Gracias por regalarnos tanta alegría. Gracias por empuñar la lanza del Quijote y atreverse a embestir los molinos de viento.
Sabíamos de antemano que sería otra batalla perdida, pero como ustedes se ganaron nuestro cariño, nos hicieron pensar con el corazón, y el corazón siempre espera lo imposible.
Fue lindo haberse embrutecido por ustedes, muchachos.
Porque se brindaron íntegros, porque no ahorraron ni una gota de sudor, porque jugaron de esa manera lírica que en la comunidad del fútbol se aplaude mucho y se practica poco.
Gracias por ofrecer música allí donde solo había ruido.
Gracias por no tratar la pelota a las patadas,
Gracias por darle el tratamiento delicado que proponía Di Stéfano, aquel argentino portentoso que esparció su poesía en nuestras canchas: la pelota es la musa, la moza, la vieja.
Hazla retozar en tu pecho, acógela en tu empeine, llévala unida a ti como una compañera, y cuando te despidas de ella, asegúrate de que llegará a buen puerto. El pase largo, el pase cortito, la gambeta rauda, el balón filtrado por un callejón inaudito.
El gol.
El golazo de James.
En estos tiempos de tácticas ultra defensivas aplicadas a rajatabla por atletas que tienen más músculos que imaginación, los equipos que reciben la pelota redonda y la devuelven redonda valen el doble.
Ya sé que para ganar campeonatos no basta con jugar: hay que competir.
Si Alemania le puede meter ocho goles a un equipo inferior, se los mete. No es que después del tercero los jugadores se pongan a bromear como si estuvieran en un asado de amigos: siguen esforzándose igual que cuando el partido iba cero a cero.
¿Y qué decir de Italia? Es capaz de anotar un gol en el primer minuto, y defenderlo durante los dos siglos siguientes. Por eso son grandes.
Por eso pueden ganar, incluso, cuando andan mal.
Se dice fácil.
Sin embargo, los grandes se forjaron gracias a derrotas muy dolorosas.
Argentina llegó a la final en 1934, pero obtuvo el primer título en 1978, es decir, cuarenta y cuatro años después.
Brasil jugaba bonito y perdía feo. Tenía goleadores pero era goleado. Fue humillado por Uruguay en su propio estadio. Después aprendió a ganar.
La clave es competir, digo, y eso también se dice muy fácil.
Porque lo cierto es que ustedes, muchachos, son herederos de una larga historia de fracasos resumida en esta frase recurrente: siempre nos falta un centavo para el peso.
Todavía tenemos mucho potrero en el alma. Se nos facilita bailar guagancó y se nos dificulta conseguir resultados, sobre todo bajo presión.
A diferencia de las potencias, podemos perder, incluso, cuando andamos bien.
Y, bueno, eso fue lo que sucedió una vez más: perdimos. Brasil nos bajó de la nube.
Lo llevamos en el ADN, ¿qué le vamos a hacer?
En los deportes colectivos nos cuesta mantener la concentración de principio a fin.
Un colombiano solo es mejor que cualquiera, dos colombianos ya empiezan a enredarse.
Nosotros perdemos hasta en nuestros propios mitos.
Yo crecí oyendo que el Himno Nacional de Colombia es el segundo del mundo, después de la Marsellesa.
Si de todos modos se trataba de una ficción, ¿por qué el mitómano no le echó mano directamente al primer puesto?
Porque en el fondo creemos que ganar es demasiado.
En 1962, cuando asistimos por primera vez a un mundial, empatamos 4-4 con la antigua Unión Soviética. Entonces el país le dio a aquel resultado el tratamiento de una hazaña.
Como la antigua Unión Soviética tenía en la camiseta las letras "CCCP", un bromista anónimo sugirió que eso significaba "Con Colombia Casi Perdemos". Para nosotros el verbo ganar es apenas un chiste. O, cuando mucho, una leyenda.
Pero un momento, carajo:
Ustedes, los integrantes de esta selección Colombia versión 2014, nos han dado motivos para suponer que hay cómo revertir esa mentalidad.
Por su disciplina, por su solidaridad dentro y fuera de la cancha, por la experiencia que seguirán acumulando en las principales ligas del mundo, por su talento.
Eso sí: yo también tengo una fábula para cuando nazcan mis nietos. Les contaré que Brasil nos respetó tanto que para ganarnos no fue capaz de jugarnos a la brasileña, sino a la italiana.
Y les haré repetir esta frase simple que ahora me sale del corazón:
gracias, muchachos.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6