Hagamos memoria. Si usted ha ido alguna vez al aeropuerto José María Córdova de Rionegro, ¿es capaz de mencionar las esculturas que adornan el exterior de esta terminal aérea? Puede cerrar los ojos un momento, tómese unos segundos antes de retomar la lectura para que lo piense...
A vuelo de pájaro, hay cuatro esculturas que fueron instaladas en la década de los 80 tras participar en un concurso abierto –de la época– organizado por la Aeronáutica Civil para llenar de arte ese lugar: El Sol, de Edgar Negret; Las cometas, de Clemencia Echeverri; El Atrapa rayos, de Bernardo Salcedo, y los famosos Pórticos, de Hugo Zapata.
Este mismo ejercicio lo hizo el arquitecto y artista Pablo Gómez Uribe con sus amigos y se encontró con que “nadie las veía”, incluso le preguntaban: “¿Cuáles esculturas?”
Con sinceridad: ¿Usted se hizo la misma pregunta con el ejercicio inicial o fue capaz de mencionar alguna de las esculturas?
Ese fue el punto de partida de Gómez Uribe cuando recibió la invitación de la curadora Lucrecia Piedrahita para hacer parte de la Bienal Internacional de Arte de Antioquia y Medellín: “Hay un sector que a mí me ha interesado mucho y es el de las esculturas del aeropuerto, y porque aquí también hay una tradición en escultura pública muy importante. Cuando aparece la invitación yo le digo a Lucrecia que me encantaría hacer una intervención en esa zona para activar esas esculturas”.
El comienzo de Doña Montaña
“Progreso y cultura” es una relación que a Pablo le ha interesado desde siempre, “por poner un ejemplo: las obras civiles de gran envergadura –como las esculturas– siempre han generado cultura. Y basta ver espacios como el aeropuerto, como la Universidad de Antioquia con las obras del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, La Alpujarra, el Coltejer. El progreso genera cultura y si tenemos una megaobra como el Túnel de Oriente, qué pasa si empiezo a relacionarlos y ahí inicia en realidad este proyecto”.
Este lunes 13 de octubre comenzará a montarse la obra Doña Montaña en uno de los espacios verdes del recientemente inaugurado intercambio vial del aeropuerto José María Córdova. En palabras de Lucrecia Piedrahita: “Una montaña transformada en obra de arte, donde el interior invisible se vuelve espacio público”. Una obra de varias partes, de acero pintado de vinotinto con la que la gente podrá interactuar –se podrá sentar, buscar sombra, pasar un rato– y que tendrá 24 metros de largo por 7.10 de alto, y 11 en su parte más ancha.
Doña Montaña tiene varias partes y, como toda obra de esta magnitud, cada una tiene un sentido y una razón de ser.
Lo primero que explica Pablo es que el proceso comenzó cuando tocó las puertas de la concesión Túnel de Oriente, les explicó que iba a hacer una obra y que le interesa mucho el contexto. Pero además la fascinación suya por los túneles y las obras de ingeniería viene de herencia.
Pablo Gómez Uribe es bisnieto de Juan de la Cruz Posada, un ingeniero de minas, científico, empresario, escritor, docente, consejero y dirigente cívico y profesional muy notable en la Medellín de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Fue director general en las minas de “El Zancudo”, en Titiribí, cuya historia de su dueño y accionista principal, Coriolano Amador, contamos en las páginas de EL COLOMBIANO. Pero también fue ingeniero interventor en las obras de construcción de los ferrocarriles de Antioquia y de Amagá. Según la biografía del Grupo de Historia Empresarial de la Universidad Eatif, De la Cruz Posada fue personaje central –en 1917– de la ceremonia inaugural del tramo entre Porcecito y la estación Santiago, al pie de La Quiebra, en donde luego se construiría el túnel.
“Esta obra está dedicada a mi bisabuelo, Juan de la Cruz Posada, y a los ingenieros antioqueños (...) La ingeniería es muy importante en la cultura de esta región”.
Volviendo al Túnel de Oriente, Pablo comienza a buscar inspiración conociendo profundamente la obra. “Yo llego a esa belleza y empiezo a ver que la obra es la montaña en sí, son 8 kilómetros de perforación y ahí empiezo a pensar”, cuenta.
