En días pasados me puse en el trabajo de recoger las consignas y propósitos con los que los candidatos a la Cámara, Senado y Presidencia pretenden ganar los votos de los colombianos. Concluí que podría clasificar gran parte de los observados en tres grupos: el de los más osados, que se refiere a los atributos personales de los postulantes; otros que convocan las bondades de crear colectividad, y un tercer grupo, que apunta a la aportación conceptual de la política.
En un primer momento contemplé la posibilidad de dedicar todo el espacio de esta columna haciendo un texto sin comas ni puntos con ese amplio abanico de promesas y parabienes. No lo hice, evitando tocar sensibilidades, y porque no podría, en justicia, tomarlos todos. Pero cuando construí aquel texto, tuve una sensación, simplemente, estridente. Me sonó a una ruidosa percusión, pero no de buena música, sino de palabrería politiquera, sin fondo y mentirosa.
Porque a tan ruidosa percusión suele devenir un prolongado período de amnesia, incumplimiento y negligencia. Posiblemente sean puntuales para consultar el saldo bancario cuando les han consignado su modesta mesada, pero maliciosos para calcular cuándo no conviene hacer presencia en su curul.
Me duelen la ciudad, los pueblos, carreteras y caminos inundados de pancartas, vallas y papeles, contaminando el paisaje. Me duele la danza de millones que, finalmente, salen del bolsillo de los contribuyentes.
Con tanta bulla sobre la pulcritud en las campañas, son innumerables los que han sobrepasado los topes por costos publicitarios señalados por la ley. Es increíble que en menos de dos cuadras tengamos que soportar tres enormes vallas del mismo candidato. Cuanta más publicidad exhiben, menos confianza me generan. ¿Qué tan jugoso es el pastel que amerita una inversión desmedida? Pero, a la par de la violación de los topes publicitarios, hay también ojos laxos desde el sector oficial que toleran esa evidente y descarada infracción de la norma.
¡Pobres nosotros los colombianos¡ Tenemos memoria de poca distancia y fácil de ser burlada. En cada período electoral caemos atrapados en el mismo embeleco, las mismas mentiras y los mismos intereses particulares y mezquinos que esconden muchos de los candidatos.
Aclaro que mi propósito no es desmotivar la votación, ni siquiera dar opción al voto en blanco, sino urgir buen sentido, conciencia y memoria, para elegir a la gente buena, la que ha mostrado en sus gestiones transparencia, honestidad y compromiso con la ciudadanía, aquellos a quienes les duele el país.
Seguramente, para algunos, austeros y respetuosos, baste la valla de lo que han hecho, de la trayectoria que han construido en su ciudad, en su país, baste con su alforja llena de proyectos sensatos, de solvencia moral y ética, y no precisen la utilización de la fina percusión política.
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