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El 7 de abril, hace cuatro días, la ocupación de las camas en las Unidades de Cuidados Intensivos en Antioquia llegó al 95,7 %. En la mañana de ese miércoles eran 12 los centros asistenciales que se habían declarado en emergencia. Una crisis hospitalaria que llevó al gobierno departamental a decretar medidas drásticas por cuenta de un nuevo pico de la pandemia.
Se llegó a un punto álgido de presión del sistema hospitalario sumado al incremento del número de contagios. Una escena que tras un año y casi un mes de pandemia (el primer caso de covid-19 en Antioquia se registró el 9 de marzo de 2020) resultaba inverosímil.
Entre algunas razones (como la flexibilidad de las medidas o la confianza que puede generar el inicio de la vacunación), hay una que la Organización Mundial de la Salud, OMS, advirtió a finales de 2020. Se trata de un fenómeno social que, precisaron, debía ser intervenido y acompañado en cada población: la fatiga pandémica.
La OMS la definió como “la desmotivación para seguir las conductas protectoras recomendadas, que emergen gradualmente con el tiempo y se ven afectadas por una serie de emociones, experiencias y percepciones”, según lo explicó en el documento Fatiga pandémica. Revitalizando al público para prevenir la covid-19. En otras palabras, “se da en un número creciente de personas que no siguen las recomendaciones y restricciones, disminuyen su esfuerzo por mantenerse informados sobre la pandemia y tienen menores percepciones de riesgo relacionadas con la enfermedad”.
Clara Cossio Uribe, coordinadora del programa de psiquiatría de la Universidad CES y coordinadora de la maestría en Bioética del mismo centro educativo, explica que la postura teórica que propuso la OMS se aplica en general a la población de todos los países, “teniendo en cuenta lo extensa que ha sido esta pandemia, el alcance tan grande y cómo todos, independientemente de que nos hayamos enfermado o no, nos hemos visto afectados por la situación”.
Esta ha sido una pandemia longeva, una realidad que no pareciera fuera acabar pronto y usted puede sentirse agotado al extremo, en una frase: cansado hasta de estar cansado.
Mariantonia Lemos Hoyos, psicóloga y coordinadora de la maestría en estudios del comportamiento de la Universidad Eafit, precisa que por sí solo el coronavirus agota, (es un tema de conversación que se ha mantenido vigente por mucho tiempo), eso sumado a las restricciones, cuarentenas y demás situaciones que afectan el comportamiento natural que tenían los seres humanos, “y en ese sentido nos cansamos porque estamos dejando de hacer las acciones que hacíamos, estamos recibiendo información negativa que es constante durante el tiempo y que como ya deja de ser novedosa nuestro cerebro se habitúa a esta información, deja de ser importante”.
La OMS explica que varios componentes relacionados con la motivación individual se han visto afectados por lo largo de la situación pandémica. “La amenaza percibida del virus puede disminuir a medida que las personas se acostumbran a su existencia”, y lo que es peor, “las circunstancias más atroces se vuelven normales cuando se experimentan durante períodos de tiempo prolongados. Las personas pueden acostumbrarse al coronavirus y la amenaza que representa”, y por eso se relajan.
Entonces tras 398 días de covid en Antioquia hay otras cosas que comienzan a primar para algunas personas: “La necesidad social, el yo quiero ver a mis amigos, me hace falta el mar, etcétera. Todo eso suma en el componente de la fatiga pandémica y por eso es un término importante, es un asunto mundial”, dice Lemos.
Andrés Gamba Peña, psicólogo magister en psicología clínica y docente de la Fundación Universitaria del Área Andina, está convencido de que la sociedad colombiana vive el efecto de la fatiga pandémica, “ya nos lo venía diciendo el Colegio de Psicólogos de China, ellos han sido referentes porque arrancaron casi que tres meses antes que el resto del mundo”.
Gamba explica que es importante señalar que este no es un trastorno mental, por el contrario, “una reacción natural y esperada que cualquier persona podría presentar luego de estar expuesta a múltiples restricciones de movilidad, estudio, trabajo y recreación. Es un conjunto de síntomas generados por la crisis sanitaria, económica y social que incluyen: aburrimiento, cansancio, ansiedad, desmotivación, desesperanza, desilusión, incertidumbre y sensación de no tener el control de la situación”.
A eso se suma que la emoción también ha cambiado, o pregúntese qué tanto miedo tenía del coronavirus hace un año y compárelo con el miedo que tiene hoy. “Al principio estábamos demasiado alertas y ya estamos rendidos, uno vuelve y se asusta cuando conoce a alguien a quien se lo diagnostican, pero estamos tan cansados de esta cosa que es probable que nos hayamos relajado más en el proceso”, dice la psicóloga Lemos.
