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La "novela" del BID

25 de marzo de 2009
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Si hubiera sospechado que aquel compañero de vuelo a Alemania, seriote, ejecutivo, pragmático, comeaños, con cara de aterrizado nerd, iba a volar tan alto, le habría endosado mi hoja debida.

Más aún, si hubiera sabido que ese vecino, equitador, pescador de salmón en Alaska, estaría en condiciones de prestar 10 mil millones de dólares al año, lo habría invitado a trago y viejas en St. Pauli, el Lovaina de Hamburgo.

Durante la gira que compartimos periodistas con el actual presidente del BID, Luis Alberto Moreno, trituramos jornadas espartanas. Qué exprimida sufrimos en pleno apogeo del muro de Berlín que atravesamos, maravillados, como quien atraviesa el espejo.

Si tuviera con qué, convertiría en novela ese periplo. Daniel Samper Pizano noveló, en Impávido Coloso, el viaje de periodistas al Brasil. Como periodista, uno se siente extrañamente biografiado por la certera pluma de Samper quien se estrena, con acierto, en las vanidades literarias.

Moreno, lobbysta feliz como embajador de Colombia en Washington, y quien de pronto reencarna en Teresa de Calcuta que reúne a los ricos para volverlos filántropos, debería comprar el Impávido. Si le alcanza la quincena, lo espera "Bitácora del cautiverio", del ex ministro Gilberto Echeverri, quien en su diario recuerda las visitas que Moreno le hacía a su despacho de ministro de Desarrollo de Turbay.

En Frankfurt, ombligo financiero de Europa, el mandamás del BID se sintió en su salsa. Allí aprendió que para mejorar la productividad hay que acostarse una hora más tarde y levantarse tres horas antes. E ir al grano: un informe para Morenito debe caber en una "elevator conversation". Los subalternos que se dejan ganar de él cuando juegan tenis para subirle la moral y trepar en el Banco, lo definen como un "doer", no un "thinker", más ejecutor que soñador.

En Bremen, supermercado frutícola europeo, entendió que las amas de casa compran con el ojo. De allí la importancia de presentarles estéticamente las frutas. En Berlín, el becario de periodismo de Harvard, ("quien tiene la información tiene el poder") se dio tremenda juniniada por la avenida Kurfürtsdendamm, donde les echó los perros a varias audacias te(u)tonas.

Con asombro de piernipeludo disfrutó del simulador en una guardería (hangar) para jumbos en Frankfurt, y aprendió cómo fabrican en Schering las pastillas que curarán los achaques del bobo sapiens. En Munich padeció, sin dormirse, la ópera Don Carlos.

A pesar de su agenda demoledora, el admirador de Franklin, Truman y Bill Clinton -nadie es perfecto- tiene fama de responder todos los correos electrónicos (bueno, me debe dos) desde ese fetiche bautizado blackberry.

Durante su visita de médico a Medellín, olvidará las críticas que le llueven por estos días, renunciará a sus restaurantes predilectos, Milano y Bette, donde suele almorzar con el blancaje de la parroquia global, o con sus hijos Nicolás y Natalia, y le dará una oportunidad al colesterol.

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