Tras pegar el último adobe, tardaron dos años más en lograr la puerta del baño. De madera barata, de un deslucido blanco y sin picaporte, se instaló tras un corte machetero, necesario si quería encajar en su nuevo marco. Reemplazó una cortina, hasta ese momento el único seguro de privacidad en la casa de *Claudia. A menos de tres pasos, la primera de dos habitaciones; a cinco más, la pequeña cocina; y a 7 u 8, el límite de la vivienda, un balcón para mirar los bajos de la comuna 16 (Belén) y de reojo al resto de Medellín.
Allí la encerró la pandemia, con sus dos hijos y sin su esposo, hasta hace poco también residente, en el presente obligado a quedarse en Cali, a donde llegó persiguiendo la promesa de un trabajo. En las paredes sin revocar cuelga algún portarretrato y un espejo; en el piso de cemento hay pequeños huecos que sueltan piedra seca y hacen inútil trapear o barrer, aunque así insistan en hacerlo.
Desde su niñez el hombre ha buscado protegerse en rincones inventados a su tamaño e imaginación. Ya sea la unión improvisada de dos sábanas, “una verdadera cueva excavada en un montículo o una cabaña primitiva de groseras tablas”, - dicen Monteys y Fuertes en “Casa Collage, un ensayo sobre la arquitectura de la casa” -, todos jugamos el “juego de la cueva”: la revelación tempranera de que la construcción de un refugio está arraigada al ser humano desde su infancia.
En algún punto se dejó su perfeccionamiento a arquitectos y urbanistas. Concentrados en el espacio público, en mejorar aceras, construir parques, equipamiento y transporte, olvidaron que la casa se habita de puertas para adentro. “Creímos que el acceso a la ciudad soluciona las desigualdades”, explica Adriana Hurtado, doctora en antropología, magíster en planificación y administración del desarrollo regional de la Universidad de los Andes, “pasando por alto que de las paredes para adentro hay todavía mucho que hacer”.
Del interior de algunas de ellas, en los barrios Villatina y Sol de Oriente, se agitaron trapos rojos los últimos días de la primera cuarentena. “Muchos ni siquiera tienen acueducto y alcantarillado”, relató Rodrigo Granja, presidente de la acción comunal del barrio Pinares de Oriente, en un reciente informe de EL COLOMBIANO. No son las únicas carencias. La comuna 8, Villa Hermosa, se ha ubicado los últimos años como uno de los sectores con más déficit cuantitativo de vivienda en Medellín. Allí, al igual que en otras zonas de la ciudad, los trapos rojos se agitan hace mucho tiempo.
“Es mi casa, aquí sucedo”
El poeta uruguayo Mario Benedetti describió su casa como un espacio “detenido en el tiempo”; un lugar, su lugar, de defensa y de condena; una guarida, tal vez, a donde huir de una pandemia. Y en el fondo, un “privilegio” del que no todos gozan. Según el Plan Estratégico Habitacional de Medellín 2030 (PEHMED 2030), en la ciudad había 813.557 viviendas en 2016 y 32.206 tenían déficit cuantitativo, es decir, no cumplían con 4 condiciones básicas de dignidad (ver infografía)
Junto al de déficit cualitativo (51.408 según el mismo informe), estos indicativos, no miden otra cosa que la ausencia de servicios básicos como la energía o el agua potable; o escenarios de vida precarios como el hacinamiento. “En casas o apartamentos donde viven tantas personas que es difícil guardar `distancia social` o aislar a las personas enfermas”, dice la profesora Hurtado. Imagine verse obligado a guardar dos metros de distancia con sus familiares en una vivienda de 36 metros cuadrados.
“No se trata ya de vivienda para atender la pobreza sino del empobrecimiento de la vivienda”, escribió Luis Fernando González Escobar, arquitecto constructor, magíster en Estudios Urbano-regionales y doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, en un artículo titulado “La gran mentira urbana”. “Si en 1972 se planteaba un área mínima de 60 a 82 metros cuadrados, en poco más de cuarenta años, en 2004, pasaron a ser 35 metros, de los cuales 26 eran efectivos. La vivienda se redujo un metro por año”.
La tendencia no ha cambiado. Según el PEHMED, el promedio de metros cuadrados de las viviendas de interés prioritario e interés social existentes en Medellín entre 2008 y 2017 estuvo entre 36 y 62 metros cuadrados.
