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“Desde que perdí la pierna, el ciclismo me cambió la vida”: Julián Gil

Julián Gil es la esperanza ciclística de Ituango. Aprendió a montar bicicleta con una sola pierna y ahora se esfuerza por clasificar a los Juegos Paralímpicos de París.

  • Julián Gil es ejemplo de superación. En el Nacional de paracycling es uno de los favoritos al triunfo. FOTO CORTESÍA juan luis londoño
    Julián Gil es ejemplo de superación. En el Nacional de paracycling es uno de los favoritos al triunfo. FOTO CORTESÍA juan luis londoño
18 de abril de 2023
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Es extraño el destino. A veces parece impredecible, como si nada de lo que ocurrirá en el futuro pudiera advertirse o prevenirse, como si fuéramos a ciegas por la vida y ninguna de nuestras decisiones tuviera alguna consecuencia definitiva. En cambio, en otras ocasiones, nos llegan señales, presentimientos que se asoman en pequeñas conversaciones, en micro sueños o en leves sensaciones que se traducen en pinchazos en el corazón, escalofríos que trepan por la espalda o temblores repentinos en las manos y en el torso.

El 15 de junio de 2019, víspera del Día del Padre, Julián Gil Oquendo se encontraba departiendo con algunos de sus compañeros en uno de los campamentos para trabajadores del proyecto Hidroituango, en el sector conocido como El Valle, en jurisdicción del municipio de Toledo y a una hora larga de Ituango, en el Norte antioqueño.

Caía la tarde, soplaban ráfagas de viento húmedo y en el campamento sólo se escuchaban las risas de los trabajadores y el murmullo del río San Andrés de Cuerquia. Estaban contando chistes y anécdotas familiares y, así porque sí, a Julián le dio por ponerse a hablar de accidentes en moto.

“Uy, ojalá no me vaya a pasar a mí, qué miedo”, soltó con la voz nerviosa cuando uno de sus compañeros le contó de una muerte en la carretera hacia Yarumal. Julián se había comprado una Discovery 150 con mucho esfuerzo y la usaba para desplazarse de Ituango hasta la represa.

Cuando estaba en el pueblo prefería guardarla o se las prestaba a los amigos para que dieran vueltas por la cabecera municipal, pero él no se subía. Prefería ir a comer helado con sus hermanos, o sentarse en la cantina de don Tulio a escuchar boleros y viejas canciones románticas.

Julián nació en Medellín por casualidad, el 15 de diciembre de 1999, pero fue criado en la vereda Singo el Chorrón, a tres horas de la cabecera municipal de Ituango. Allí creció junto a sus padres Nelson Antonio y Alba Nelly; sus abuelos José Alejandro Parias y Ana María Mazo; y sus hermanos Yenny Alejandra, Nancy Johana, Nelson, Francy, León Fernando y Cristian Felipe.

Sembraban la tierra y ordeñaban las vacas, y así trascurrían sus días, una sosegada y frugal vida campesina. Eran los cuidadores de la finca El Llano, donde nació y creció el artista Ramón Vásquez, prestigioso pintor y muralista que dejó una huella indeleble en Colombia, en los años 70, 80 y 90 del siglo pasado.

Cuando era niño, Julián se la pasaba al lado de su abuela Ana María, pues sus padres debían trabajar hasta la puesta del sol. Cuando tuvo edad para ayudarles, el niño se unió a los duros jornales, al igual que varios de sus hermanos.

Creció soñando con ser policía o soldado pues, como tantos ituanguinos, estaba acostumbrado, desde pequeño, a ver tropas de hombres armados acampando en las montañas o marchando por las veredas. Quería tener plata para comprar su finca y sus propias vacas, así que trabajaba sin descanso, para ahorrar y lograr su independencia.

Su padre, cansado de ser mayordomo, decidió juntar lo poco que tenía y se compró una finca a la cual bautizó La Paloma, allí se instaló con toda la familia y a Julián, que era el mayor, le dijo: “Esto también es suyo, así que llénela de vacas y siembre”.

Julián formó un pequeño hato de vacas y, con la ayuda de sus hermanos, sembró café, maíz y otros productos. Cuando se hizo mayor de edad se fue a trabajar a Hidroituango, porque el sueldo era bueno, y entonces se compró una moto. Estando en el proyecto hidroeléctrico, sus sueños de ser policía se esfumaron y se ilusionó con ir a la universidad para convertirse en ingeniero civil.

Pero entonces ocurrió el accidente, justo ese frío y opaco 16 de junio de 2019, en pleno Día del Padre. Julián no quería ir al pueblo, y menos después de haber tenido esas sombrías conversaciones sobre muertes y accidentes de tránsito, pero uno de sus mejores amigos, Víctor Marín, lo convenció.

“Vamos hermano, vamos para que esté junto a su papá”, le decía el amigo.

- “No Víctor, si quiere vaya usted, yo le presto la moto”.

“Entonces, ¿va a dejar solo a su papá en el Día del Padre?”.

- “Ah, qué cagada. Hágale pues, vamos para Ituango”, terminó decidiendo.