La OMS advierte que todos los mensajes sobre el lavado de manos, el uso de tapabocas y el distanciamiento físico pueden parecer menos efectivos en momentos en los que una población evidencia este fenómeno, “y muchos países han identificado la necesidad de enfoques revitalizantes”, es decir, de dar otra orientación.
La psiquiatra Cossio habla de que en general los seres humanos estamos compartiendo una sensación de incertidumbre: “Si bien hay vacunas aún no las tenemos al alcance de todos y la aparición de nuevas variantes también preocupa. Además, saber que tenemos un sistema de salud que tiene recursos finitos para una situación con necesidades infinitas va a seguir generando preocupación, pero en lo que no podemos caer es que eso sea sinónimo de desmotivación para las medidas de autocuidado, que no solo deben ir ligadas a cuidarse de la enfermedad sino a propiciar bienestar personal, es decir, a disminuir conductas de riesgo”.
El problema, según dice la OMS, es que la alta desmotivación hace parte de una interacción compleja de muchos factores que afectan los comportamientos de ese autocuidado. “Estos se relacionan con la motivación y la capacidad individual, así como con las oportunidades que ofrece el entorno cultural, social, estructural y legislativo. Cada uno de estos factores puede ser barrera y/o impulsor de conductas protectoras”.
Para la entidad internacional, dada la naturaleza compleja de la fatiga pandémica, se necesita un plan de acción multifactorial (ver Informe), e insisten en que “las acciones deben implementarse de manera integrada en todos los niveles de la sociedad”.
La psicóloga Lemos cuenta que una de las personas que ha asesorado a la OMS en todo el manejo de la pandemia se llama Susan Michie, la creadora de un modelo conocido como “la rueda del cambio del comportamiento”, que declara que para propiciar una transformación en el quehacer de las personas estas necesitan capacidad, oportunidad y motivación.
“Ella dice que cualquier comportamiento de los seres humanos está relacionado con las capacidades que las personas tenemos, las motivaciones y las oportunidades que hay en el ambiente, es decir, dos factores personales y uno ambiental”, anota Lemos.
Pensando en cómo cada uno puede tomar acción, dice Lemos que lo primero es identificar que esto es normal, “que todos tenemos derecho a estar cansados, que se puede hablar del agotamiento, que podemos entenderlo y lo más importante buscar cómo manejarlo”.
El psicólogo del Areandina reafirma la idea de ese entendimiento y añade que además hay que asumir que somos seres biológicos. “Mientras el cuerpo no está regulado biológicamente, difícilmente va a poder procesar o entender estas cosas”. Por eso recomienda, como primera medida, verificar su higiene del sueño, sus rutinas, su alimentación y la actividad física: “Una persona que esté descompensada en sueño, que esté teniendo rutinas inadecuadas, es difícil que pueda estar bien para poder encontrar opciones. Comer y dormir es vital, pero además la actividad física genera dopamina y serotonina, los neurotransmisores que uno necesita para estar bien”.
Lemos dice que ante esta situación que se presenta hoy podría regresar a esas actividades que al inicio de la pandemia lo mantuvieron en pie: “Cuando la gente está en casa, que de alguna manera tenemos que volver a encerrarnos bastante, hay que regresar a las actividades placenteras. Es tiempo de volver a los cursos que se estaban haciendo virtualmente o generar otro nuevo repertorio de actividades para que puedan gestionar sus emociones”.
Si frente a la fatiga no se hace nada, la desmotivación va a ser cada vez mayor, “y podrían llegar a generarse –indica la psicóloga de Eafit– algún tipo de síntomas más importantes a nivel clínico, y no es que la fatiga pandémica como tal los cause, sino que tenemos personas que son más vulnerables a tener trastornos mentales (como la depresión) en medio de esta crisis”.
Si usted se encuentra en un entorno en el que el grupo ha minimizado el riesgo a cero, con frases como: “Nos hemos reunido mil veces y no pasa nada”, “deja de ser así”, “quítate el tapabocas”, “yo no tengo nada”, por ejemplo, lo primero es ser empáticos y entender que quizá esas personas están pasando por una situación de fatiga pandémica: “Y el otro lo que necesita es agotar ese discurso de desmotivación que tiene –indica el psicólogo Gamba–. Es como cuando yo estoy de mal genio y alguien dice ‘cálmese’, eso lo que hace es ponerme más mal genio”.
Entonces no es pelear, es escuchar al otro, permitirle hablar y luego dar todos los argumentos por los que usted se quedará en casa, seguirá usando el tapabocas, manteniendo la distancia y lavándose las manos. A lo mejor ayuda a esa persona que está desmotivada y que anda minimizando los riesgos a tener otra percepción. “No es juzgar, es ser empáticos”, concluye Gamba.
Mire a su alrededor, autoevalúe sus comportamientos y mire si puede, en vez de sumarse a la fatiga pandémica, ser un factor de cambio. Hágalo de corazón, por usted, por los suyos, por los demás