Seguramente no es la vivienda que habrían elegido, como apuntan María Cecilia Múnera y Liliana Sánchez Mazo en “Construcción social de hábitat: reflexiones sobre políticas de vivienda en Colombia”: “es la que toca y que supone, soluciona el problema. La gente que, después de tanto intentar, tiene para comprar la única posibilidad, queda ausente de decidir cómo quieren habitar”.
La dignidad de una vivienda
Hay una razón por la que los arquitectos y urbanistas hablan de viviendas y las familias de casas. Los primeros las diseñan y construyen, dibujando bastidores de la obra de los segundos, “esa que cada uno quiere representar en su casa”, señalan Monteys y Fuertes. Sin la obra y sus protagonistas, una vivienda no es más que la unión de piedra y acero. Construir una casa necesita de una vivienda. Y en Colombia, además, de una “digna”.
A diferencia del derecho internacional (artículo 11 Pacto de Derechos Civiles Económicos y Culturales), que utiliza la palabra “adecuada”, en Colombia la Constitución usa “digna”, en su artículo 51. La razón, explicó la Corte Constitucional en su sentencia T-908 del 7 de noviembre de 2012 (y en otras más), es la relación directa que guarda con la dignidad humana, “entendida como ´el derecho de las personas a realizar sus capacidades y a llevar una existencia con sentido´”.
No se trata, entonces, solo de un techo. La Corte reitera que una vivienda digna “debe comprender la posibilidad real de gozar de un espacio material, en el que la persona y su familia puedan habitar, de manera tal que le sea posible llevar a cabo su proyecto de vida en condiciones que permitan su desarrollo como individuo digno, integrado a la sociedad”. Obligados por un virus a convertir un balcón en un gimnasio o un cuarto en un salón de clases, durante esta pandemia muchos redescubrieron eso que han llamado casa.
“Creo que la mayoría nunca había pasado tanto tiempo en su vivienda. Estamos acostumbrados a tenerlas como dormitorio”, señala Carlos David González, docente de la facultad de Arquitectura de la Universidad Pontificia Bolivariana, “usamos la ciudad para actividades de recreación y trabajo, y llegamos solo a dormir. Ahora es el momento en el que nos damos cuenta de lo que nos hace falta o de lo que podría mejorar en ellas”.
Si la vivienda es el reflejo de cada época, todos coinciden en que algo tendrá que cambiar hacia el futuro. “Es muy probable que una pandemia como esta se vuelva a repetir”, dice el arquitecto González, “la gente tendrá nuevos criterios al momento de seleccionar una vivienda para comprarla o arrendarla”. Tal vez, agrega la profesora Hurtado, la cuarentena “nos haya enseñado que más que un techo, la casa debe ser lugar donde nos sintamos a salvo y podamos encontrar plenitud”.
Durante las semanas de confinamiento muchos se rebelaron contra el uso que “debería” tener un balcón y lo descubrieron como un parque, una iglesia e incluso una tarima de baile. Otros sintieron como nunca su ausencia, dando sentido a lo que el artista austriaco Friedensreich Hundertwasser defendió en sus manifiestos: el derecho de cualquiera a asomarse por una ventana .
La cuarentena no se vive igual en todas las viviendas de Medellín. Las deficiencias que muchos normalizaron durante años cobran importancia cuando se pasa en la casa la mayor parte del día.
La cifra de déficit que la ciudad tenía para 2013 es sustancialmente más alta que la que reporta en 2016. La razón se debe a que el POT de 2014 introdujo cambios en la clasificación del riesgo. Esto provocó que las zonas de alto riesgo no mitigable en el suelo urbano, que en el POT de 2006 ascendían a cerca de 5,5 millones de m2, se redujeran a cerca de 1,2 millones de m2 en el POT de 2014. Las viviendas asentadas allí, que en 2013 eran cerca de 30 mil, pasaron a ser 5 mil en 2014. Y los cambios podrían continuar. Según un concepto del DNP, el Informe de Calidad de Vida y el Sisben, las fuentes de información que se utilizaron en PEHMED, no son las apropiados para hacer estos cálculos; si lo es, en cambio, el Censo Nacional de Población 2018.
Periodista de la Universidad de Antioquia con estudios en escritura de guión de ficción y no ficción.