Siempre que asisto a un espectáculo público, sorprendido y atemorizado observo cómo los momentos más delirantes son cuando el protagonista de la función o diversión pública es agredido. Nada divierte tanto a los pendencieros como ver que se forme una riña en las tribunas, azuzan a los contendientes para que continúen golpeándose, los incitan a que sea más fuerte y sangrienta la pelea, y muchas veces también embisten para provocar una trifulca.
Además de este daño sobrevienen otros mayores cuando son lanzados objetos como bolsas de agua, residuos de comidas y de más artefactos que impactan a los aficionados que se encuentran en las tribunas bajas, o a quienes disfrutan de un concierto ubicándose cerca a la tarima, estos hechos obviamente empeoran la situación en lugar de mejorarla. Siempre he tenido la sensación de que muchos asistentes a los palcos en las ferias taurinas esperan ansiosos a que el torero sea corneado una y otra vez para sentirse plenos de la faena; de muchos he escuchado: "esta cornada salvó la entrada".
Seguramente unas pocas personas disfrutan con el dolor ajeno y las provocaciones violentas, lo que perfectamente los psicoanalistas nos podrán ilustrar. Pero la inmensa mayoría de estos sujetos son desadaptados que solo buscan empañar la sana diversión de miles de personas con sus actitudes deshonrosas.
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