El Man, de Harold Trompetero

No divierte, pero tampoco indigna

El título de este texto puede parecer pesimista para con el cine colombiano, pero el miedo a que indigne tiene que ver con muchas de las comedias colombianas de los últimos años, en especial las producidas por Dago García, las cuales generalmente buscan ser un taquillazo en el país a partir de la suposición saber cómo somos los colombianos.

El director de esta nueva película, aunque le ha dirigido películas a Dago García (Muertos de susto), es un realizador que sí trata de diferenciar sus películas de esta línea populista. Lo hizo con una cinta ciertamente respetable como Diástole y sístole, lo hizo con una pequeña obra maestra como Violeta de mil colores, e incluso lo hizo con una película que algunos consideran de ese mismo montón, Dios los junta y ellos se separan, pero que es una cinta más audaz y hasta políticamente incorrecta.

La idea de El Man en principio era buena, esto es, hacer una comedia a partir de lo que podría ser un súper héroe nacional. Sin embargo, si bien es una película con una historia bien contada, una atractiva dirección de arte y con algunos momentos y diálogos realmente cómicos, no funciona del todo bien.

El problema tal vez tiene con la verosimilitud, pues si bien a una comedia no se le debe exigir siempre que sea realista, sí es fundamental que sea verosímil, que le creamos a los personajes y lo que les ocurre según la lógica propuesta por la película.

Mi abuelo, mi papá y yo, Las cartas del Gordo, La esquina o Ni te cases ni te embarques, son verdaderos ataques al buen gusto y al elemental sentido de lo que es cómico. Aún así, muchas de ellas han tenido un éxito que la película de Trompetero parece que no tendrá. “La masa no piensa y tiene mal gusto”, decía Lisa Simpson, y aunque siempre no estoy de acuerdo con esto, en el caso del cine colombiano sí puede ser cierto.
O.O.

Sí señor, de Peyton Reed

Lo cómico del Señor No

Las comedias de Jim Carrey siempre han sido polémicas entre el público y, sobre todo, entre la crítica. Acusado de sobreactuación y de hacer películas fundadas esencialmente en su histrionismo, Carrey ha hecho algunas películas realmente tontas y otras osadas e ingeniosas, pero sin importar a cuál grupo pertenezcan, todas han sido muy populares.

Al margen de la comedia, Jim Carrey ha demostrado ser aún mejor actor. Eso se ha comprobado con películas como El mundo de Andy, El Show de Truman o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Su seriedad, versatilidad y talento le han dado la legitimidad como actor que muchos quisieron negarle como cómico.

Con esta nueva película el actor sigue demostrando que es bueno en lo que hace, pero la diferencia con muchas de sus otras comedias es que se trata de una cinta inteligente y bien construida, incluso con una idea esencial de fondo válida y seria.

En principio parece una variación de Mentiroso, mentiroso, pues aquí en lugar de no poder decir mentiras, es que no puede decir que no. La diferencia está en que la primera está construida prácticamente sobre ese histrionismo exagerado del actor cuando trata de evitar decir la verdad, en cambio este nuevo filme está hecho de una sucesión de situaciones cómicas e ingeniosas que sirven para contar una historia con un propósito final. Además, también es una comedia romántica, lo cual le da un ingrediente adicional bastante atractivo para el argumento y el disfrute del público.

I.M.

Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen

O el amor insatisfecho

Por: Oswaldo Osorio

altConsterna pensar que cada película de Woody Allen pueda ser su última película. Sobre todo porque lo que más sorprende de su cine es que aún nos siga sorprendiendo, que todavía tenga cosas por decir, esto muy a pesar de sus más de setenta años y cuarenta películas sólo como director. Y es un director norteamericano pero con mentalidad europea, incluso desde hace unos años está haciendo películas en el viejo continente, porque en su país de origen ya no lo comprendían, como a Kubrick y a muchos otros artistas. Y allí en Europa parece que su visión del mundo está más en sintonía con sus personajes y situaciones.

