2012, de Roland Emmerich

El mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar…

Por: Iñigo Montoya

Este director alemán ya es sinónimo de megaproducción y de cine de catástrofe, dos categorías que están siempre asociadas con el cine más esquemático y de más alto rendimiento económico. Godzilla, El día de la independencia, El patriota, 10.000 y El día después de mañana son sus últimas producciones que lo corroboran. Para contar sus ganancias por película se necesitan nueve cifras, para hacer una crítica profunda es suficiente sólo un par de párrafos y para entenderlas  apenas es justo un coeficiente intelectual básico.

Glauber Rocha decía que para hacer una película sólo necesitaba una idea en la cabeza y una cámara en la mano. Emmerich precisa un kit completo de efectos y el mismo empolvado esquema de siempre. Así se pudo ver en esta nueva cinta, en la que cambia al monstruo radioactivo, la invasión alienígena o el desorden climático por una catástrofe en la corteza terrestre causada por una inusual actividad solar. Lo demás es pura destrucción y grandilocuencia apocalíptica.

Personajes, claro que los hay, pero también son viñetas reutilizadas provenientes del esquema aplicado antes. Está el héroe-ciudadano promedio, el magnate patán, el científico humanista, el burócrata inescrupuloso, el loco, el presidente negro, el tonto novio de la ex esposa, etc. Todos machos desesperados por sobrevivir y salvar a sus crías, y que se reúnen solos para tomar decisiones.

Entretenida, sólo por momentos, en especial cuando se hace el esfuerzo de olvidarse que se está viendo más de lo mismo. Incluso que eso que se está viendo lo acaba de ver unos minutos antes en la misma película, pues la mayoría de secuencias de acción simplemente se reducen a los protagonistas huyendo mientras, apenas a unos centímetros detrás de  ellos, se desmorona el mundo.

La decisión más difícil, de Nick Cassavetes

Amor filial y muerte

Por: Oswaldo Osorio

Las películas con enfermos de cáncer en su argumento inevitablemente despiertan sospechas. No se puede negar que el tema casi siempre se ha prestado para sensiblerías, cargados melodramas y golpes de efecto argumentales.  Pero ocurre que el director de esta película tiene un apellido con abolengo, que si bien esto no siempre es garantía de calidad, con frecuencia tiene algún significado, sobre todo si se trata del hijo de la principal figura de la historia del cine independiente norteamericano: John Cassavetes.

Sin embargo, Nick no sólo tiene apellido, si bien su obra está muy lejos del gran legado que su padre dejó al cine, ha sido realizada con entereza, aún bajo las reglas de Hollywood, y es dueño, al menos, de una pequeña joya de cine: She’s so lovely (1997). Esta nueva cinta parecía otra más de las que ha hecho adscritas a un género, en este caso al subgénero court room movie, o película de estrados judiciales: La niña que demanda a sus padres y todas las discusiones éticas y emocionales que este planteamiento y su esquema conllevan.

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París 36, de Christophe Barratier

Acordeón, torre Eiffel y camiseta a rayas

Por: Iñigo Montoya

Los tres elementos del título son algunos de los lugares comunes que nunca perdonan las películas que visitan a la Ciudad Luz como un lugar común de cine. Esta película, por supuesto, los tiene. Así como tiene adicionalmente una larga retahíla de otros lugares comunes que sacan de un cajón todas esas cintas que quieren contar historias evocadoras sobre un lugar evocador y en una época evocadora.

Hace un par de años pasó por la cartelera una película inglesa casi idéntica, Mrs. Henderson presenta. Porque además el argumento se muestra como otro lugar común: el entrañable teatro que está a punto de cerrar por problemas económicos, pero que es rescatado por el amor y el empeño de sus propios artistas y empleados, quienes luchan por sobrevivir en medio de un ambiente enturbiado por cuestiones políticas.

Con tantas recurrencias en sus elementos, inevitablemente se hace una película extremadamente predecible y amañada en la forma en que busca crear sensaciones en el espectador, especialmente emocionar y conmover: separando al padre de su hijo, matando a un personaje querido, construyendo un amor imposible, creando repentinos y fantásticos éxitos, en fin, puro chantillí cinematográfico, blanco y blando, subido y meloso.

DIARIO DE ÍÑIGO

Noviembre 11 de 2009.  La ciudad del anticristo del cine. Int.Noche.