Lo primero que conoce Pablo es todo el material que salió de la montaña y que sirvió para la misma obra, para el viaducto, para los llenos, para las columnas y hasta para la pavimentación. Era absorber información. El momento crucial para definir lo que sería Doña Montaña fue una visita con uno de los ingenieros y geólogos de la obra, Ricardo Álvarez, quien le regaló una piedra que salió de esa construcción –en forma de torso– y además empieza a dibujar el perfil de la montaña para explicarle a Pablo cómo se hizo el túnel, y le dice: “Es que esto es una señora montaña”. Ahí, en esa conversación, Pablo vio lo que sería la obra.
Una escultura monumental
Luego del proceso de abstracción y artístico en el que Pablo decide que va a “personificar” una montaña, a “elevarla” y darle la importancia que merece, nace Doña Montaña.
Desde el principio, él sabía que quería una obra que perdurara en el tiempo, que fuera arte que la bienal le dejara a la región.
Fueron cientos de dibujos que realizó hasta que llegó a la idea final y siguiendo también la línea curatorial de la bienal, muy de la mano de Lucrecia Piedrahita, “ella tiene su historia con la arquitectura y el entendimiento fue mucho, al igual que con Óscar Roldan-Alzate (el otro curador de la bienal). A Lucrecia, a Roberto Rave –director de la bienal– los invité al estudio para generar conversaciones en el transcurso del proceso”.
Esa piedra en forma de torso, muy abstracto, como de una silueta, es la primera inspiración a la que luego añadió la idea de mostrar el corte longitudinal de la montaña simulando dos piernas que juegan con el torso.
Para Pablo era muy importante que la obra no solo estuviera ahí sino que la gente pudiera interactuar con ella, por eso, ese “torso”, será un espacio en el que las personas podrán subirse, caminar, que tendrá hasta un árbol de yarumo y que será parte del espacio público. Ese torso tendrá una especie de “manos”, que serán dos piedras talladas que salen de todo el material que quedó de la construcción del Túnel de Oriente, “tendrá además una lámina metálica de más o menos dos pulgadas y media que pesa un montón y a la que se le dará la forma de la esbeltez de las piernas que hacen un carrizo y eso genera una espacialidad que va a tener hasta sombra sobre el espacio público. Esa esbeltez solo la podría dar un material tan sólido como el acero. Toda la obra en general es de acero, las laminas de las dos piernas tienen 10 metros de ancho por 7.10 de alto”.
La escultura será en tono vinotinto y estará ubicada a un costado del intercambio vial en donde antes había una glorieta. “Esa glorieta estaba llena de unos arbolitos que les decían los liberales por un color vinotino oscuro que siempre me ha fascinado. Yo estoy tomando ese color para la obra”, detalla Pablo.
Doña montaña estará lista para el cierre de la bienal, el 25 de noviembre, tendrá cerca de un mes y 15 días de contrucción, hay que llevar pieza por pieza, “y esto es como un edificio, tiene cálculo estructural, zapatas y tiene más componentes como el paisajismo, hay que sembrar plantas, tiene una propuesta de la oficina de arquitectura de paisajes Maleza a la cabeza de la arquitecta Isabel Villegas”, cuenta Pablo quien destaca además el trabajo de su equipo y de las arquitectas Alejandra Duque y María Fernanda Duque, quienes pertenecen a su estudio.
La primera idea de Pablo es activar esa zona de las esculturas aledañas al aeropuerto Josá María Córdova de Rionegro con una obra nueva que se relaciona no solo con el Túnel de Oriente sino con la gente que vive en las montañas, con la historia de la ingeniería en Antioquia. “Me sueño ver una montaña que se posa tranquila en el paisaje y que mira a una Antioquia emergente, es tiempo de que las obras disfruten de la Antioquia que tenemos. La gente se puede subir a la obra, se puede parchar en ella, habrá troncos y piedras que serán sillas, tendrá maleza y naturaleza creciendo”, concluyó Pablo.
Las esculturas del aeropuerto
La primera son esos marcos –como de puerta– pintados con los colores de la bandera de Colombia y que le dan la bienvenida a la terminal aérea. Esos son los famosos Pórticos de Hugo Zapata. Unos metros después encontrará la primera rotonda que lo lleva a la terminal de pasajeros por un lado o a la terminal de carga, por el otro; allí está El atrapa rayos de Bernardo Salcedo, que representa un rayo que parte una enorme lámina de acero de 22 metros de altura. A pocos metros, si mira a su derecha verá una escultura más, Las cometas de Clemencia Echeverry, tres cometas que se unen, también pintadas con los colores de Colombia. Y por último, ya dentro de los parqueaderos y a la entrada del terminal está El Sol de Edgar Negret, obra roja del gran artista payanés.