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Atrapado en un crucero al que llegó el coronavirus

La historia de una pareja paisa. Ningún puerto latino los recibió, en EE. UU. dieron positivo para covid. Desde entonces una habitación del barco es su casa.

  • El Celebrity Eclipse es uno de los barcos de la naviera Celebrity Cruises. EL COLOMBIANO conoce los casos de cuatro de sus pasajeros que aseguran que han recibido todo el respaldo de la compañía en esta contingencia y sin costos adicionales. FOTO Getty
    El Celebrity Eclipse es uno de los barcos de la naviera Celebrity Cruises. EL COLOMBIANO conoce los casos de cuatro de sus pasajeros que aseguran que han recibido todo el respaldo de la compañía en esta contingencia y sin costos adicionales. FOTO Getty
JULIANA GIL GUTIÉRREZ | Publicado

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mil personas estaban en el barco. 2.800 pasajeros y 1.200 tripulantes.

Mi nombre es Juan Pablo Villegas y estoy varado en San Diego, Estados Unidos, en un barco con capacidad para 2.800 viajeros de los que solo quedamos doce: los que no pudimos desembarcar por síntomas de coronavirus. Mi pareja y yo salimos a celebrar nuestro aniversario en un crucero de 16 días por Latinoamérica y ya llevamos 59 días en altamar.

Todo comenzó el 1 de marzo. Partimos desde Argentina en un recorrido por Suramérica por el océano pacífico. El mismo viaje que hicimos hace 15 años y que quisimos repetir para celebrar que llevamos 25 años juntos. Fue uno de los mejores de nuestras vidas.

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Estábamos de fiesta, así es la vida en un crucero. Cuando pasábamos por Manta, Ecuador, el barco se detuvo y una embarcación ambulancia recogió a dos pasajeros que se habían enfermado. No nos dijeron qué pasaba y tampoco le dimos importancia, pero en Chile todo cambió porque al arribar a la bahía no nos dejaron entrar: el Gobierno prohibió los cruceros porque ya otros tantos tenían casos de coronavirus

Y no solo era Chile. Ningún puerto nos recibió. A bordo estábamos argentinos, brasileños, colombianos, uruguayos... latinos que sus propios países inadmitieron. Solo San Diego, en Estados Unidos, aceptó recibir el Celebrity Eclipse. El viaje se extendió. Desde Chile, en el sur del continente, partimos hasta el norte en una travesía de 14 días más sin parar de navegar.

La vida en el crucero seguía normal, salíamos a la cubierta, compartíamos en las zonas comunes con otros viajeros y estuvimos en un evento mexicano. No sentíamos que teníamos por qué preocuparnos. Después de 31 días en el mar llegamos a San Diego y solo dejaron salir a los estadounidenses y europeos porque para los latinos aún no había permisos de los gobiernos para retornar. ¡Otros recibían respuesta y nosotros no!

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Navegar con el coronavirus

En ese momento llegó la noticia: un pasajero había dado positivo para coronavirus. Le escribí a mi familia: posiblemente convivimos irresponsablemente con el virus durante la navegación. Comenzó la zozobra. Cuando has pasado tantos días en un barco pierdes la noción del tiempo. No sabes qué día es, menos la hora; estábamos navegando y de fiesta, ahora le temíamos a una pandemia.

La naviera consiguió un vuelo a Brasil para los latinos. Nuestra maleta ya estaba lista. Salimos de la habitación y no alcanzamos a tocar el puerto: mi pareja tenía fiebre y tos. Dimos positivo para coronavirus. Él, con síntomas. Yo, asintomático. Entramos en cuarentena. Cada uno en una en una habitación diferente.

Durante cuatro días estuve en una cuarto con solo una cama, baño y una ventana redonda sellada para mirar al exterior. Separados por un camarote, sin tomar aire ni sol y comiendo comida chatarra. Al cuarto día de cuarentena nos trasladaron a un apartaestudio en el piso 10 del barco. Ese es mi hogar desde entonces.

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No sé a qué hora me levanto. Desayuno cereal y fruta. Bailo la Pollera Colorá para sentir que estoy en mi país, respondo mensajes y leo. Sin darnos cuenta, empacamos un libro llamado Ser feliz en Alaska que ya llevo por la segunda lectura. Me ha enseñado cosas: estamos llenos de afanes innecesarios que nos ha trazado la cultura que nos pide ser productivos 24 horas.

Veo películas, hablo con mi familia en Medellín y salgo al balcón. Tenemos un submarino frente al barco, también un portaaviones y una base militar con unos 50 helicópteros. Vuelan diez veces al día por la bahía. Vemos la ciudad, pocas personas están en la calle, probablemente también están en cuarentena.

Cada cuatro días salimos a dar una vuelta en círculos por la bahía en la que nos escoltan embarcaciones militares. Nos están vigilando, quizá teman que alguien se tire del crucero. Los días se repiten: ver la vía de San Diego, los aparatos militares y esperar el regreso.

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Ya estamos sanos. Tenemos un aeropuerto a diez minutos de acá y la disponibilidad de un avión de la naviera para retornarnos, pero no un permiso del Gobierno para volver a casa. Pasamos un mes sin vernos, separados por un camarote, y solo en nuestro día 54 pudimos caminar por la cubierta para luego regresar cada uno a su habitación.

Cada que me preguntan cuánto tiempo llevamos en esta situación tengo que devolverme a ese 1 de marzo en el que nos montamos al barco queriendo revivir uno de los mejores viajes de nuestras vidas. No diré que ese se convirtió en una pesadilla. Uno decide cómo ver el mundo y yo elegí cambiar el chip de la preocupación por el de la tranquilidad. Escogí pensar que estoy en un paraíso en el océano porque, ¿para qué preocuparme por lo que no puedo solucionar?

en definitiva

El viaje de Juan Pablo Villegas evidencia el drama por el que han tenido que pasar las personas que estaban en un crucero cuando la pandemia llevó a los países a cerrar sus fronteras.

Si quiere más información:

Juliana Gil Gutiérrez

Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.

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