Entre buseros arreglan

Image (2)Por: Susana Marín García, tallerista de El Taller 2023.

La universidad a la que voy queda a dos buses de mi casa. El primero, que me deja en el Centro para coger el otro, pasa por todo el frente, es decir, por la loma de la carrera 33. Hay dos opciones: que pase el bus blanco con verde, que es el de Cataluña, o el rojo con azul, que es el de La Milagrosa. 

El de Cataluña es amplio, iluminado; las sillas son grises y de plástico, al contrario de las de La Milagrosa, que son negras y abullonadas. A veces a uno le toca sentarse en una rota, que tiene el relleno a punto de salirse. En cualquiera de los casos es normal ver las sillas rayadas con declaraciones de amor, a equipos y a personas, quienes encierran sus iniciales en un corazón. 

En los buses verdes con blanco uniforman a los conductores, que saludan cuando uno se monta y reciben el pasaje al subir, aunque por ser colectivo, debería ser al bajar, como sucede en los rojos con azul, porque, además, una vez una señora, en el afán de entregar su pasaje e ir a sentarse, no se sostuvo bien y cuando el bus arrancó, se cayó. 

Esa es una medida prudente, pero no para mí: una niña que muchas veces lleva las monedas contadas y sudadas en la mano, esperando que el conductor se las reciba sin que se le caiga ninguna porque se le descuadra el pasaje. El de Cataluña las recibe todas, de una, sin dejarlas caer, pero cuando pasa el de La Milagrosa, que es estrecho y muy oscuro, me toca meter las monedas en el bolsillo porque el conductor siempre dice: “Siéntese tranquila que al bajar me paga”, entonces las guardo, pero entre las otras cosas que llevo en el bolsillo, como un chulo y un brillito, a veces se queda una adentro, o no me da la mano para sacarlas todas, me enredo, el bolsillo es muy apretado, se caen… en fin, es incómodo. 

En cualquiera de los dos buses, el pasaje vale 2,950 pesos, es decir, en la mayoría de los casos, me tienen que devolver los 50. Los de La Milagrosa a veces no los dan, sino que se hacen los locos y toca ponerles la mano en forma de coquita en señal de espera. Los de Cataluña siempre la entregan, o dicen: “Niña, vea”, y uno recibe la moneda. Esto es importante porque el otro bus que tomo para llegar a la universidad cobra 2,850, entonces lo que devuelven de uno, completa el otro, por eso cuando no me los dan, ¿qué le voy a decir al del otro bus? Debe ser que entre buseros arreglan.

El barrio: un montón de casas juntas

Sandra_DavidPor: Sandra Milena David, tallerista de El Taller 2023

Había un sol pelado. Un techo de zinc. Un caserío pintado por niños. Un alambre de ropa. Un perro muerto. Un puesto de empanadas. Una ventana abierta de par en par. Un gallo canta en el patio del vecino. Una plaza de vicio. Un hombre parado en una esquina. Una venta de bolis. Un gato tuerto. Un parlante hasta los tacos. Una calle llena de huecos. Un callejón sin salida. Una penca sábila en una caneca de pintura. Unos guayos colgados en un cable de luz. Un minuto a cien.

Una señora pega el ojo detrás de la cortina. Un señor madruga a sentarse en el parque principal. Don Leo pela mangos y le escurre un jugo espeso entre las muñecas. Don Belisario padece el mal de la lora mojada, pues saluda a raymundo y todo el mundo. Doña Marta se la pasa todo el día viéndose el ombligo. Doña Carmen es la modista que le cose la ropa a medio barrio. Y Pedrito se gana la vida a punta de mandados, al igual que Carlos.

Hoy el bus siguió derecho, tenía un letrero que decía, no voy. La moto se quedó a mitad de la loma. El Metro se paró. El camión de la basura no pasó. El agua se fue. La ropa se secó. La luz subió. Las flores pelecharon. La vecina volvió con el marido. El niño lloró. La lluvia cayó. De repente escampó. 

La gente ya no corre. Un olor a pan fresco. Un anciano hace un chance. Suena la bocina de un carro. Una moto mal parqueada. Es la hora de la comida. Una sopa de mollejas. Una taza de aguapanela. A mi barrio no llega Rappi, porque ellos viven acá.

Su ausencia en el semáforo

Laura_RendónPor: Laura Rendón Aguirre, tallerista de El Taller 2023

Estaba acostumbrada a encontrarlo cada día, a verlo por la mañana, con la misma gorrita y variedad de stickers en mano. Era un hombre de 60 años de edad, aproximadamente, con una estatura promedio, piel trigueña, cejas pobladas y ojos oscuros; un señor que se ganaba la vida vendiendo calcomanías y, uno que otro, libro infantil para colorear.  Esa era la imagen que me recibía cuando mi mirada buscaba acertijos o personas que despertaran curiosidad. 