Las dependientas de videotiendas y los acomodadores de cine, por el bien del séptimo arte, no deberían emparejarse. Está escrito que de esa unión saldrá el anticristo del cine. Son usurpadores de una pasión que jamás tendrán, intrusos en el amor ajeno y nunca entienden las sutilizas y perversiones de ese romance entre el cinéfilo y las películas. Cuando uno se indigna por las copias dobladas, ellos se indignan porque están seguros de que son preferibles las cintas sin subtítulos; o cuando preguntamos por un maestro del cine –un Woody Allen o Terry Gilliam, por ejemplo- tuercen la cara y dicen con desdeño: ¿Qué?

Es por eso que a un hijo de sus entrañas sólo le deseo la suerte de todos los anticristos en las películas: que siempre mueren antes de que empiecen los créditos finales, o por lo menos, en una de las secuelas.

Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino

5 en gramática y 0 en historia

Por: Oswaldo Osorio

Cada película de Quentin Tarantino es un acontecimiento. Toda la cinefilia mundial lo espera, aun para odiarlo o despreciarlo. Porque es un cineasta de excesos, genialidades, caprichos adolescentes y de un impecable dominio del oficio de contar historias con imágenes en movimiento. Esta nueva película puede que irrite a los historiadores, que mate del tedio con sus interminables diálogos al espectador común, que cause escozor hasta al último sádico del cine gore, que excite al cinéfilo que gusta de cazar citas o que maraville al estudioso del lenguaje del cine, el caso es que nunca podrá ser posible que sea vista como una cinta cualquiera.

Lo primero que hay siempre que tener en cuenta para ver ésta y casi todas las cintas de QT es que el referente del que parte para crear sus universos, historias y personajes no es la realidad sino el cine (y a veces la televisión), con toda su iconografía, historia y mitología. Los homenajes y variaciones al cine de explotación de los setenta son sus preferidos: las artes marciales en el díptico de Kill Bill, blackxplotation en Jackie Brown o películas de autos, carreras y choques en Death proof. Con su nuevo filme hace referencia al cine de explotación de guerra, tipo Los doce del patíbulo (Aldrich, 67), o incluso al llamado macaroni combat, que es la versión italiana de este cine, así como el espagueti western lo fuera a las películas del oeste.

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La peor película de la historia

Plan 9 del espacio exterior (1957) seguramente no es la peor película del mundo, pero cuando los gringos -que siempre quieren ser los mejores hasta en lo peor- eligen a Ed Wood como el peor director de cine de la historia, pues automáticamente ésta, su peor película, se lleva el título mundial. El único capaz de arreglarla fue Tim Burton, cuando en su película Ed Wood (1994) hace un homenaje a este director, a la época y al cine que representa.

La sangre y la lluvia, de Jorge Navas

Momentos, sólo momentos

Por: Iñigo Montoya


Como muchas películas colombianas recientes, ésta viene precedida de una gran expectativa por la promoción que le han hecho y su participación en un gran festival de cine, el de Venecia. Su director también tiene un cierto reconocimiento en el audiovisual nacional y el título y los avances no podían ser más sugestivos.

Si bien esas expectativas se ven colmadas en muchos aspectos, en la creación de atmósferas y la puesta en escena, principalmente, en general es una cinta que cojea en su narración, en la solidez del planteamiento de sus ideas y hasta en la construcción de uno de sus protagonistas.

La esencia de la historia es clara, se trata del encuentro de dos soledades en medio de la noche y ante la hostilidad de la ciudad marginal. Sin embargo, esa esencia sólo está enunciada, porque nos queda debiendo en profundidad y contundencia. Esa relación entre la bella y el taxista no resulta lo íntima y profunda que parece pretender, empezando porque a ella no se le ve muy bien dibujada, no se sabe bien qué quiere, cuáles son sus motivaciones y por qué de sus insólitos contrastes (luego de verla beber, aspirar, levantarse a un cualquiera y masturbarse en un motel, vienen una seguidilla de actos como de buena samaritana y víctima).

Con el personaje del taxista las cosas son más claras, se entiende su historia y su actitud, aunque el asunto se empieza a desbaratar cuando lo secuestran por unas razones que no quedan del todo claras, pero menos claro aún queda ese desenlace, donde hay una violencia en fuera de campo que deja al espectador confundido con lo que pasó. Es decir, el clímax pasa no ante nuestros ojos sino fuera del plano, dejándonos por unos instantes en la oscuridad de un relato mal visualizado.

Es cierto que la película alcanza unos muy buenos momentos en las actuaciones, en la construcción de unas atmósferas en las que la noche, la ciudad y la melancolía hacen una muy buena combinación, así como en lagunas imágenes que se logran con estos mismos elementos (la noche, la lluvia y la ciudad) que, como es bien sabido, son muy fotogénicos, pero el cuadro general se antoja más como una serie de viñetas, a veces hasta inconsistentes unas con otras, y no un relato sólido y congruente.