Salieron temprano. La carretera estaba muy sola y en partes estaba cubierta por una densa neblina. Llegaron antes de las 9:00 de la mañana y se sintieron felices por ver a tantas personas caminando por El Chispero y la Peatonal, las dos calles más importantes de la población. Se despidieron y cada uno se fue para donde sus respectivos familiares.

Al mediodía, después del almuerzo, se encontraron para ir donde Tulio a tomarse unos tragos. Julián andaba con su padre para arriba y para abajo, pero frecuentemente miraba el reloj porque debía volver al proyecto antes de que cayera la noche, pues al día siguiente debía madrugar a trabajar.

Cerca de las 3:00 de la tarde le dijo a Víctor: “Hermano, tenemos que irnos ya”. Armaron sus bolsos, llevaron algo de comida, se despidieron de los seres queridos y encendieron la moto para iniciar el viaje. Salieron del pueblo, Víctor iba manejando, y pronto vieron como el paisaje de Ituango se hacía más pequeño y lejano en la distancia.

Llegaron hasta Agualinda y Julián, que seguía con ese extraño presentimiento, se tocó los bolsillos y notó que no llevaba el carné de Hidroituango.

“Pará Víctor, pará. Dejé el carné, tenemos que devolvernos”.

- “Cómo así hermano, entonces movámonos porque nos coge la tarde”.

Estaban a unos 9 kilómetros de Ituango y Julián, que estaba apremiado, prefirió manejar.

“Vení cambiemos, yo manejo”, le dijo a su amigo. Éste le hizo caso y se pasó a parrillero. Dieron vuelta y regresaron al pueblo. Iban rápido y, justo antes de llegar al Filo de la Aurora, se encontraron con una curva cerrada que impedía ver el resto del camino. Por eso no se dieron cuenta del carro que venía en sentido contrario hasta que fue muy tarde. El carro estaba invadiendo parte del carril y Julián enclochó la moto para eludirlo, pero nada resultó y terminó derrapando. La moto chocó contra el parachoques del vehículo y la pierna izquierda de Julián quedó atrapada en la fricción.

Los dos jóvenes cayeron sobre el pavimento y la moto fue a parar dos metros más adelante. Julián estaba en shock y se miraba con angustia su pierna. Estaba destrozada. Tenía el fémur fracturado y la rodilla partida en dos. Los huesos asomaban por encima de su piel y la sangre corría por todas partes. Víctor estaba bien, sólo un tanto aporreado por la caída.

Las personas que iban en el carro se bajaron para ayudar y llamaron la ambulancia. A partir de ese momento, Julián no tiene recuerdos claros. Sólo se acuerda de haber despertado en el hospital, junto a sus padres y hermanos, con una varilla injertada en su despedazada pierna izquierda.

A pesar de la gravedad de la escena, Julián guardaba la esperanza de recuperarse y volver a su vida normal, pero los médicos lo aterrizaron y le dijeron que le tenían que amputar la pierna para salvarle la vida.

El joven lloró y pataleó; rogó que no le hicieran eso, que por favor no le cortaran su pierna, pero no había nada qué hacer.

Le dieron tiempo para que pensara, pero la operación era urgente. El joven tuvo hasta pesadillas, pero al final se resignó y prefirió salvar su vida. Firmó las autorizaciones y le programaron la cirugía.

Entre tanto, un hombre llamado Luis López comenzó a visitarlo para darle ánimos. También él había perdido una extremidad y era consciente del miedo que tenía Julián, pero supo darle fuerzas, insistiéndole en que la vida no terminaba allí.

Lo tuvieron que amputar por encima de la rodilla porque la infección se había extendido. Al día siguiente de la operación, Julián se sentía extraño, como si su pierna todavía estuviera allí, aunque sólo se veía un muñón vendado y levemente ensangrentado.

Pasaron los días y se acostumbró a su nueva condición. Volvió con su familia y comenzó a salir tímidamente por el pueblo, esquivando las preguntas de sus paisanos.

Estaba triste y sentía que, como persona, no valía para nada. Un día, sin embargo, un hombre llamado Johnny Giraldo se le presentó en la Plazuela de Ituango y le dijo.

“Amigo, ¿a usted no le gustaría practicar algún deporte? Mire que su condición no se lo impide”.

Tal vez fue por la aburrición que lo abrumaba, pero Julián aceptó la invitación y se presentó a atletismo y a natación, pero nunca se apareció por la piscina y a atletismo sólo iba para perder el tiempo.

El alcalde de Ituango, Edwin Mauricio Mira Sepúlveda, conmovido por la historia le dio trabajo a Julián pintando las calles del pueblo. Fue él quien le dio permiso de practicar deportes, los días que quisiera. Pero Julián no se amañó en ninguna de las disciplinas, hasta que un señor llamado Jairo Calle le insistió: “Julián, ¿usted por qué no se anima a montar bicicleta?”.

La pregunta parecía una broma. “Montar bicicleta, yo que nunca aprendí cuando tenía las dos piernas, qué voy a aprender ahora con una sola”, pensaba Julián mientras escuchaba a Jairo.

