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El video en el que se ve el asesinato a tiros del exprimer ministro japonés Shinzo Abe es escalofriante. Mientras da un discurso a plena luz del día en la entrada de una estación del tren en Nara, que fue hace años la capital nipona, se escucha un estallido y la gente temerosa se tira al piso. Lo que se ve luego desde los celulares de los testigos —dependiendo del ángulo— es la captura del tirador al que los hombres de seguridad agarran como pueden.
El Shinzo Abe ya está en el suelo agonizando. Horas después murió en el hospital, donde no pudieron estabilizarlo pese a que fue trasladado en un helicóptero.
El exprimer ministro —un hombre celebrado en el mundo por su rol en la estabilización política de oriente— hacía política en la calle a pecho descubierto, un acto totalmente habitual en Japón, donde no son asesinadas con arma de fuego más de diez personas al año —tienen 125 millones de habitantes— y cuya política de control de armas es una de las más estrictas del mundo. Se trata de un país totalmente pacífico, por lo que funcionarios públicos y políticos tienen una baja protección.
Un magnicidio se podía calcular en cualquier otra parte del mundo, pero no en Japón. En América son continuas las amenazas contra alcaldes, gobernadores, congresistas y hasta presidentes, basta recordar que hace un año fue asesinado por un grupo de mercenarios el presidente de Haití Jovenel Moise, o que Iván Duque sufrió un atentado mientras viajaba en un helicóptero.
En Japón la historia es muy distinta, la última vez que un político fue asesinado allí fue en el intento de golpe de Estado de 1936, cuando dos exprimeros ministros murieron en la residencia del jefe de Gobierno. Es decir: en el Japón democrático lo único que existen son las confrontaciones de ideas, están lejos de la violencia y de la eliminación del otro.
El caso ha conmocionado al mundo. El exmandatario murió minutos después en el hospital de Kashihar, desde donde dijeron: “Estaba sangrando profundamente y no pudimos salvarle la vida”. Según registró el diario El País, “Abe había recibido profundas heridas en el cuello y el corazón, y pese a recibir transfusiones que sumaron más de un centenar de unidades de sangre en cuatro de horas, los galenos no pudieron detener la hemorragia”.
El tirador, quien fue detenido inmediatamente por el exiguo equipo de guardaespaldas, es Tetsuya Yamagami, un hombre desempleado de 41 años y exmiembro de las Fuerzas Marítimas de Autodefensa (Ejército nipón), quien —según dijo la Policía— se encontraba “insatisfecho” con el exmandatario por lo que “se dirigió a matarlo”.
“El sospechoso declaró tener rencor hacia cierta organización, y confesó haber cometido el crimen porque creía que (...) Abe estaba vinculado con ella”, dijo la policía, que además reportó que el asesino aseguró que había usado una arma de fabricación casera: “Es una afirmación del sospechoso, y hemos determinado que (el arma) es claramente de apariencia artesanal, aunque nuestro análisis está en curso”.
Shinzo Abe tenía 67 años y había gobernado en Japón entre 2012 y septiembre de 2020, el mandatario más duradero del país, cargo que dejó porque tenía una enfermedad, aunque no dejó la participación electoral, y justo minutos antes de ser asesinado estaba haciendo un mitin en favor del conservador Partido Liberal Demócrata (PLD).
Según El País, el exprimer ministro asesinado llevaba la política en las venas. “Es heredero de la casta de más rancio abolengo político en Japón: su padre fue ministro de Exteriores; su abuelo Nobusuke Kishi, jefe de Gobierno. Ambicioso, culto, pragmático, convencido de la importancia de Japón en el mundo y decidido a dar a su país la proyección que pensaba merecer, ocupó brevemente la oficina de primer ministro en 2006. Entonces contaba con 52 años, una edad relativamente juvenil en una clase política donde la veteranía suele ser la norma”.
En esa oportunidad también renunció aduciendo problemas de salud, aunque el país pasaba una dura crisis económica. Volvió al cargo seis años después, en 2012. Fue sagaz, inteligente y actuó rápido: incrementó el gasto militar y reinterpretó la Constitución pacifista permitiendo que el ejército pudiera participar en guerras por fuera del país. Siempre quiso reformar la carta magna, pero nunca tuvo mayorías en el Parlamento. Era un nacionalista puro, por lo que tuvo problemas con China, criticó duramente a Corea del Norte y se acercó a los Estados Unidos.
