Los segundos de cierre del documental A menos que bailemos —visto el 30 de junio en Quibdó— son demoledores: una pantalla negra se llena con los nombres y las edades de los jóvenes asesinados en la capital de Chocó entre 2021 y 2022. El registro de las vidas cortadas por la violencia estremece, produce un coctel de emociones: rabia, impotencia, dolor.
El producto audiovisual narra las experiencias de cuatro miembros de Black Boys Chocó, un colectivo cultural de danza que trabaja con niños y adolescentes del barrio 2 de mayo, uno de los sectores más violentos de Quibdó.
Los testimonios de BonIce, Colacho, Mafalda y Rihanna —esta última una transexual— se alternan con imágenes de las coreografías de los más de 270 miembros del grupo.
La productora Páramo Films organizó un evento a la altura de cualquier lanzamiento de cine. Los protagonistas desfilaron con sus mejores atuendos por una larga alfombra roja.
Las butacas del teatro del centro comercial El Caraño se llenaron con periodistas, representantes de las autoridades locales, funcionarios vinculados a la cooperación internacional y, por supuesto, con los vecinos del sector El Reposo. En los minutos de duración del documental el público se lanzó por un tobogán sentimental: pasó de las risas al ver en la pantalla grande las calles de su barrio a la tristeza por los muertos y las balas.
Los productores y los protagonistas de A menos que bailemos sueñan con que su historia entre en el circuito de los festivales de cine en Colombia y Latinoamérica
Jonathan Martínez Quintero —Bon Ice— se enfrenta a la violencia de las bandas con los pasos de baile que le enseña a los niños de los sectores vulnerables de Quibdó. Hace cinco años tuvo la idea de frenar la deserción escolar a punta de baile: para lograrlo fundó a los Black Boys Chocó.
¿Cuáles son los principales problemas que enfrenta la juventud en el Chocó?
“La falta de oportunidades, la falta de empleo, la falta de estudio. Nosotros tenemos muchos jóvenes que no están estudiando. Y sin estudio no hay empleo, no hay estudios superiores, no hay oportunidades.
Ante esto los jóvenes optan a tomar un camino equivocado, que eso es lo que nosotros no queremos. Por eso necesitamos conocer a profundidad todo el tema, la temática de los jóvenes, para que ellos sepan cómo optar por un camino del bien”.
Bon Ice es enorme, debe estar cerca de los dos metros de altura. En el documental se le ve bailar con una energía tremenda, contagiosa. El suyo es un trabajo expuesto a las decepciones: en el evento, por ejemplo, no pudo contener el llanto al recordar a José Palacios Mena, asesinado con apenas 17 años. En la flor de la vida.
¿Y ha visto usted la transformación social a partir del baile?
“La transformación la he visto: a través de todos estos procesos los chicos se han empoderado. Estos chicos se desempeñan con liderazgo para rescatar a jóvenes que están a punto de caer en la drogadicción. En el Chocó hay muchos cazadores y depredadores juveniles: ahora lo que se está viendo es un joven matando a otro joven. No queremos más de eso. Queremos ver a un joven empoderando a otro joven, que le alumbre el camino a otros jóvenes”.
¿Cuál fue su reacción al ver el documental?
“Vi todo el trabajo, toda la resistencia, todo el empoderamiento y el cambio que han tenido esos jóvenes. Los chicos del momento inicial son distintos a los de ahora, más despiertos, más formados. Al ver este documental se dieron cuenta de muchas cosas, que sí vale la pena cambiar, que sí vale la pena resistir y trabajar por el bienestar de nosotros y por el de los demás”.
En la sesión de preguntas, posterior a la proyección del documental, Fernanda Pineda fue vehemente: pidió detener la matanza de jóvenes en el Chocó. El primer eslabón de la violencia es la falta de oportunidades, de caminos abiertos para la educación, el empleo, la vida digna. Pineda fue la encargada de hacer posible el documental: en los créditos comparte con Hanz Rippe el cargo de dirección.
¿Cómo surgió el proyecto?
“El proyecto surgió porque Páramo Films, nuestra productora, lleva mucho tiempo trabajando de la mano de cooperación internacional, de ayuda humanitaria en distintos territorios y en uno de esos procesos conocimos a los Black Boys y quedamos impresionados, no solamente por el talento, sino por esta fuerza que tienen ellos. Ellos están remando en un río demasiado revuelto y siguen remando y cada vez tienen más fuerza y tienen más eco. Ellos están construyendo país en un barrio donde las posibilidades son muy pocas, donde la delincuencia, la cárcel o el cementerio son las opciones que se empiezan a vislumbrar casi desde los 13, 14, 15 años”.
¿Cuánto duró todo el proceso?
“El proceso duró un año, más o menos. USAID creyó en este proyecto y nos apoyó con los recursos para construirlo. Luego, apenas se acabó la pandemia, agarramos camino, nos vinimos con un equipo muy pequeño y estuvimos aquí en territorio aproximadamente ocho días. Habíamos hecho una buena preproducción, habíamos hecho un trabajo telefónico. Y luego, desde ese momento hasta marzo de este año, estuvimos haciendo todo el proceso de color, de mezcla de sonido”.
En la parte final hay una lista de nombres, ¿durante qué período fueron asesinados?
“Estos nombres fueron recogidos desde 2021, desde que inició la producción, hasta el 2022. Un año largo. Ayer que llegamos nos dimos cuenta que teníamos que meter más y no los logramos meter. Y es abrumador. Esa pantalla se va a seguir llenando. Y eso es lo que queremos visibilizar: esos nombres, esas vidas. Y, sobre todo, cómo no se detiene. No vemos una salida, no vemos un titular sobre esta situación. Los jóvenes en Quibdó se están muriendo casi a diario y nadie dice nada y no pasa nada”.