Resucitar es el verbo con que llamamos un acontecimiento gigantesco vivido por Jesús. "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser matado y resucitar al tercer día" (Mt. 16, 21). Acontecimiento tan desmesurado que siempre nos preguntaremos qué significa, pues desborda toda capacidad. La resurrección mira con los ojos de todas las criaturas.
Resucitar no es revivir un cadáver. En la Biblia, el cadáver no es el cuerpo, sino el residuo que queda en un proceso de transformación radical en cuerpo y alma hacia la plenitud de la vida, que es Dios. Cuerpo resucitado, transfigurado, glorificado, transparencia inefable de la divinidad.
Resurrección, inefabilidad cantada por la cadencia de unas palabras, por la musicalidad de unos versos. "El aspirar del aire / el canto de la dulce filomena, / el soto y su donaire / en la noche serena / con llama que consume y no da pena".
Los peregrinos de Emaús, seres de espacio y tiempo, tuvieron en su caminar la experiencia inespacial e intemporal del Resucitado. Iba con ellos sin percatarse los sentidos. Al final se miran deslumbrados: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?" (Lc. 24, 32). Siendo los mismos, eran otros.
La muerte de Jesús en la cruz es un acontecimiento cósmico: el sol se oscurece, el velo del templo se rasga en dos, la tierra tiembla y se oscurece. Espantado ante lo sucedido, el centurión glorifica a Dios diciendo: ‘Verdaderamente este era Hijo de Dios’ (Mt. 27, 54).
Desde que nacemos, comenzamos a resucitar en cada gesto que realizamos. Consolar al triste, echar demonios y curar enfermos son en el tiempo gestos de eternidad. Vida terrena de Jesús, puro anticipo de resurrección.
"El que esté sin pecado que tire la primera piedra". Gesto magnífico de resurrección, que reconcilia tanto a la adúltera como a los acusadores.
Las parábolas llevan el corazón por el espacio infinito de la fantasía cantando la resurrección. Ella nos pertenece desde ahora, comprometiéndonos a irradiarla a toda la creación, que "gime con dolores de parto, esperando la gloriosa liberación de los hijos de Dios" (Rom. 19-22). Filiación, fraternidad, resurrección, la misma cosa de distinto modo.
Resucita ya quien ora así: "Arríame, tómame, / déjame en puro casco, / flotante y sin rumbo / oscilando en tu mar".
De lo simple a lo complejo, de lo pequeño a lo grande, de lo temporal a lo eterno, de lo humano a lo divino, en todo hay resurrección, vida de Dios.
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