Desde la década de los años 70 del siglo pasado, he sido en virtud de mi profesión de abogado un asiduo visitante del centro de la ciudad, y me siento anonadado por la lamentable situación en la que se encuentra en la actualidad; el deterioro del sector se ha hecho más notorio durante la administración del Alcalde Aníbal Gaviria.
Al igual que todas las personas que lo frecuentamos por diversas razones, nos acostumbramos a las congestiones vehiculares, al alto grado de contaminación, al ruido excesivo y demás factores que se han agudizado paralelamente al crecimiento de la población; han existido épocas en las cuales se notaba su recuperación, como cuando se implementó el sistema metro, o cuando se construyó el pasaje peatonal desde el antiguo edificio de Empresas Públicas hasta el sector de la Alpujarra, a través de la carrera Carabobo.
Anteriormente el problema relacionado con la utilización del espacio público era complejo, particularmente en época de fin de año, pero después de terminada ésta, las cosas volvían a la "normalidad". Ahora ocurre algo bien distinto, en forma progresiva, las diferentes administraciones municipales se han ido olvidando del centro hasta llegar al estado de postración en la que se encuentra hoy en día.
"El principio del fin", comenzó cuando el Alcalde Gaviria trató vanamente de imponer su autoridad con los venteros ambulantes, y allí fue Troya, pues éstos acompañados de algunos vándalos se dedicaron a realizar actos violentos contra establecimientos bancarios y comerciales, generando un caos que además de los daños ocasionados, tuvo como efecto el total amedrantamiento, por no decir la sumisión y entrega, de la Administración Municipal.
Las consecuencias de dicha actitud saltan a la vista; el centro se convirtió en uno de los lugares más inseguros de la ciudad, el espacio público prácticamente dejó de existir para quienes por allí transitan diariamente, los venteros ambulantes de toda índole campean a su antojo, con el agravante de que todos ellos promocionan sus productos utilizando equipos de sonido instalados en plena vía pública y el ruidoso "perifoneo".
Capítulo aparte merece la situación que vive el Parque de Berrío, otrora corazón de Medellín, el cual está convertido en un verdadero muladar, pues allí se conjugan la miseria y pobreza de nuestro pueblo, con la venta de comestibles sin condiciones de higiene, amén de la presencia de gamines, rateros, prostitutas y los llamados "desechables" de nuestra sociedad.
Se preguntarán ustedes, ¿qué acciones ha emprendido la administración municipal para solucionar esta problemática? Prácticamente ninguna, aparte de la presencia tímida de algunos soldados bachilleres y otras personas denominadas, "defensores del espacio público", quienes deambulan sin sentido por el centro dado que carecen de los medios para afrontar el problema.
Resulta entonces irónico, por decir lo menos, que se esté condecorando a nuestro alcalde en el exterior, y se estén pregonando a los cuatro vientos las bondades de la ciudad frente a los extranjeros que la visitan, cuando la realidad que estamos viviendo por lo menos en el centro de la ciudad, dista de ser innovadora para convertirse en decadente.
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