De hecho, la historia que en esta ocasión trae se funda, en parte, en esa diferencia que hay entre ambos mundos y mentalidades, saliendo muy mal librados los estadounidenses, por supuesto. En principio es una comedia romántica como cualquiera, que, como es natural, empieza por el esquema “chico encuentra chica”. Aunque la primera variación sustancial es que introduce a dos chicas, las del título. Y en su presentación se afana por definir la personalidad de cada una de ellas, puesto que es lo que las diferencia, justamente, donde está la propuesta esencial de esta película. 

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Siete almas, de Gabriele Muccino

O la pretenciosa sensiblería

El afiche de esta película lo dice todo: Will Smith en una foto tipo documento de identidad. Es decir, una película vendida por el actor, en principio, y lo que es peor, un actor que ha sido muy eficaz para la acción y la comedia, pero que se le ha dado últimamente por hacer dramas en los que no actúa, sino que sólo fija la mirada y hace pucheros.

La historia es otro cuento sensiblero tipo En busca de la felicidad, de esos diseñados para no dejar ojo seco en toda la sala de cine. Pero esa película al menos era un muy bien armado cuento de superación personal, que es justamente lo que muchos buscan en el cine. Esta nueva película, en cambio, no sólo está mal armada, sino que luego se vuelve predecible y al final artificialmente sensiblera (que no sensible, sutil o emotiva).

El primer problema es que para la media hora inicial el espectador no se ha enterado de nada. Ocultan las intenciones del protagonista y se extienden en una presentación de personajes y situaciones inconexas y aburridas. Cuando se sabe por fin para dónde va el asunto, sigue la retahíla de situaciones entrecortadas y aburridas que dilatan y dilatan ese final anunciado desde la primera escena cuando este hombre reporta su propio suicidio.

Pero lo peor de todo: la película parece contada para hablar de la bondad y generosidad de un hombre para con siete personas, pero desde muy temprano es evidente que lo hace es por culpa, que de no haber sido antes tan insensible y negligente no hubiera ocurrido el accidente y su ataque de “generosoidad” nunca sería posible en su vida. Para colmo, enamora a una pobre desahuciada, aún sabiendo que no podrá corresponderle porque se va a suicidar. Pero mucha gente sigue creyendo que esta es una película emotiva y sensible. ¡Sólo una patraña más de Hollywood para incautos!
I.M.

DIARIO DE ÍÑIGO

Enero 18 de 2009. La ciudad del cine cursi. Interior. Noche.
Nunca voy un viernes temprano en la noche a ver cine, menos si es en época de vacaciones. Pero esta vez las circunstancias así lo quisieron. Sabía a lo que me enfrentaba: muchedumbre, crispetas, celulares, batallar con el codo del vecino, en fin. Pero allí estaba, como hacía muchos años no lo estaba. La película era Crepúsculo, una insólita mezcla de cine de vampiros e historia romántica, con menos sangre y acción (mucho menos horror) que romance y cursilerías. Como la vida de un vampiro, una eternidad, eso fue lo que se demoraron en introducir el conflicto. Y como se sabe, un relato sin conflicto es como un muerto en vida, también igual que un vampiro.

Pero más que lo insufrible de la cinta, me sorprendió la actitud del público. En una película de horror la gente grita, en una comedia ríe, pero en una historia de amor, endulzada hasta el extremo, las reacciones son las más insólitas, desde suspiros en coro que se oyen en todo el teatro, pasando por risitas nerviosas, hasta piropos cada que aparece un galán. No miento, ¡piropos! Parezco burlándome de estas criaturas que tan ingenuamente caen en la trampa de una sospechosa película, pero al mismo tiempo, mi sorpresa es porque confirmo la fascinación que aún el cine, pero sobre todo el rito de verlo colectivamente, despierta en el público. Por eso el cine no va a morir nunca como espectáculo, porque muchos espectadores necesitan esa complicidad con los demás en las emociones que el cine despierta. A mí eso me gustaba, pero cuando tenía diez años.

Australia, de Baz Luhrmann

La pasión sin pasión

Hasta esta película director australiano Baz Luhrmann era uno de mis favoritos. Había hecho tres excelentes películas (Bailando en tu piel, Romeo+Julieta y Muolin Rouge), una cada cuatro años. Por eso esperaba de ésta una propuesta igual de original y fascinante. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario, una cinta esquemática, predecible y sin el atractivo visual de sus antecesoras.