En su gobierno fueron vitales las relaciones internacionales, por lo que las reacciones en el mundo han sido repetidas. El actual primer ministro japonés, quien también hace parte del Partido Liberal Demócrata, Fumio Kishida, calificó el ataque como un “acto de barbarie” en un momento en que el país afronta unas elecciones, y afirmó bastante conmovido que es un hecho que “nunca se podrá perdonar (...) He sido ministro dentro de su Gabinete y al mismo tiempo, era buen amigo mío con quien he compartido mucho tiempo. Él amaba este país y siempre tenía una visión para su futuro. Justo el hermano menor de Abe, Nobuo Kishi, es ministro de Defensa en este momento.
Entre las reacciones sorprendió la de Vladimir Putin, presidente de Rusia, quien escribió un sentido comunicado de condolencias a la familia y lamentando que “un criminal haya cortado la vida de un flamante hombre de Estado que lideró el Gobierno japonés durante mucho tiempo y que logró un gran desarrollo para las relaciones entre los dos países (...) La memoria de esta persona maravillosa permanecerá para siempre en los corazones de la gente que lo conoció. Espero mucha fortuna y coraje a su familia ante esta dificultad y esta pérdida irreparable”.
Y en un caso bastante extraño, Estados Unidos coincidió totalmente con Putin y el Kremlin, pues el secretario de Estado Antony Blinken calificó el asesinato “impactante” y “profundamente inquietante”. Blinken describió al ex primer ministro como un líder de gran visión y un socio extraordinario: “Abe fue un extraordinario socio y alguien que claramente era un gran líder (que llevó la relación entre ambos países) a nuevas alturas”.
Por su parte, los presidentes de las instituciones de la Unión Europea (UE) expresaron asimismo su “conmoción” y “tristeza” por el “brutal” atentado, mientras que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, aseguró sentirse “profundamente entristecido” por el “atroz asesinato”.
Una de las últimas gestas de Shinzo Abe fue que rescató los Juegos Olímpicos de 2020, que se disputaron en Tokyo pese a la pandemia. Como primer ministro protagonizó toda la trayectoria del proyecto olímpico de Tokio: desde su victoria en 2013, al ganar la sede de los Juegos a Madrid y Estambul, hasta el aplazamiento forzado por la crisis del coronavirus en marzo de 2020. Y fue inolvidable su aparición en la ceremonia de clausura de Río 2016 disfrazado de Super Mario para recoger el testigo de los Juegos.
No llegó sin embargo a asistir a los Juegos como primer ministro, pues dimitió en septiembre de 2020 por problemas de salud derivados de una colitis ulcerosa crónica. Abe tuvo que hacer frente a continuas polémicas de miembros del comité organizador: el plagio del logo, el descarte del proyecto inicial del Estadio Olímpico y el escándalo de la compra de votos para ganar los Juegos.
Durante la pandemia de covid, cuando el gobierno japonés y el Comité Olímpico Internacional (COI) discutieron durante semanas si los Juegos debían cancelarse.
El 24 de marzo de 2020 Abe confirmó lo que el mundo estaba esperando: “Japón, como país anfitrión, bajo las actuales circunstancias, ha propuesto que el COI estudie si se pueden aplazar cerca de un año los Juegos para que los atletas puedan tener las mejores condiciones. Thomas Bach me respondió que está de acuerdo en un ciento por ciento”.
Los Juegos se pospusieron un año, con el consiguiente coste económico para Japón. Su coste final, que se reveló hace apenas dos semanas, ascendió a los 1,42 billones de yenes, unos 12.310 millones de euros, cuando el precio calculado al ser Tokio elegida sede rondaba los 6.625 millones de euros. La cantidad se disparó debido principalmente al impacto de la pandemia, pero el gobierno de Abe cumplió con sus compromisos y siguió adelante con la organización.
Tras conocerse su legado, una de las palabras que más resuenan son las del presidente israelí Isaac Herzog, quien dijo que Abe era “uno de los líderes más influyentes del mundo moderno” .
