Estación Melmoth, ciudad gótica, sin Batman pero sí con seres extraños completamente inmorales (que van contra las costumbres buenas), haciendo de las suyas en cuestión de hurtos y atracos (cuando se trata de robos), estafas, calumnias, agresiones violentas y consumo obsesivo de drogas en parques, espacios públicos y donde sea, que en la ciudad ya no hay dosis personales sino colectivas. Y el orden por ninguna parte, como en Sodoma y Gomorra, ciudades en las que hasta los ángeles (que no los ve nadie) estaban en peligro no solo de ser violados sino desposeídos de cualquier bien. Estas dos ciudades, en las que alguien hizo un incendio (unos dicen que fue D's, otros que algún justo molesto), parecen ser el paradigma de nuestras ciudades tercermundistas, tan prostibularias (incluyendo la pedofilia), abundantes en humos diversos y en dirigentes que resuelven todo encerrados, imaginando lo urbano, como si el asunto de la ciudad fuera un bloff y no un hecho concreto.
Melmoth, personaje que Honorato de Balzac sacó de alguna parte y que Charles Maturin , al que llamó el errabundo, terminó convirtiendo en el paradigma del miedo, representa los avatares ciudadanos: temores y sobresaltos. Antes se le temía a la oscuridad y los seres invisibles, a las invasiones bárbaras y a los delirios del poder, entre ellos el terrorismo de Estado, como pasó en los días de Hitler y Stalin. Hoy la luz eléctrica acabó con los espantos, la psicología con los seres provenientes del más allá, los bárbaros ya no vienen del otro lado de la frontera sino que los produce la misma sociedad y las instituciones se corrompen peor que en la vieja Roma. Pero Melmoth, el miedo ambulante, se robustece y ya no enfrenta asuntos góticos sino de seguridad ciudadana. Los tiempos se han invertido.
Se supone (como pasa con los valores que le damos a la tecnología) que sabemos más de la tierra y sus medidas cuantificables en saber ambiental, economía, desarrollo intelectual y salud, sea orgánica o de la psiquis. Suponemos muchas cosas que, de tanto soñarlas o establecerlas como valederas, nos dan en las narices. Porque el miedo no se combate con televisión alienante ni proyectos con más publicidad que acción. Y menos con esperanzas tantas veces fallidas. Se combate con educación que enseñe a pensar y a crear, a verse en el futuro con equidad y a convivir con lo otro y el otro, aprendiendo de la otredad. No se trata de aprender inglés para no ser capaz de hablarlo ni de evadir la historia para escuchar discursos de conveniencia, por ejemplo. El miedo es eso que dejamos que pase, sin más.
Acotación: los hombres primitivos tenían miedo porque vagaban ignorantes por la tierra. Los de hoy tenemos miedo porque nos movemos, con igual ignorancia, por entre la información y la educación. La primera es un caos y la segunda una tragicomedia, en la que todo existe menos el modelo de un hombre que viva bien, sin miedo.
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