Era una película sobre Australia con sólo australianos. Por eso prometía ser apasionante y reveladora. Algo así como poder saber de aquel país-continente algo que sólo quienes nacieron allí supieran. Pero nada, sólo ofrecieron una película de aventuras y romance como cualquier producto salchicha manufacturado en Hollywood.

Llena de clichés (empezando por la pareja protagónica), con un componente mágico fantástico que no convence, un villano que da pena y no pone a nadie a hacer fuerza, convencionalismo visual y estético, y con más finales que una historia de amor entre obsesos. Espero que dentro de cuatro años este director canguro se reivindique y nos cuente otra historia sobre “amor”, “Belleza”, “Verdad” y “Libertad”, como lo ha hecho con todas, sólo que en esta última no le funcionó.
I.M.

Bolt

¿La última novedad tecnológica?

Hacía bastante tiempo que no se veía una película en tercera dimensión en la ciudad, por eso el estreno de Bolt ha sido una grata sorpresa y una fascinante experiencia. Pero en esta noticia con tintes de novedad hay muchas cosas que precisar.

Lo primero es diferenciar la 3D que es un efecto óptico y la 3D que se consigue con la imagen digital. La primera existe desde 1915, tuvo su momento de gloria en los años cincuenta y es esa en la que se usan unas gafas de colores y que dan la sensación de profundidad, unas, o de que las cosas se salen de la pantalla, otras. La otra es la llamada animación en 3D (Toy Story, Buscando a Nemo), para diferenciarlas de las animaciones en 2D, como las clásicas de Disney, por ejemplo.

La segunda precisión es que Bolt es una película en 3D en ambos sentidos, es decir, como animación digital y como efecto óptico. Pero lo principal es que no es el efecto de siempre, con las agotadoras gafas de cartón y con un lente verde y el otro rojo, sino que es una nueva tecnología que usa lentes polarizados y unas gafas más cómodas, de manera que no cansa ver un largometraje.

La tercera precisión es que no se trata de una más de las escasas películas en 3D que se hacen cada tanto, porque en realidad se producen muchas películas con esa tecnología cada año, sólo que a Colombia nunca nos llegan esas versiones. Es por eso que películas como Matrix, El señor de los anillos, Harry Potter, El Hombre araña, Piratas del Caribe y la mayoría de las grandes súper producciones, aunque tienen su versión en 3D, por cuestiones de  costos, en nuestro país las vemos aplastadas en la pantalla en sus menos espectaculares dos dimensiones.

Aclaradas las cuestiones técnicas, sólo basta celebrar lo divertida e ingeniosa que resulta esta nueva película. Aunque habría que decir que el hombre que está detrás de los estudios Disney, John Lassetter (el mismo que lo inició todo con Toy Story), repitió la fórmula de su primera película. Si se comparan los personajes de Buzz Lightyear y Bolt, así como sus conflictos, se podrá ver que tienen el mismo planteamiento, y consecuentemente, muchas  similitudes sus historias. Pero aún así, vale la pena pagar la costosísima entrada. Al menos quedan las gafas como souvenir, seguramente las primeras de muchas que vamos a tener, porque se avecina una avalancha de cine en 3D.
o.o

Las mejores películas del 2008

Además de este listado ser, como todo listado, muy personal, en el caso colombiano existe un condicionante adicional, y es que a la cartelera del país llega un ínfimo número de títulos en relación con la producción mundial. De los quinientos filmes que, aproximadamente, se estrenan en Hollywood cada año, al país llegan acaso 150. Y la desproporción con el cine del resto del mundo es mucho mayor. Así que, de lo poco que llegó, esto fue lo que más me gustó. 

