Quienes lo conocen lo describen como un guerrero, todo un luchador que se entrega al máximo siempre. Y no se equivocan. Diego Alejandro Sánchez Rodríguez es la versión copacabanense de Hércules (el dios griego de la fuerza y el coraje). No se deja vencer y se levanta de cada caída.
Los últimos tres años han sido de muchas pruebas para él. Ha llorado, se ha sentido frustrado, pero también se ha reído y ha comprobado que está para grandes cosas.
Su mamá Fanny Rodríguez, su novia Vanessa Agudelo, sus abuelos Gustavo y Aliria son su principal motor, al igual que su padre Guillermo León Sánchez, quien murió hace 11 años, pero desde el cielo le envía esa fuerza extra para no desfallecer.
Diego cae por primera vez
El primer gran reto se presentó en el primer trimestre de 2015, cuando Leones jugaba en Urabá. Allí empezó a sentir un dolor fuerte, pensaron que era apendicitis, pero tras muchos exámenes descubrieron que tenía un problema congénito en el riñón (hidronefrosis).
Le hicieron tres cirugías y estuvo siete meses fuera de las canchas. Al volver, recuperó su posición y jugó seis partidos.
Cuando el panorama pintaba positivo sufrió un desgarro, y estuvo unos días por fuera, pero se recuperó y se ganó de nuevo su lugar.
Y la fatalidad volvió: sufrió una fractura del cuarto dedo de la mano y estuvo fuera tres semanas.
El 2017 arrancó muy bien, siendo titular y protagonista. Ello le valió para que el Once Caldas lo llamara a unas pruebas durante una semana, y a pesar del esfuerzo no lo dejaron. Por lo tanto volvió a Leones a pensar en el ascenso.
“Tuve un segundo semestre soñado, muy bueno, estaba en mi más alto nivel, me pasaron cosas muy buenas, tenía más confianza, me asociaba mejor, era más atrevido para ir al ataque, mejoré en el tiro libre, me di cuenta que era más fuerte física y mentalmente”.
Sin embargo, cuando todo parecía que iba mejor, “empecé a sentir fuertes dolores de cabeza”.
Segunda caída
Al principio pensaron que era una virosis, pero fue empeorando y tras jugar ante el Pereira (26 de septiembre), fue a urgencias y lo hospitalizaron. Y luego de varios análisis le diagnosticaron meningitis viral por varicela Zóster.
“Ya me había dado varicela, pero el médico dijo que eso repercute y cuando uno tiene un bajón de defensas, el virus se activa. Eso me pasó”.
Estuvo cinco días hospitalizado y luego 16 con médico en casa, tiempo suficiente para recuperarse y tener la posibilidad de volver a entrenar y hasta jugar ante Cúcuta en la semifinal de la B, demostrando nivel frente a Llaneros. No obstante, la suerte le jugó una nueva mala pasada: el defensa José Cuenú le cometió una falta en ese juego y lo lesionó.
Cae por tercera vez
“En el minuto 72 recibí una falta y el tobillo me sonó. Pedí el cambio y cuando iba para el camerino supe que algo no estaba bien”.
Con el pie inflamado y sin poder caminar regresó a Itagüí, se quedó en la concentración, le hicieron los análisis y el diagnóstico no podía ser peor: triple rotura de ligamentos del tobillo. Terminó en cama.
La ilusión de jugar la final para dar la vuelta olímpica lo llevó a mantenerse concentrado y, con el paso de los días, pasó el dolor y la molestia, pero no tenía estabilidad.
El 26 de noviembre lloró, la impotencia de perderse el juego del ascenso, eso lo devastó.
“En el debut en la A contra América, el 3 de febrero de este año, estaba en la tribuna con mi familia y no pude aguantar el llanto. Mi sueño es jugar en primera y por eso estoy haciendo todo para regresar y cumplir ese anhelo”, dice el lateral de los felinos n