La película intimista que se prometía desde el principio se vio malograda por el thriller que se apodera de ella y que la hace confusa e insustancial.

El extraño mundo de Jack (3D), de Henry Selick

Navidad Vs. Halloween

Por: Oswaldo Osorio

Lo primero que define a una película de culto como tal es que puede ser vista una y otra vez sin perder su fuerza y encanto. Además de todas las veces que los fanáticos habrán podido ver esta cinta, ahora tienen una excusa más para repetir la experiencia y hacerla aún más profunda, literalmente, pues su re-estreno en 3D es precisamente eso, la posibilidad de volver a visitar lo ya conocido pero como si fuera una nueva experiencia.

En estos tiempos del imperio y la moda del sintetismo de las imágenes, es necesario hacer unas aclaraciones de orden técnico con respecto a esta cinta. Lo primero es que se trata de la última gran película en stop motion (creación de movimiento fotografiando cuadro a cuadro las figuras en un escenario a escala) antes del éxito comercial de la animación en 3D con la película Toy Story dos años después (1995).

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El lector, de Stephen Daldry

La nazi que me amó

Por: Iñigo Montoya

Distintos sabores pegados al paladar deja esta película. Distintas ideas de lo que nos quería decir dan vueltas en la cabeza. Eso es bueno para el cine. Lo primero que hay que decir es que resultó inevitable no empezar a verla con muy buena disposición por lo que significaban los nombres detrás de ella, en especial su director, a quien le debemos dos películas a las que seguramente de cuando en cuando volveremos a recurrir: Billy Elliot y Las horas. Claro, también está Kate Winslet, quien siempre sabe escoger muy bien sus proyectos.

Empieza con una de esas historias que todos los hombres, secretamente, disfrutamos en honor a nuestras fantasías adolescentes: la relación entre un joven y una mujer mayor, una relación casi estrictamente sexual. Ésta es la primera de las tres partes en que se divide la película. Es un poco extraño ver un relato donde luego de media hora no presente ningún conflicto, escasa evolución de personajes y sólo un tanto la construcción de la relación. Aún así, la forma en que está contado permite ser atractivo y crea cierta expectativa por el futuro de la pareja.

La segunda parte es un juicio en el que el contexto histórico de la Alemania de los años cincuenta cobra protagonismo, así como las reflexiones de tipo moral a partir de la relación  que tienen los personajes. Y la tercera es un estado más avanzado de esa relación, cuando ya los personajes prácticamente son otros, pero unidos por el pasado y, si bien ya no por el sexo o la atracción, sí por un secreto que los une más que cualquier contacto físico.

Tal vez sea esta articulación en tres partes tan distintas y casi independientes lo que causa cierta desorientación con el filme, pero esto es fundamental en ese sentimiento de incertidumbre e interés por los personajes que cruza todo el filme. No es una obra maestra, ni una historia que con contundencia nos plantee unas ideas, pero es innegable la fuerza que por momentos consigue con sus personajes y las circunstancias que atraviesan su relación, así como lo momentos realmente emotivos, tristes y hasta inquietantes que su director es capaz de construir con los recursos del cine.

DIARIO DE ÍÑIGO

Octubre 27 de 2009. La ciudad de los acomodadores de cine. Int. Día/Noche.

A los acomodadores de cine el cine no les importa, eso se sabe (Igual que a la chica de videotienda).  Es el trabajo que le tocó padecer. A veces, se les ve entrar a la sala y sentarse en la peor butaca de toda la sala (primera fila en uno de los dos extremos), para salir unos minutos más tarde y dar vueltas por el hall del teatro. En las salas con mala proyección, como las de Royal Films, me la pasaba llamándolos para mostrarles el desenfoque o la imagen salida de la pantalla o el sonido que sólo berreaba por un parlante, pero ellos ni se enteraban. Miopes, tungos y sin qué decir. Al insistir que le comunicaran al proyeccionista mis inquietudes, lo hacían de mala gana y absolutamente seguros de que yo estaba equivocado, que la proyección nada tenía de malo. Me miraban desconcertados y molestos, deseando ser meseros para escupir en mi sopa. Fueron muchas las películas que me vi en malas condiciones, sin que los acomodadores hicieran nada. El cine no les importa, es sólo un trabajo. Pudieron ser choferes o taxidermistas o pegadores de afiches. Una sala de cine para ellos es sólo el lugar donde la gente va a comer crispetas. Frecuentemente me pregunto: ¿Realmente los necesitamos? Creo que no. La cinefilia del mundo podría vivir tranquila sin ellos.