1. Promesas peligrosas, de David Cronenberg
El refinamiento de la truculencia y la visceralidad aplicados a un perfecto thriller.
2. El sabor de la noche, de Won-Kar Wai
Amores y desencuentros urbanos acoplados sobre una poética visual y musical.
3. Sin lugar para los débiles, de Joel Coen
Cine de género con fuerza y originalidad, el esquema renovado en cada película.
4. Yo, tú y todos los demás, de Miranda July
Sutileza y poética de la cotidianidad, lo revelador de las búsquedas personales.
5. Malos hábitos, simón Bross
El peso espiritual y físico de  comer en una historia inteligente y opresiva.
7. Yo soy otro, Oscar Campo
Lo fantástico como alegoría de la crítica realidad colombiana.
6. Sweeney Todd, Tim Burton
La pérdida de la inocencia del autor de grandes fábulas macabras.
8. Juno, de Jason Reitman
Ingenioso y divertido relato de precocidad y angustias juveniles.
9. A través del universo, de Julie Taymor
Celebración y homenaje a la música de The Beatles y su tiempo.
10. Pero come perro, de Carlos Moreno
Pocas veces un thriller colombiano había tenido tanta fuerza y contundencia.

¿Cuál es tu lista?

Ni te cases ni te embarques, de Ricardo Coral-Dorado

Ni te ríes ni te emocionas

Cada año, cada 25 de diciembre, como el traído del Niño Dios, se estrena una película de Dago García. Este libretista y productor, quien ha ganado fama y fortuna en la televisión nacional, ha querido hacer industria en este pobre país sin producción ni mercado de cine. Lo más sorprendente es que lo ha logrado, pues ha sido el único en conseguir por tanto tiempo tal proeza: sacarle ganancias a una película para poder hacer otra y con ésta la siguiente.

Los primeros títulos fueron respetables productos, porque de eso se trata, de sacar productos cinematográficos que hagan la mayor taquilla posible y si, de paso, cuentan con valores de calidad artística, pues mejor. Así se pudieron ver La pena máxima, Es mejor ser rico que pobre y Te busco. Pero Dago (y los directores que contrata) fueron perdiendo el curso y nos han afrentado con lamentables cintas como La esquina, Las cartas del Gordo o Mi abuelo, mi papá y yo.

Con Ni te cases ni te embarques casi llega a su peor registro. No es una comedia ni es un drama. No hace reír ni emociona. El argumento es tan forzado como inconsecuente la construcción de sus personajes. Y esto se evidencia principalmente en el insólito giro que da el relato cuando deciden acometer el robo: ni la historia ni los personajes daban lugar para tal despropósito.

La buena disposición que había para reír se transformó en asombro, en especial cuando vemos que un drama familiar trata de abordar el tema que le causa todos los males a este país: el dinero fácil. Pero más que las ganas de obtener dinero fácil, sorprende la facilidad con que moralmente todos los personajes acceden a tal propósito y lo justifican.

En definitiva, se trata de otra malograda película de Dago García, a la que arrastró a un director que ha probado antes su talento y buen criterio. Una cinta que no logra ninguno de sus propósitos a causa de la absurda lógica de sus argumentos y recursos, de la inconsecuente mezcla de géneros y la irresponsable forma de plantear éticamente la visión de sus personajes y sus realizadores.
I.M

PVC-1, de Spiros Stathoulopoulos

El collar de perlas colombiano

Por: Oswaldo Osorio

¿Por qué rodar toda una película en plano secuencia? Esto es, una película filmada sin cortes, con la misma continuidad del teatro o de la vida. ¿Por qué hacerlo si lo que más define y diferencia al cine de las demás artes es la fragmentación y manipulación del tiempo? El director colombo-griego Spiros Stathoulopoulos lo ha hecho y dice tener sus razones. Una de ellas es muy válida y seguramente para muchos suficiente. Aún así, contar una historia de hora y media con una sola imagen continua es una decisión extrema que tiene sus consecuencias narrativas y dramáticas, tanto a favor como en contra.

Alfred Hitchcock ya lo había hecho hace sesenta años en La soga. Incluso con la tecnología digital se ha puesto un poco de moda este ardid técnico y narrativo: La más sorprendente de todas es Time code (Mike Figgis, 2000), que cuenta UNA historia con la pantalla dividida en cuatro planos secuencias. Después lo hicieron el mexicano Fabrizio Prada con Tiempo Real y Alexander Sokurov con El arca rusa. Hitchcock luego le confesaría a Truffaut su arrepentimiento por aquella decisión: “Me doy cuenta de que era completamente estúpido, porque rompía con todas mis tradiciones y renegaba de mis teorías sobre la fragmentación del film y las posibilidades del montaje para contar visualmente una historia.”

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