“No se preocupe por la falta de su pierna, usted puede montar con prótesis”, le aclaró Jairo, quien en ese momento era el principal promotor de ciclismo en Ituango.

“Pero yo no sé montar ni tengo bicicleta”, le dijo Julián un poco enervado.

- “No se preocupe, se la conseguimos, y aprende porque aprende”, expresó Jairo muy decidido.

Faltaba poco para un ciclopaseo entre Ituango y San Andrés de Cuerquia. En ese evento se habían inscrito muchos aficionados y personalidades del pueblo. Julián se puso la meta de aprender rápido para participar.

Y otra vez apareció el alcalde, Mauricio Mira, quien le prestó su bici para que entrenara. Julián recuerda que la trataba como si fuera de cristal. No quería dañarla porque debía devolverla cuando aprendiera a montar, pero era una tarea imposible. No se adecuaba a la máquina y se caía todo el tiempo. No se rindió. Siguió levantándose para pedalear hasta que por fin lo logró. Dio varias vueltas por el pueblo y le tomó cariño al ejercicio.

Jamás se había interesado tanto por el ciclismo, y eso que seguía la carrera de su ídolo, Nairo Quintana, desde 2014. Lo de él era el fútbol y el microfútbol, y, aunque admiraba a Nairo, nunca aprendió a montar bici. Por eso le parecía increíble haberlo logrado con una sola pierna. Le parecía una hazaña.

“Desde ese día, lo del accidente comencé a verlo como un milagro y empecé a agradecerle a Dios por haberme quitado la pierna. A la gente le parece raro lo que digo, pero es que no entienden que mi vida cambió para mejorar. Desde que perdí mi pierna soy mejor persona, quiero más a mis padres y hermanos y valoro más la vida”, dice Julián, quien en ese ciclopaseo sufrió las duras y las maduras, pero obtuvo el apoyo de sus coterráneos, quienes lo animaban a seguir pedaleando.

Un entrenador de Yarumal, Dubián Pérez, le dijo a Jairo Calle que Julián tenía un talento inmenso y que, si se le seguía entrenando, podría llegar muy lejos. Así comenzó la carrera ciclística de “Mocho”, como le dicen cariñosamente sus paisanos. Comenzó tarde y sin saber montar en bicicleta, pero hoy es uno de los deportistas mimados del entrenador de la Liga Antioqueña de Ciclismo Benjamín Laverde, quien dirige los procesos de paracycling.

Tras devolverle la bicicleta al alcalde Mira, Julián se puso en la tarea de conseguirse una propia, para poder entrenar. Uno de sus amigos, el fotógrafo Juan Luis Londoño, publicó varios carteles pidiendo donaciones, y la gente de Ituango respondió. Recolectaron una buena suma de dinero y Julián pudo comprarse varios implementos deportivos obligatorios para el ciclismo. La bicicleta se la regaló Abelardo Sucerquia, y el joven comenzó a entrenarse diariamente con turismeros y con los alumnos del semillero de ciclismo de Antonio Jaramillo.

Su primer gran reto fue participar en los Nacionales de 2021, donde logró unas cuantas menciones y medallas de bronce. Desde entonces, hace parte de la Selección Antioquia con Benjamín Laverde, y la Alcaldía de Ituango le ayuda con viáticos y materiales para que pueda viajar a Medellín y a otras ciudades.

Julián se convirtió en un proyecto de todos los ituanguinos, quienes viven pendientes de todos sus retos y de todos sus logros. El joven tiene como objetivo llegar a la selección Colombia y competir en unos Juegos Paralímpicos. También quiere ser licenciado en Educación Física, para vivir del deporte y ayudarles a otros jóvenes que, como él, han perdido alguna extremidad.

Julián es muy bueno en la ruta, pero también practica la pista. Ahora tiene una bicicleta Ripley, italiana, gracias a la gente de Ruta 56, quienes también lo apoyan.

Aunque han pasado ya varios años, Julián todavía siente que su pierna está ahí, la de carne y hueso, y a veces siente el impulso de rascarse. Le han puesto varios sicólogos para que lo ayuden a superar el trauma, pero, para él, el mejor sicólogo ha sido el ciclismo.

“Este deporte me cambió la vida y ahora yo quiero cambiar las vidas de otros. Quiero ser un ejemplo de superación”, dice este joven y prometedor deportista de las montañas de Ituango, un pueblo hermoso y acostumbrado a levantarse, un pueblo lleno de historias cargadas de esperanza.

JULIÁN, ENTRE FAVORITOS DEL NACIONAL

El Campeonato Nacional de Paracycling se trasladará este miércoles al velódromo Luis Carlos Galán de Bogotá, para las pruebas de pista, que irán hasta este viernes. En dicha modalidad, Julián Gil Oquendo, quien aprendió a montar en bicicleta en 2020, espera entregarle nuevas alegrías a Antioquia. El pedalista tiene de 23 años de edad y tratará de seguir completando objetivos rumbo a su gran sueño: estar en los Juegos Paralímpicos de París-2023.

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