Un día, yendo a la universidad, paramos en uno de los semáforos de la 70, ese que queda al lado de la Estación Rosales de Belén. El señor, como de costumbre, empezó a repartir las calcomanías a todos los carros que estaban allí. Cuando llegó donde mí, sonrió. Quitó uno de sus stickers de caritas enamoradas y procedió a pegarlo en mi brazo derecho que reposaba en la ventana del auto. Instantáneamente la felicidad recorrió mi cuerpo por el afable gesto del hombre. Le dije, con emoción: “¡Muchísimas gracias!”. Él me respondió señalando el papel que estaba grapado en uno de los paquetes que ofrecía a la venta. Al leer lo que decía, la vergüenza se hizo presente en mis ojos, manos y mejillas, pues él era sordo. Me apenaron mis palabras y el hecho de pasar por alto el mensaje que, en todo este tiempo, estuvo frente a mí. 

Al transitar por el semáforo, solo recordaba aquel momento. Sin embargo, ya han pasado varios días en los que no lo he visto en su sitio habitual, lo cual hizo que mis recuerdos vergonzosos fueran reemplazados por preguntas: “¿Por qué no ha vuelto?, ¿le habrá pasado algo?, ¿se fue a otro lugar?, ¿ya habrá dejado de trabajar?” Estas inquietudes se hicieron más recurrentes porque, a pesar de buscar con la mirada las respuestas, aún no las he resuelto. 

Esta semana, de nuevo, no logré verlo. 

¿A dónde vamos? Cuándo…

Sara_TabordaPor: Sara Taborda Morato, tallerista de El Taller 2023

La mañana del sábado once de febrero, me levanté como de costumbre a clases en la Universidad de San Buenaventura, de 7:00 a.m a 7:00 p.m; siempre me he considerado una persona afortunada, pues no es complicado desplazarme de un lado a otro al tener un vehículo, y tampoco noto el vacío de capital al sacar algún billete de mi cartera para complacer mis constantes antojos. 

Alrededor del día conocí muchas personas que asistirán conmigo a las distintas clases durante los siguientes cuatro  meses, sujetos que vienen de muchos lugares, con propósitos distintos y que ocupan este mismo espacio-tiempo por distintas razones. La última clase del día fue la de Contextos históricos y políticos del español, en la cual nos dedicamos a conocernos, aspecto que me fascinó de la maestra porque demostró gran interés por acercarse a sus estudiantes, particularidad. Creí que en la Universidad no importaba mucho quién era el otro desde el rol docente – alumno, pues a lo largo del día vi cómo los maestros comenzaban sus clases magistrales sin siquiera preguntarse por el nombre de sus estudiantes. Personalmente, escuché con atención la presentación de cada uno mientras tomaba mi capuccino de caramelo; al comienzo, recochamos entre risas, pero el ambiente comenzó a tornarse serio a causa de que cada presentación era más íntima que la anterior, así que terminamos repartiendo pañitos húmedos con esencia de aloe vera para secar las lágrimas y los melancólicos recuerdos de gran parte de los asistentes del curso. 

Noté en la mayoría de los discursos gran independencia a nivel personal; sin embargo, muchas personas, sin pelos en la lengua, destacaron lo solos que se sentían en el lugar, puesto que muchos salieron de sus pueblos, ciudades y países dejando a su familia, esencia, amigos, pertenencias, mascotas y demás, ya fuera por desplazamiento, en busca de mejores condiciones de vida o simplemente por el deseo de superación personal. En cualquiera de los casos, muchos hablaban sobre cómo sintieron que  les fue arrebatada su zona de confort la cual, aunque fuera una esfera limitada, a muchos los llenaba de sentido por lo que, que ahora mismo, no saben a qué lugar acudir en busca de consuelo, inspiración, amor o descanso. Y es que, “a qué lugar corremos cuando nos ha sido arrebatado nuestro lugar sin previo aviso y somos obligados a irnos de donde nunca imaginamos” , contó Andrea, víctima de desplazamiento.

Al escuchar sus palabras, rápidamente mis ojos se inundaron. Así, en medio de mi lucha interna por no soltar ni una lágrima y con mi vista borrosa, noté cómo su frase no solo retumbó mi corazón, sino que fue un sentimiento comunitario; por lo que, entre consejos y lindas palabras, todos dejaron en evidencia que las personas que asisten a la clase de Contextos históricos y políticos del español, no somos solo compañeros universitarios, sino una familia, una hermandad.

¡Así vivimos el primer día de formación con nuestros talleristas de El Taller 2023!

El programa de formación a talleristas comenzó el pasado viernes 10 de febrero en las aulas de la UPB. Estudiantes de las Universidades de San Buenaventura y Pontificia Bolivariana participaron de este espacio en el que tuvieron un primer acercamiento a El Taller, nuestra estrategia de formación ciudadana que le apunta a formar lectores con criterio, a partir de algunos elementos del periodismo.

Aquí les dejamos el enlace de la publicación de El Taller 2022: https://onx.la/a8025

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