Cochise Rodríguez y el Sordo Ochoa ya habían cruzado la meta en su acostumbrado duelo dominical.
Atrás venía un pequeño lote de figuras de la categoría E, que luchaba por el honor de la tercera casilla.
Hugo Salazar sacó su punta de velocidad y pudo llevarse el premio de consolación. Pero, al cruzar la meta, sintió atrás un golpe seco.
"Que no vaya a ser Nacional", se dijo para sus adentros uno de los pedalistas más representativos de la Recreativa, quien al voltear su cuello vio cómo Jaime Antonio Barrera, -58 años- al que siempre llamaron Nacional, chocaba de frente con Carlos Homero Upegui, quien venía en sentido contrario en el lote de la categoría B.
Jaime debutaba con la camiseta de Suramericana.
"Fue tan duro el golpe de Nacional que, prácticamente, quedó muerto en la meta. Antes de que rematáramos la carrera, que era la primera del año, se puso a mi lado y me dijo: Cochise sos el más grande; sos el único ".
Cochise, al igual que varios compañeros de la Senior Máster, aún no salen del asombro por el accidente que, en plena competencia, le costó la vida a uno de los símbolos de esta categoría del ciclismo antioqueño, de quien aseguran sus colegas se abrió mucho en el esprint.
Ayer, en el funeral de Barrera, a quien pusieron en el féretro con la camiseta de su amado Atlético Nacional y una bandera del cuadro verdolaga que lo recubría, a sus amigos y rivales los invadía el dolor de la tragedia.
Gloria Ospina, su esposa, lloraba desconsolada, al lado de sus hijos, la despedida "de mi campeón", de aquel que lució la camiseta de Colombia en unos Panamericanos de ciclismo de la Senior Máster, y que en una de tantas épocas buenas llegó a ser campeón de su categoría en la Vuelta a Colombia de la Senior Máster, del Clásico EL COLOMBIANO, y de toda competencia ciclística que se le atravesara en el camino.
Se fue Nacional con esa forma tan peculiar y espontánea de ver la vida; de sentir el ciclismo con total pasión, esa que lo llevaba a madrugar hasta los domingos a las 4:30 a.m. para sumar kilómetros, porque debía volver rápido a casa para sacar a pasear a su querido Mateo, el alegre perro que lo acompañaba en las mañanas por las calles de Envigado.
Para su satisfacción, pudo gozar de los goles del amado Verde el pasado sábado, cuando se sentó frente al televisor, al lado de su hijo Santiago, para ver el triunfo sobre el América, mientras pensaba cómo podría ganarle en la cita dominical a Cochise Rodríguez y al Sordo Ochoa, o cómo ayudarle a su jefe de filas, Mario Rivera, quien lo llevó al elenco de Suramericana.
Infortunadamente, el de Nacional fue el último embalaje... hacia la eternidad.
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