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La suspensión del fútbol colombiano permitirá a Vladimir Hernández alcanzar una rápida y buena recuperación tras la lesión muscular que sufrió en marzo. Así lo considera, al afirmar que estando 100% físicamente, logrará su nivel característico.
A Vladimir lo que le falta en estatura le sobra en corazón y garra. Sus 1,60 metros de estatura nunca han sido impedimento para triunfar, y desde que llegó al club verde lo hizo fortalecido por su historia de vida. Además lo ha acompañado la suerte, algo que parece ser una cuestión del destino y con tintes cinematográficos.
Iván Hernández, su padre, cuenta que cuando su hijo tenía tres años iban caminando por la calle y un anciano con un bastón los detuvo y les dijo que si le dejaban leerles las palmas de las manos.
El hombre tomó la de Vladimir y, después de unos segundos, miró a su padre y le dijo: “cuide mucho a este niño, porque va a tener un futuro grande en algún deporte y será famoso”.
Para don Iván esas fueron palabras premonitorias. Pese a su corta edad, en ese momento, Vladimir recuerda las palabras de ese hombre, y se las agradece porque fueron un impulso para salir adelante.
Hoy extraña las canchas, pero lo asume de buena manera: “Esto ha sido muy difícil, porque te gusta ir a la cancha, estar con el balón y saber que por ahora no lo podemos hacer. Es complicado. Pero, con el pasar de los días y con la charla de los profes que nos recalcan que hay que estar bien para cuando esto vuelva, eso nos motiva”.
Tal vez su fortaleza se desprenda también del lugar donde nació: Arauca, un departamento duramente golpeado por la violencia. Su familia quiso cortar esa historia de vida y emigró a Barranquilla. “Siempre recordaba esos problemas de violencia, me tocó escuchar muchas balaceras y ver muchos muertos. Mi mamá me regañaba porque era muy curioso de niño y después tenía pesadillas”, recuerda.
Ahora valora el tiempo con su propia familia: su esposa Brenda y su hija Martina. “Veo películas con ellas, tratamos de jugar, pasar el tiempo y disfrutarlos al máximo”.
Vladimir dice que es fácil ayudar en esta situación quedándose en casa. “Me han tocado cosas más duras”, dice, y hace alusión al viaje que afrontó con 10 años de edad a Barranquilla. “Fueron dos días abordando varios buses y allí las cosas tampoco fueron fáciles, crecí en un barrio complicado, pero gracias a Dios me pude levantar y sacar a mi familia adelante”.
Esas pruebas de la vida acrecentaron su fe y es un convencido de que todo pasa por una razón divina. “Es un tiempo para cambiar, para darle mayor valor a nuestros hogares y particularmente es una situación que me ha tocado mucho”.
Esa sensibilidad la aprendió de su madre Gloria Rivero, quien se ganaba la vida vendiendo obleas con la ayuda de Vladimir.
Ella reconoce que su hijo siempre ha sido de buenos sentimientos. “Me decía, con lágrimas en los ojos, ‘mami algún día vamos a salir adelante y vas a tener tu casa’. Andábamos de arriendo en arriendo y en casitas pequeñas. En diciembre yo lloraba mucho y él me decía: mamá no llores que algún día vamos a tener una casa y vas a estar como una reina”.
Vladimir le hizo realidad ese sueño. “Mi familia me enseñó a ser un guerrero y a ganarme las cosas con esfuerzo y así llegué a esas pruebas”.
A sus 31 años mantiene intactas las ganas de jugar al fútbol, e incluso de regresar al exterior si se presenta otra oportunidad, pero es consciente de la responsabilidad de portar la camiseta verde.
“El ser humano nunca puede dejar de soñar. Todos los días tengo ilusiones y esas son las que me han permitido tener una bonita vida. Quiero ganar muchos títulos con Nacional y seguir haciendo orgullosa a mi familia”.