El video en el que se ve el asesinato a tiros del exprimer ministro japonés Shinzo Abe es escalofriante. Mientras da un discurso a plena luz del día en la entrada de una estación del tren en Nara, que fue hace años la capital nipona, se escucha un estallido y la gente temerosa se tira al piso. Lo que se ve luego desde los celulares de los testigos —dependiendo del ángulo— es la captura del tirador al que los hombres de seguridad agarran como pueden.
El Shinzo Abe ya está en el suelo agonizando. Horas después murió en el hospital, donde no pudieron estabilizarlo pese a que fue trasladado en un helicóptero.
El exprimer ministro —un hombre celebrado en el mundo por su rol en la estabilización política de oriente— hacía política en la calle a pecho descubierto, un acto totalmente habitual en Japón, donde no son asesinadas con arma de fuego más de diez personas al año —tienen 125 millones de habitantes— y cuya política de control de armas es una de las más estrictas del mundo. Se trata de un país totalmente pacífico, por lo que funcionarios públicos y políticos tienen una baja protección.
Un magnicidio se podía calcular en cualquier otra parte del mundo, pero no en Japón. En América son continuas las amenazas contra alcaldes, gobernadores, congresistas y hasta presidentes, basta recordar que hace un año fue asesinado por un grupo de mercenarios el presidente de Haití Jovenel Moise, o que Iván Duque sufrió un atentado mientras viajaba en un helicóptero.
En Japón la historia es muy distinta, la última vez que un político fue asesinado allí fue en el intento de golpe de Estado de 1936, cuando dos exprimeros ministros murieron en la residencia del jefe de Gobierno. Es decir: en el Japón democrático lo único que existen son las confrontaciones de ideas, están lejos de la violencia y de la eliminación del otro.
El caso ha conmocionado al mundo. El exmandatario murió minutos después en el hospital de Kashihar, desde donde dijeron: “Estaba sangrando profundamente y no pudimos salvarle la vida”. Según registró el diario El País, “Abe había recibido profundas heridas en el cuello y el corazón, y pese a recibir transfusiones que sumaron más de un centenar de unidades de sangre en cuatro de horas, los galenos no pudieron detener la hemorragia”.
El tirador, quien fue detenido inmediatamente por el exiguo equipo de guardaespaldas, es Tetsuya Yamagami, un hombre desempleado de 41 años y exmiembro de las Fuerzas Marítimas de Autodefensa (Ejército nipón), quien —según dijo la Policía— se encontraba “insatisfecho” con el exmandatario por lo que “se dirigió a matarlo”.
“El sospechoso declaró tener rencor hacia cierta organización, y confesó haber cometido el crimen porque creía que (...) Abe estaba vinculado con ella”, dijo la policía, que además reportó que el asesino aseguró que había usado una arma de fabricación casera: “Es una afirmación del sospechoso, y hemos determinado que (el arma) es claramente de apariencia artesanal, aunque nuestro análisis está en curso”.
Shinzo Abe tenía 67 años y había gobernado en Japón entre 2012 y septiembre de 2020, el mandatario más duradero del país, cargo que dejó porque tenía una enfermedad, aunque no dejó la participación electoral, y justo minutos antes de ser asesinado estaba haciendo un mitin en favor del conservador Partido Liberal Demócrata (PLD).
Según El País, el exprimer ministro asesinado llevaba la política en las venas. “Es heredero de la casta de más rancio abolengo político en Japón: su padre fue ministro de Exteriores; su abuelo Nobusuke Kishi, jefe de Gobierno. Ambicioso, culto, pragmático, convencido de la importancia de Japón en el mundo y decidido a dar a su país la proyección que pensaba merecer, ocupó brevemente la oficina de primer ministro en 2006. Entonces contaba con 52 años, una edad relativamente juvenil en una clase política donde la veteranía suele ser la norma”.
En esa oportunidad también renunció aduciendo problemas de salud, aunque el país pasaba una dura crisis económica. Volvió al cargo seis años después, en 2012. Fue sagaz, inteligente y actuó rápido: incrementó el gasto militar y reinterpretó la Constitución pacifista permitiendo que el ejército pudiera participar en guerras por fuera del país. Siempre quiso reformar la carta magna, pero nunca tuvo mayorías en el Parlamento. Era un nacionalista puro, por lo que tuvo problemas con China, criticó duramente a Corea del Norte y se acercó a los Estados Unidos.
