de actores”, asegura Fátima en esta entrevista.

Su carrera comenzó con Pixote, de Héctor Babenco; luego continuó con Estación Central, de Walter Salles, y a continuación siguió con más de una docena de películas. Sin embargo, su nombre solo se hizo conocido en todo el mundo cuando entrenó el grupo de actores de Ciudad de Dios, película con la que Fernando Meirelles se catapultó a la fama y obtuvo cuatro nominaciones al Oscar. Tanto es el fervor que despierta Fátima entre estudiantes de cine, directores, actores y amantes del cine y la actuación en general que, a donde llega, el público se aglomera rápidamente para escucharla, como si se tratara de un ser tocado por la magia de la interpretación que en cualquier momento fuera a develar algún secreto acerca de su oficio. Secretos que no dudó en compartir en esta entrevista.

Gracias a que Héctor Babenco la llamó para que entrenara los actores de Pixote, usted empezó su carrera como preparadora de actores. ¿Cómo fue esta primera experiencia que marcó en adelante su camino como preparadora de actores?

Trabajar en Pixote fue una experiencia muy enriquecedora porque yo nunca había trabajado preparando actores. Es más, en Brasil, en aquella época, ni siquiera existía la profesión de preparador de actores. Un día Babenco me vio dando clases de teatro en la “Febem”, “Fundação Estadual para o Bem Estar do Menor”, y me dijo: “Te quiero para mi película”. Le dije que nunca había trabajado en cine. Pero a él no le importo y me contrató como la preparadora de actores de Pixote. Fue una experiencia muy bonita pero muy difícil, porque en aquellos días en Brasil las personas no estaban familiarizadas  a ver actores naturales en el cine.

Para usted, ¿cuál es el principal problema o limitación que presenta un actor natural?

La resistencia a sentir y  a mostrar sus emociones frente a los demás. Muchos actores no profesionales sienten vergüenza de mostrar sus emociones.

Y en el caso de un actor profesional. ¿Cuál cree usted que es su mayor limitación?

La vanidad. Muchos actores profesionales piensan que se las saben todas. Tanto que cuando están compartiendo escena con actores naturales suelen sentirse por encima de ellos.  Otro problema que tienen los actores profesionales, cuando son muy famosos, es la resistencia. Los actores famosos cuidan mucho de su imagen y temen que durante los ejercicios de preparación nosotros miremos en su interior y descubramos cosas que ellos no quieren develar de sí mismos, porque temen que esto lo sepa el público. El actor profesional suele cuidar mucho de su imagen. Sin embargo, mi trabajo consiste en derrumbar estas máscaras.

Tengo entendido que en sus ejercicios de preparación actoral usted primero busca liberar al actor de los bloqueos que le impiden expresarse. Y ya luego trabaja para que ellos desarrollen sus habilidades histriónicas. ¿En qué consisten estos ejercicios de preparación con los actores previos al rodaje?

Creé un método de preparación de actores que solo yo enseñó en mi escuela. Es un método que nació de mi manera de observar la vida y que se compone de varios ejercicios. Lo primero es trabajar sobre las personas para que se muestren y se rebelen a sí mismas. ¿Con quien estoy? ¿Cómo es esta persona? ¿Cómo es su primer movimiento? ¿Es una persona agresiva o tranquila? Son las preguntas que me planteo en esta primera fase. En este punto me dedico a estudiar sus movimientos iniciales y su gestualidad y, a través de  estas observaciones, me doy  cuenta de qué tan cerca está la persona del universo de la película. Si la persona es muy agresiva y esta agresividad no va para nada con su personaje, entonces trabajo para controlar su agresividad y ya después empezar a trabajar el universo de la película. Por eso lo más importante para mí es la persona, después el personaje. En estos ejercicios no necesito saber nada acerca de sus vidas, pero si necesito saber qué sienten, qué piensan y qué los motiva.

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