En su gobierno fueron vitales las relaciones internacionales, por lo que las reacciones en el mundo han sido repetidas. El actual primer ministro japonés, quien también hace parte del Partido Liberal Demócrata, Fumio Kishida, calificó el ataque como un “acto de barbarie” en un momento en que el país afronta unas elecciones, y afirmó bastante conmovido que es un hecho que “nunca se podrá perdonar (...) He sido ministro dentro de su Gabinete y al mismo tiempo, era buen amigo mío con quien he compartido mucho tiempo. Él amaba este país y siempre tenía una visión para su futuro. Justo el hermano menor de Abe, Nobuo Kishi, es ministro de Defensa en este momento.
Entre las reacciones sorprendió la de Vladimir Putin, presidente de Rusia, quien escribió un sentido comunicado de condolencias a la familia y lamentando que “un criminal haya cortado la vida de un flamante hombre de Estado que lideró el Gobierno japonés durante mucho tiempo y que logró un gran desarrollo para las relaciones entre los dos países (...) La memoria de esta persona maravillosa permanecerá para siempre en los corazones de la gente que lo conoció. Espero mucha fortuna y coraje a su familia ante esta dificultad y esta pérdida irreparable”.
Y en un caso bastante extraño, Estados Unidos coincidió totalmente con Putin y el Kremlin, pues el secretario de Estado Antony Blinken calificó el asesinato “impactante” y “profundamente inquietante”. Blinken describió al ex primer ministro como un líder de gran visión y un socio extraordinario: “Abe fue un extraordinario socio y alguien que claramente era un gran líder (que llevó la relación entre ambos países) a nuevas alturas”.
Por su parte, los presidentes de las instituciones de la Unión Europea (UE) expresaron asimismo su “conmoción” y “tristeza” por el “brutal” atentado, mientras que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, aseguró sentirse “profundamente entristecido” por el “atroz asesinato”.
Una de las últimas gestas de Shinzo Abe fue que rescató los Juegos Olímpicos de 2020, que se disputaron en Tokyo pese a la pandemia. Como primer ministro protagonizó toda la trayectoria del proyecto olímpico de Tokio: desde su victoria en 2013, al ganar la sede de los Juegos a Madrid y Estambul, hasta el aplazamiento forzado por la crisis del coronavirus en marzo de 2020. Y fue inolvidable su aparición en la ceremonia de clausura de Río 2016 disfrazado de Super Mario para recoger el testigo de los Juegos.
No llegó sin embargo a asistir a los Juegos como primer ministro, pues dimitió en septiembre de 2020 por problemas de salud derivados de una colitis ulcerosa crónica. Abe tuvo que hacer frente a continuas polémicas de miembros del comité organizador: el plagio del logo, el descarte del proyecto inicial del Estadio Olímpico y el escándalo de la compra de votos para ganar los Juegos.
Durante la pandemia de covid, cuando el gobierno japonés y el Comité Olímpico Internacional (COI) discutieron durante semanas si los Juegos debían cancelarse.
El 24 de marzo de 2020 Abe confirmó lo que el mundo estaba esperando: “Japón, como país anfitrión, bajo las actuales circunstancias, ha propuesto que el COI estudie si se pueden aplazar cerca de un año los Juegos para que los atletas puedan tener las mejores condiciones. Thomas Bach me respondió que está de acuerdo en un ciento por ciento”.
Los Juegos se pospusieron un año, con el consiguiente coste económico para Japón. Su coste final, que se reveló hace apenas dos semanas, ascendió a los 1,42 billones de yenes, unos 12.310 millones de euros, cuando el precio calculado al ser Tokio elegida sede rondaba los 6.625 millones de euros. La cantidad se disparó debido principalmente al impacto de la pandemia, pero el gobierno de Abe cumplió con sus compromisos y siguió adelante con la organización.
Tras conocerse su legado, una de las palabras que más resuenan son las del presidente israelí Isaac Herzog, quien dijo que Abe era “uno de los líderes más influyentes del mundo moderno”